Análisis
Diálogo necesario y urgente
Existe la necesidad urgente de sortear numerosos frentes de tormenta que se abaten sobre la realidad en modo torbellino y convirtieron casi en invivible al país.
No hace falta ser un experto para tomar nota de que la Argentina vive una situación tan grave como frustrante. Un panorama plagado de necesidades que deben ser resueltas de manera urgente para evitar que la crisis se profundice y el estallido se patentice en hechos concretos.
Existe, por lo tanto, la necesidad urgente de sortear numerosos frentes de tormenta que se abaten sobre la realidad en modo torbellino y convirtieron casi en invivible al país. Enumerar algunos de ellos supone, entendemos, un buen ejercicio para comprender que la Argentina se halla en un estado de necesidad y urgencia prácticamente terminal: inflación indetenible, pobreza que afecta a más de la mitad de la población, un Estado quebrado, corrupción estructural no solo en los ámbitos políticos, deterioro palpable de la educación y la salud públicas, inseguridad creciente, penetración angustiante del narcotráfico, desmembramiento del tejido social, virtual expulsión del país de cientos de miles de jóvenes que no encuentran futuro aquí. Un país saqueado, en definitiva.
La percepción general parece coincidir en que la resolución de los severos problemas que se afrontan debe contener diálogos entre los protagonistas de la vida nacional en todos los ámbitos que, al menos, disipen las nubes para que se pueda observar el horizonte. Pero no sucede. Tal vez ocurra en mínimas proporciones y bajo condiciones de secretismo. Que no aportan y terminan generando sospechas. Salir del brete sin dialogar es una utopía.
Sin embargo, la conversación social es de sordos. Un gobierno recién asumido, que prometió una vuelta de campana absoluta, lanzó una multitud de medidas y reformas. Es cierto que recién se cumple un mes de su asunción y que algunos sectores de la vida nacional ya le están haciendo la vida imposible. Pero no es menos verdadero que las flamantes autoridades escogieron procedimientos muy discutibles desde lo constitucional y pretenden que aquellas reformas profundas se aprueben a libro cerrado. Ni siquiera reparan en que su representación parlamentaria es ínfima. Cuestionan, con razón, las posturas intransigentes de quienes gobernaron durante muchos años y son responsables del desquicio. Pero asumen posturas similares a las que ejercieron sus antecesores y se obstina en mantener el camino de la confrontación, mientras la realidad acucia con las necesidades y urgencias cotidianas de gran parte de los argentinos.
En lo que va de este siglo se han formulado numerosas convocatorias al diálogo para encontrar puntos de consenso sobre los que pueda discurrir la vida nacional. Todas fracasaron. Fueron artilugios, pura pirotecnia de falsa corrección política que pretendieron imponer una mirada, establecer un sesgo y “quedar bien” ante la opinión pública. La pretensión de imponer condiciones para conversar con quien piensa distintos evidencia que hay cuotas de autoritarismo en vastos ámbitos de la realidad argentina.
El verdadero diálogo es interacción, no imposición. Exige escucha atenta y mentes abiertas. El objetivo no debería ser otro que el bienestar del país y de cada uno de los ciudadanos. Alcanzar el bien común, en definitiva. Un diálogo de estas características no ha podido nunca cristalizarse. Frente a la apremiante crisis que vive el país, y asumiendo que puede interpretarse como ingenua esta afirmación, casi es una obviedad señalar la necesidad y urgencia de que se produzca.