Análisis
Deporte y preocupante clima de época
El desmadre organizativo de la Copa América realizada en los Estados Unidos no impidió que crecieran las raíces de posturas nacionalistas y teorías conspirativas que rompen con la tradicional hermandad de los pueblos latinoamericanos, más allá de cualquier enfrentamiento deportivo.
Grandes competiciones deportivas internacionales finalizaron hace pocos días y fueron motivo de amplias coberturas de los medios de comunicación de todo el mundo. No solo se reportaron los resultados y el modo cómo se desarrollaron los acontecimientos en los campos de juego. Hubo lugar también para reflejar un estado de cosas que, para muchos, es consustancial a la competencia. Sin embargo, sin embargo, lejos está de poderse considerar como normal.
En la era de la desinformación, las teorías conspirativas y la posverdad asoman perfiles preocupantes de circunstancias que lejos están de ser parte del verdadero espíritu de la competición deportiva. El racismo, el nacionalismo pésimamente entendido, las denuncias sin sustento, el insulto y las interpretaciones aviesas han sido manifestaciones frecuentes que, potenciadas por la intolerancia generada por las redes sociales, influyen en los comportamientos de los aficionados. Muchos de los cuales se transforman en verdaderos energúmenos.
El fútbol, por cierto, es la disciplina en la que el espeso clima social y político se inmiscuye hasta en los aspectos más lúdicos. Pero también situaciones de agresión y discriminación se han dado en otros deportes menos pasionales. Así queda certificado si se toman en consideración algunos episodios ocurridos en la última edición de uno de los torneos más tradicionales del tenis mundial. En Wimbledon se escucharon epítetos agresivos con la nacionalidad de uno de los más grandes tenistas de la actualidad y se vivió una escena impensada cuando ese deportista se enfrentó con el público que lo abucheó durante horas.
Los cánticos racistas fueron muchos en la última Eurocopa. Si bien fueron contenidas a tiempo, alcanzaron a mostrar cómo la intolerancia y el desprecio por el semejante pueden expresarse en toda su dimensión cuando el adversario representa a otro país. Potenciados por canales de comunicación –tradicionales o no- en los que el discurso agresivo y nacionalista se confunde con la pasión, la magnífica y bien organizada competencia europea dejó algunos episodios más que cuestionables en ese sentido. Y todo ello pese a que la final de la copa se disputó en un estadio que, en sí mismo, se ha convertido en un símbolo del triunfo de la racionalidad por sobre el fanatismo racista: el Olímpico de Berlín.
El desmadre organizativo de la Copa América realizada en los Estados Unidos no impidió que crecieran las raíces de posturas nacionalistas y teorías conspirativas que rompen con la tradicional hermandad de los pueblos latinoamericanos, más allá de cualquier enfrentamiento deportivo. La batahola entre uruguayos y colombianos dentro de un estadio fue la cara visible de un fenómeno que escaló a niveles preocupantes en las redes sociales. Desinformaciones, imágenes trucadas o fuera de contexto, acusaciones sin sustento y agresiones verbales muy subidas fueron una constante. Basta un somero repaso por los canales de comunicación masivos de la actualidad para tomar nota del riesgo existente si esta escalada continúa.
Se afirmará que solo se trata de chicanas y de folklore del fútbol. Sin embargo, los discursos públicos exceden por lejos aquella realidad. Difunden desinformación, atacan a personas de otras nacionalidades y originan innumerables teorías conspirativas. Se transforman en el arma preferida para descalificar y discriminar. Incluso cuando se los enmascara en forma de “meme”. Un ejemplo: circuló masivamente un tuit con dos formaciones de la selección de Canadá. La primera de la década de los 90, todos jugadores de raza blanca y la segunda, actual, en la que se aprecia diversidad racial. El texto aludía a que esta transformación se produjo como consecuencia del cambio climático. Racismo en estado puro. Una broma de pésimo gusto, creada por alguien que ignora la virtuosa política de integración que Canadá lleva adelante y que debería ser imitada en varias otras naciones.
El deporte no es la guerra. Ni tampoco en su espíritu anida la intención de dar batallas culturales. Que la política y la economía de un país dependan de un resultado deportivo es una anomalía generada por la multiplicidad de intereses en juego, por la corrupción y la impunidad que arrastran a millones de seres humanos a tener la idea de que en estos eventos deportivos está en juego la vida, el orgullo nacional o la supervivencia de un pueblo. El clima de época de no ayuda para nada. Y estamos también a nada de que comiencen los Juegos Olímpicos.