Entrevista
Manuel Montali: “Detrás de la escritura hay también una necesidad de lanzar una botella al mundo”
A lo largo de su carrera, Manuel Montali ha recibido influencias literarias de escritores como Borges, Cortázar y García Márquez, y tuvo un fuerte vínculo con el periodismo, que considera fundamental para su desarrollo literario.
El escritor Manuel Montali, quien recientemente fue galardonado con un importante premio, compartió su visión sobre la literatura y el proceso creativo en entrevista con Posta / LVSJ. Montali, que se considera más un "escritor de literatura y periodismo", destacó la importancia de la lectura como base para cualquier escritor: "Detrás de todo gran escritor, creo que hay siempre un buen lector".
- Recientemente recibiste un importante premio. Un cuento tuyo será publicado…
Mi cuento “El viento imaginario” fue seleccionado para la Antología 2024 de Fundación La Balandra (que se va a publicar próximamente), por un jurado encabezado por Leila Guerriero. El título me surgió de un sueño medio raro y me pareció interesante explorar las derivaciones que podía tener un fenómeno “imaginario” pero con efectos reales por el simple hecho de ser anunciado en este caso por los medios de comunicación. Tiene por supuesto algunas semejanzas con esas oleadas calurosas de viento norte que cada tanto pasa por San Francisco para cambiarnos el peinado, el clima y el ánimo. Quizá lo más original del texto es que narra una suerte de triángulo amoroso desde las tres perspectivas, cada una desde un sujeto gramatical diferente.
La distinción fue un orgullo y un aliciente a seguir escribiendo, sobre todo por el nivel del concurso y del jurado. Guerriero es una escritora de no ficción maravillosa que influyó en mi trabajo periodístico. La suerte de tener textos con el visto bueno de personalidades de tanto renombre, como este y algunos anteriores premiados por ejemplo por Pablo de Santis o Esteban Llamosas, me sirve como antecedente cuando en un futuro próximo termine de cerrar un nuevo libro de relatos.
- ¿Cómo nació en vos la vocación de escritor?
Supongo que alimentado por los relatos de mis padres. Todas mis casas tuvieron bibliotecas grandes. A mí y a mis hermanos nos contaban cuentos antes de dormir, o nos leían por ejemplo historias de “La Biblia” cuando éramos muy chicos. Y en todo evento festivo los libros fueron un obsequio constante. Recibí un “Todo Mafalda” cuando tenía 8 años. Quise hacer caricaturas pero nunca superé los monigotes. Ya de adolescente me regalaron la obra de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. El gusto por escribir nació por imitación, por tratar de hacer textos como los de esos autores, que para mí son como Charly y Spinetta en literatura nacional. Elegí mi carrera, Comunicación Social, para que mi vida girara en torno a las letras.
- Al momento de escribir, ¿te planteas caminos posibles? ¿Hay mucho de reescribir? ¿Sabes cómo empieza y hacia dónde va el texto, o te gusta que la escritura te sorprenda?
Generalmente se me ocurre una idea sintetizada de argumento. Cómo empieza y cómo termina. Pero en el medio, al conectar los puntos, pasan cosas y me dejo llevar por donde interpreto que va la historia. El estilo y detalles como la persona narrativa surgen también un poco por intuición. Corrijo mucho cuando considero que el texto vale la pena. Otros, pese a estar terminados, nunca van a salir del cajón de inéditos, porque son insalvables o no veo manera de rescatar la idea con que los concebí y que tan buena me pareció al comienzo. A esos no vuelvo. Sobre todo, textos, algunos incluso muy largos, de mis primeros años. Raras veces cambio puntos centrales del argumento, mucho menos un final. Pero siempre estoy tratando de pulir palabras, frases, descripciones, diálogos y demás. Hay relatos que los dejé descansar mucho tiempo, al punto de olvidarme qué decía y cómo, para corregirlos con ojos casi de un lector ajeno.
- ¿Hay metáforas en tus obras literarias con tu vida; sos alguno de tus personajes? ¿En tus trabajos hay ficción propiamente dicha?
Siempre se dice que toda obra es autobiográfica porque surge de la misma cabeza. Pero trato de no trasponer hechos o anécdotas puntuales de mi vida a los escritos. De hecho, al principio me costaba mucho mostrar mis relatos por ese prejuicio de que, quien lo leyera, pensara que estaba hablando de mí o de tal o cual persona. Por supuesto que mi vida, lo que veo, pienso y siento cada día es el combustible para un montón de relatos. Pero yo puntualmente no estoy en ningún relato, o estoy en todos, que es más o menos lo mismo. Entonces, sí hay ficción propiamente dicha. “El viento imaginario” no tiene nada que ver con mi vida, incluso con mi ciudad, porque transcurre en una población marítima. Hay algún apodo como el de un sujeto al que llaman “Pincha Focos” que me llega por anécdotas familiares, pero no mucho más. Incluso, muchas veces los personajes son seres despreciables o por lo menos que no piensan lo mismo que yo, porque parte del juego literario es tratar de salir del propio cascarón. Ahora me resulta divertido cuando alguien que me conoce lee un texto mío y cree reconocer a la figura o historia real detrás de la ficción. Algo sin dudas queda, es inevitable, pero trato de que no sea literal.
“Al principio me costaba mucho mostrar mis relatos por ese prejuicio de que, quien lo leyera, pensara que estaba hablando de mí o de tal o cual persona”.
- ¿Lo afectivo se entremete en tus textos? ¿Es imposible una narrativa sin pasiones?
Sin dudas. Amor, desamor, amistad, los miedos, el terror… Los argumentos no son infinitos. Pero el modo de reflejar esas emociones, lo que sienten y transmiten los personajes y sus vivencias, es lo que puede darle sentido a un texto. Eso no implica que, al estar feliz, voy a hacer textos luminosos y que, al estar triste, surjan historias oscuras. Pero el conocer, explorar y transitar esas emociones es muy valioso para luego recuperarlas de una forma que suene auténtica. Después hay también un ejercicio de imaginación, casi un juego actoral, de ponerse en papel de un personaje y tratar de pensar y sentir como lo haría este ante una determinada situación. Lo cierto es que una narrativa, si no contagia pasiones o emociones de cualquier índole, como en cualquier rama del arte, no veo que sirva para algo.
- ¿Te consideras un escritor compulsivo?
No creo ser compulsivo porque no consigo mantener el hábito de escribir todos los días o hay cosas que priorizo por encima de la escritura. Pero me encanta escribir y, al no vivir de la escritura, hago sacrificios y malabares grandes para encontrar horarios en los cuales poder hacerlo. A veces trasnocho o madrugo. O aprovecho cada oportunidad que se me presenta cuando una historia me tiene atrapado.
- ¿Eres de los que piensan que escribir es una manera de relacionarse con el mundo, para entenderlo y también entenderse uno mismo?
No sé si en algún momento me planteé la literatura con ese sentido. Creo que mi hábito de lectura, que sí es diario, pasa más por ese lado de descubrir y entender. Por supuesto que, como comunicador, no ignoro que detrás de la escritura hay también una necesidad o deseo de expresión, de conexión, de lanzar una botella al mundo. Pero los espacios de reflexión e introspección los encuentro en otras actividades, porque escribir demanda atención y esfuerzo. Por el contrario, escribir quizá es más útil como método de evasión.
- Háblanos de tu primer libro. ¿Cómo surgió la idea? ¿Fue el “lanzamiento” de tu carrera como escritor? ¿Qué hay de ese Manuel del primer libro aún; que cambió; qué evolucionó; cómo fuiste creciendo y reinventándote como escritor?
El primero, “Crónica de la ciudad que nació en los barcos” (2015), fue una colección de cuentos. Seleccioné lo mejor dentro de lo que había escrito en poco más de diez años, con mucho ejercicio de exploración y corrección en talleres. Me decidí a publicarlo justamente para tratar de dar un primer paso en ese mundo e ir conociéndolo desde adentro. Al releer algunos textos hoy, encuentro muchas cosas que cambiaría. Por eso mismo de incluir cuentos creados con años de diferencia, hay algunas disparidades en tonos y estilos. Aunque sigo creyendo que es un buen trabajo, bastante bien pulido y redondo en cuanto a la idea general que rodea al título y a todos los relatos, que empieza y termina bien, graficando cierta reflexión sobre una población que vive más o menos en estas latitudes pero mirando las luces de Europa, y el progreso, como pueden verlo las polillas o los animales que se quedan encandilados por las luces de un tren que les viene de frente, poblaciones o grupos que se mueven como las langostas, sin miramientos al pasado y futuro.
- ¿Qué escribías cuando eras chiquito?
Principalmente terror. Fue un género que, desde la literatura y el cine, me atrapó desde muy chico. Después descubrí la fantasía y el realismo mágico, que marcaron más mi rumbo posterior. En el medio también el periodismo, con crónicas, entrevistas y columnas que también son parte de mi día a día.
- ¿En tu familia hay otras personas que tienen que ver con la literatura?
Sí, mis papás y hermanos hicieron trabajos académicos, históricos e incluso poesía y canciones. Tengo la suerte de estar bien rodeado. Gabriel, mi hermano mayor, publica todo el tiempo trabajos periodísticos y ensayos. Mi hermana menor, Angie, acaba de lanzar su primera canción, compuesta en letra/música e interpretada por ella. En mi familia política también hay artistas increíbles. Este sábado 9, de hecho, tengo el honor de presentar en la Feria del Libro a mi cuñada, Florencia Vercellone, que acaba de publicar su segunda novela, y que además tiene dos libros de cocina, historia y cuentos escritos junto con su mamá, Beatriz Massola.
- ¿Qué aporta tu profesión de periodista a tu carrera literaria?
Mucho. Explorar géneros como la crónica, o los diálogos en entrevistas, me dio una gimnasia permanente sobre la escritura. Montones de mis cuentos son relatos del tipo periodístico. Además de que también, la interminable cantidad de historias a las que uno se abre al hacer periodismo, siempre sirve de inspiración para nuevas ficciones.
- ¿Quiénes son tus escritores referentes?
Hay una línea de cinco, en el fondo, a la que siempre vuelvo y que me defiende bien: Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Osvaldo Soriano, Quino.
- En el marco de una nueva Feria del Libro, ¿cómo ves la situación actual de la industria y la relación de la cultura con el Gobierno y sus conflictos?
Es una pena, en todas las ramas del arte, y de la cultura en general, el desfinanciamiento de programas que siempre fueron la plataforma de apoyo o lanzamiento de un montón de artistas emergentes, más allá de que la situación económica en general incide también en complejizar el ya de por sí complejo mundo artístico. Pero confío en que el arte suele ser bueno, e incluso mejor, en situaciones adversas, en donde se encuentra despreciado o perseguido por los organismos estatales, y que va a encontrar medios para seguir imponiéndose a cualquier figura de turno y ser el refugio, o la trinchera, de todos los que no se sienten identificados por una política determinada.
- Si tuvieras que decirle algo a alguien que recién empieza en esto de escribir, ¿qué le dirías?
Que lea mucho, de todo tipo, y que escriba, también de todo un poco. Que participe de talleres o espacios similares. Que someta sus textos a críticas, a concursos, y que no deje de escribir, incluso cuando no consiga el resultado deseado. Son pocos los que tienen la suerte de ser premiados o publicados en forma temprana. Para la mayoría no hay otro camino más que laburar mucho, paso a paso, incluyendo la autogestión. Hoy hay un montón de plataformas para difundir los escritos, fìsicas y virtuales; así que mucha práctica y paciencia.
- ¿Qué proyectos literarios o periodísticos tenés a futuro?
En primer lugar, la publicación de un documental periodístico, en formato audiovisual, titulado “Ese enigma llamado Valeria”. Está basado en un hecho ocurrido en San Francisco, investigado y guionado por mí, y se va a publicar en breve desde las redes de LA VOZ DE SAN JUSTO. Es un trabajo de años, muy ambicioso, que no tiene precedentes en la ciudad. Una historia justamente a lo Walsh, de buscar esas otras voces, los lados “B” de hechos que se consideran cerrados, los “fusilados que viven”.
Después, quizá para 2025, por un lado la publicación de un nuevo libro de cuentos, y por otro me gustaría recopilar algunas de las crónicas periodísticas de San Francisco y la región también trabajadas en estos últimos años para LA VOZ, en ciclos como “Historias extraordinarias”, “Cuna de la mafia” y “Quinta del Ñato”.
Tres infaltables en su biblioteca
“Cuando terminamos sexto grado, en vez de entregarle el guardapolvo a nuestros padres, nos hicieron darles un obsequio propio. Yo creo que era el único con un libro. Era “Cuando caiga el día”, de Marcos Khedayan, que lo escribió siendo adolescente. Fue un libro que me volvió loco. Una rareza de la época. Al día de hoy me parece increíble, incluso sospechoso, que lo haya escrito un pibe. De una u otra manera, es un libro que va a estar siempre en mi casa”, recordó Montali.
“’Rayuela’, de Cortázar, también regalo materno cuando terminaba la secundaria, es otro. Libro de lecturas interminables, si lo hay. “Operación masacre”, de Rodolfo Walsh, es el tercero, porque fue terriblemente conmovedor e inspirador para mí como periodista”, contó.
Fragmento de “El viento imaginario”
La primera persona
El viento imaginario empezó a hacerse sentir puntual en la fecha que los medios habían anunciado. La brisa tibia llegó desde el sur, con su carga de pasturas para ganado y abono, y se mezcló rápido con el aliento salado del mar. Pegajosa, alborotó cabellos, levantó polleras y desparramó números y letras del calendario de octubre. Yo tenía unos doce años y la sentí en los ojos, que se me llenaron de polvillo, una nostalgia que no entendía y lágrimas, mientras jugaba a trepar los vagones de los ferrocarriles y saltar al suelo cuando se ponían en marcha.
Estábamos alertados por las noticias que nos habían llegado de las poblaciones vecinas. De todas formas, el fenómeno tomó a todo el mundo desprevenido. En mi familia las cosas cambiaron bastante rápido. Papá era viajante y la brisa lo recluyó en un pueblo con el nombre de un santo que jamás existió, a salvo de cualquier inclemencia, con otra familia. A la vieja, el viento la agarró justo al borde de un acantilado, ahí donde anidaban los pájaros carroñeros que en esos días graznaban como locos, sin que nadie los escuchara. A ella tampoco la escucharon, por culpa del silbido molesto de la borrasca. Unos pescadores, cansados de que se les enredaran las líneas y la marea les arrastrara las redes, encontraron el cuerpo entre las piedras. A mi hermano mayor también lo empujó lejos de casa, con una novia de turno que interpretó que ésa era la señal que esperaba para largar el trabajo y salir a recorrer el mundo. Yo quedé solo en una casa en la que golpeaban los postigos y las puertas, en la que el perro ladraba todo el tiempo y la comida no se calentaba, porque no había hornalla que resistiera el soplido imaginario.