Editorial
Deportaciones, padecimientos y esperanzas
El caso de Artemis Ghasemzadeh -relatado por el diario The New York Times- ilustra el drama de miles de inmigrantes que, perseguidos en sus países de origen, buscaron refugio en Estados Unidos solo para encontrarse con un sistema migratorio cada vez más restrictivo.
"La primera vez que entró en una iglesia fue durante una visita a Turquía. Recuerda que sintió una sensación de calma tan abrumadora que compró una pequeña Biblia. La envolvió en su ropa y la llevó de contrabando a su ciudad natal, Isfahán, en el centro de Irán. La conversión de Artemis Ghasemzadeh del islam al cristianismo ocurrió en un periodo de varios años, a partir de 2019, a través de una red iraní de iglesias clandestinas y clases secretas por internet. Hace tres años la bautizaron y, en sus propias palabras, “renació”. Convertirse fue colosalmente arriesgado. Aunque los cristianos nacidos en la fe son libres de practicarla, abandonar el islam por otra religión es blasfemia según las leyes de la sharía iraní y se castiga con la muerte. Algunos miembros de su grupo de estudio de la Biblia fueron detenidos. Así que, en diciembre, Ghasemzadeh partió hacia Estados Unidos”.
El caso de Artemis Ghasemzadeh -relatado por el diario The New York Times- ilustra el drama de miles de inmigrantes que, perseguidos en sus países de origen, buscaron refugio en Estados Unidos solo para encontrarse con un sistema migratorio cada vez más restrictivo. Su historia es la de una persona que, al convertirse al cristianismo en Irán, enfrentaba la amenaza de persecución y muerte. Sin embargo, al llegar a suelo estadounidense, en lugar de encontrar la seguridad prometida, se enfrentó a un proceso migratorio terminó con su deportación.
La política migratoria actual de Estados Unidos ha adoptado un enfoque de mayor endurecimiento, priorizando la seguridad fronteriza por encima de la protección de los derechos humanos de quienes huyen de la persecución. Esto genera una contradicción moral evidente: el país que históricamente se ha presentado como refugio para quienes buscan libertad religiosa y política, ahora cierra sus puertas a quienes más lo necesitan.
Es fundamental que la política migratoria contemple los casos de personas como esta joven iraní, quien emigró solo para salvar su vida. Justamente, la deportación de estos individuos equivale, en muchos casos, a una sentencia de muerte. Se necesita un enfoque humanitario que garantice procesos justos, en los que se evalúe cada caso con sensibilidad y respeto a los derechos fundamentales.
La humanidad asiste a una realidad en la que la empatía, la solidaridad y la tolerancia parecen ser valores del pasado, incluso en varios regímenes gubernamentales que se afirman como democráticos y respetuosos de esos principios de convivencia. La inmigración forzada es una realidad global que implica un desafío mayúsculo. No se trata de avalar cualquier situación, pero sí de contemplar cuestiones que hacen a la justicia y a la vigencia de un verdadero humanismo, coherente con valores de los que Estados Unidos se proclamó paladín durante la mayor parte de su historia.
No obstante, queda la esperanza, aunque pueda sonar a ingenuidad o utopía. La joven iraní escribe un diario personal en el que se puede leer: “Solo un milagro nos salvará. Creo que llegará pronto. Puedo sentirlo en mi corazón”.