Dos bailarines contra el mundo
Eran pobres. Eran bailarines. Tenían hambre. Se devoraron el planeta. Sus destinos, por diferentes motivos, están entrelazados con la Argentina, pero ellos son del mundo. O quizá no son de este mundo, sino de otra esfera, en donde a los pies les crecen alas.
Por Manuel Montali | LVSJ
Cuenta la leyenda que, cuando el poeta francés Paul Claudel lo vio por primera vez, doblando las piernas, estirando los brazos hacia las alturas, midió sus palabras con precisión de francotirador y disparó: "Parece un mono".
Vaslav Nijinsky no era un adonis ni tenía la estampa más agraciada. Pero eso era solo hasta que empezaba a bailar, a volar.
Había nacido el 12 de marzo de 1890 en Kiev, Imperio ruso, aunque su sangre era polaca. Su padre, Tomás Nijinsky, figuraba en la cuarta rama generacional de una estirpe de bailarines que se destacaban por saltos que desafiaban leyes naturales, y llevaba una compañía de danzas junto a su mujer, la también artista Eleanora Bereda, con la que se ganaban la vida recorriendo Rusia.
El destino de Vaslav parecía escrito, y desde muy niño ya bailaba junto a sus hermanos Stanislav y Bronislava. No obstante, la huída del hogar de Tomás, quien formó pareja con otra mujer, dejó a la familia más cerca de las calles que de los escenarios. La miseria se abatió sobre Eleanora y sus tres hijos, a quienes inscribió en la Escuela Imperial de San Petersburgo como un intento desesperado de que escaparan de la mendicidad.
Bajo la tutela del director Nicolai Legat, Vaslav no dejó pasar su oportunidad. A los 9 años ya era considerado una proeza para la danza. Y, con 16, recibió de sus maestros la oferta de graduarse de forma anticipada, algo que no aceptó.
Fue también con 16 años, algunas décadas más tarde, y del otro lado del Atlántico, que otro bailarín de talento precoz tomó una decisión que cambiaría el mundo de la danza.
Se llamaba Jorge Itovich. Él y su hermana melliza Delia habían nacido el 28 de febrero de 1947. Eran tercer y cuarto hijos de una familia de clase baja de Villa del Parque, que luego se mudó a El Palomar, más hacia el "far west" de Buenos Aires, persiguiendo el sueño "sudamericano" del peronismo y la vivienda propia.
Como al bailarín ruso, también a Jorge lo perseguía la miseria, siendo la danza uno de los últimos barcos que podía tomar para intentar escaparle. A su madre, inmigrante ucraniana, le gustaba como bailaba el niño. Y a los 7, un año antes de lo reglamentado, ya lo tenía en la meca de las danzas porteñas, el Colón. A los 10 había tenido su primer papel en una película. Y a los 16 creyó ver la oportunidad de su vida, cuando el célebre Maurice Béjart realizó audiciones en Buenos Aires. Hacia allí fue el muchacho Itovich de El Palomar. Pero se encontró con una puerta cerrada. El maestro francés no lo aceptaba por ser muy joven. Lo que no sabía es que Jorge era un rebelde, y que la negativa solo le daría alas a sus pies. Pidió dinero prestado, metió unas pocas cosas para que bailaran dentro de una valija gigantesca y se fue a Bruselas. Allí se volvió a presentar ante Béjart, saltando puertas y obligándolo a tomarlo de pupilo. La suerte estaría del lado de ese artista, porque no creía en la suerte, ni en la genialidad, sino en el trabajo rudo y duro. Así que entrenó y ensayó como un poseso hasta que se abrió una vacante en las filas del maestro francés. Y de allí en más nadie lo pararía.
Como muchos años antes, en el Imperio Ruso, Nijinsky había cruzado camino con el empresario Serguéi Diaghilev, que dirigía compañías de ballet, Jorge hizo dupla con Maurice: ambos tuvieron así a su guía, mentor, faro, padre, hermano, amante.
La historia de Vaslav fue la de hacer historia, la de llevar
su danza, la danza, hasta niveles hasta entonces imposibles. Su vida tuvo un
giro curioso en Buenos Aires, allí donde años más tarde vería la luz Jorge. En
1913, en el marco de una gira, se casó en la capital argentina con la condesa
húngara Romola de Pulszky, lo que significaría un quiebre en su relación con
Diaghilev, quien de todas maneras intercedería para liberar a su pupilo de un
arresto domiciliario del que fue víctima en Hungría, ya durante la Primera
Guerra Mundial, por ser ciudadano ruso. En una gira posterior en Norteamérica,
y luego en 1917 nuevamente en Argentina, comenzó a evidenciar señales de
trastornos psicológicos. Su carrera entró en declive y finalizó luego de una
crisis nerviosa en 1919. Nijinsky vivió en tránsito permanente por hospicios y
asilos hasta su muerte el 8 de abril de 1950. Por ese entonces, el niño Itovich
daba sus primerísimos pasos de danza ante la mirada embelesada de su madre, de
quien luego tomaría el apellido con el que haría fama: Donn.
Se consignó anteriormente que este niño había nacido el 28 de febrero. El dato oficial es erróneo. En realidad, había abierto los ojos el 25. Que lo anotaran tres días más tarde fue el primer signo de que también, como Vaslav, viviría adelantado a su época, al mundo.
Jorge Donn asombró al universo del ballet y al público en general sobre todo luego de su aparición en 1981 en la película francesa "Los unos y los otros" de Claude Lelouch, donde interpretó dos papeles y cerró con un baile de ensueño del "Bolero" de Ravel. Y siguió bailando incluso luego de los 40 años, barrera que parecía imposible de franquear. Finalizó su carrera magistral haciendo justamente de Nijinsky en 1990. Difícilmente, a esa altura, habiendo pisado todos los prejuicios, alguien hubiera dicho de él: "Parece un mono".
Al contrario, el escritor argentino Jorge Luis Borges, incluso desde su ceguera, apreció la divinidad, la inspiración, y no midió sus palabras a lo francotirador (a lo Claudel), sino como si también danzara, dejando estas frases sobre Donn: "Un hombre que baila, un hombre que escande un hexámetro, un hombre que traza una forma o que ordena un acorde, está salvándose y está salvando a todos los otros".
Otro escritor, también argentino, Julio Cortázar, haría lo propio sobre Nijinsky, diciendo que él había logrado un descubrimiento a la altura de Isaac Newton: "Que en el aire hay columpios secretos y escaleras que llevan a la alegría".
"La danza se hace de a dos, como el amor", dijo alguna vez Donn. Y fue él, junto a Nijinsky, una dupla a través del tiempo y del espacio, quienes llevaron a la danza a su más alta expresión. El círculo se cerró precisamente con Jorge poniéndose en la piel de Vaslav, como broche de su carrera y salvándolo para toda la eternidad. Dos personas, el mismo espíritu, ensamblándose en el estreno mundial de esta última aventura que fue ni más ni menos que en Buenos Aires. A esa altura, con la enfermedad acechándolo, Donn ya estaba más allá. Lausana, Suiza, mismo país en el que Nijinsky había encarado parte de su tratamiento y asilo, lo vio fallecer en 1992. Pero Donn, dijimos, ya estaba más allá. O más arriba. Como Nijinsky, con alas en los pies, encima de las nubes. Sobrevolando a cualquier mortal, siendo aire, porque aquí ya habían dejado todo. Siendo aire... y siendo clowns de Dios.