Sociedad
Cuando San Francisco “ardió” por una barra de hielo
¿Sabías que hace 40 años el hielo se vendía en barras?, lejos de los rolitos congelados y en bolsas que existen hoy. Conocé esta historia.
En la actualidad, conseguir hielo lleva solo unos pocos minutos. Y eso porque tenemos que ir al congelador y sacar la cubetera. También es posible adquirir una bolsa en cualquier quiosco o estación de servicio. Sin embargo, durante mucho tiempo, hasta bien entrado el siglo XX, el hielo era una pieza codiciada.
Mucho más si llegaban las fiestas de fin de año y el verano. Había una rutina incorporada en los vecinos: ir, en casos todos los días, a la fábrica a buscar pesadas barras de hielo para refrigerar sus alimentos y bebidas.
La costumbre de ir a comprar el hielo se perdió con los adelantos tecnológicos que proveyeron las heladeras y freezers. Pero dejó en el recuerdo algunos episodios llamativos y particulares. Por ejemplo, lo ocurrido en la primera semana de enero de 1947, cuando la ciudad “ardió” de bronca por el malestar de generó el precio de las barras. Tanto fue así que este diario se hizo eco de la noticia.
Para aquella época trabajaban a destajo las hielerías en la ciudad. A una cuadra del viejo edificio de LA VOZ DE SAN JUSTO funcionaba la de Cartier. El local estaba ubicado en la esquina de la actual calle Fleming (antes Catamarca) y bulevar 9 de Julio. Perteneció al hijo de Raimundo Cartier, quien fue presidente de la Primera Comisión de Fomento de San Francisco, en el año 1893. Ingeniero de profesión, fue el encargado de proyectar el trazado de las anchas calles del ejido urbano de la ciudad, de acuerdo al Centro de Estudios Históricos.
El estío se hacía sentir en aquel verano de 1947. Fue tal la demanda de hielo que el tremendo calor provocaba que, el 5 de enero de 1947, los vecinos se enojaron con el señor Cartier por “hacer escasear” lo que en esas condiciones era “oro blanco” y venderlo a precios excesivos, en días en que la temperatura derretía todo.
Bajo el título “La falta de hielo en nuestra ciudad”, el artículo periodístico de este diario comentaba: “Nuestra ciudad, afectada por la ola de calor que se hace sentir en todo el país, ha sabido soportar elevada temperatura la semana concluida. Y ha sido suficiente este primer real amago de verano para que toda la población sintiera, como pocas veces, la falta de hielo”.
El relato seguía indicando que “el hecho apuntado no remitiría en si más importancia que la de ser el resultado de una previsión o falta de cálculo de los establecimientos que fabrican hielo, pero sí encierra gravedad el rumor circulante en el sentido de que se lo vendiera a precio excesivo, explotando para ellos la desusada demanda resultado del calor que no declina”.
“De ser fundado tal rumor, las autoridades correspondientes deberán intervenir a objeto de que tal maniobra no se repita y llegado el caso, aplicar las sanciones pertinentes”, editorializó LA VOZ DE SAN JUSTO.
La historia de las barras de hielo en San Francisco
El hielo se vendía en barras, lejos de la oferta que desde hace unos 40 años comenzó a imponerse con los rolitos congelados y en bolsas.
De acuerdo al relato de Arturo Bienedell, del Archivo Gráfico y Museo Histórico de San Francisco, “existían tres fábricas en la ciudad: la de Cartier, en la primera cuadra de calle Fleming; la "San Carlos", en Garibaldi e Independencia -en un edificio que aún existe y desde donde se distribuía la cerveza San Carlos-, y el frigorífico Felmar, en la ruta 19, en las afueras del pueblo”.
Cuando llegaban los fines de semana y, en especial, las fiestas, desde la mañana de esos días, se formaban filas de centenares de vecinos que concurrían a comprar hielo en barra, media o un cuarto de barra. Eran aquellos que no lo adquirían, habitualmente, a un distribuidor. Luego de larga espera, iban pasando para comprar el valioso elemento que apenas duraría unas horas.
“El hielo se compraba en la fábrica o al repartidor a domicilio. La barra completa pesaba 25 kilos, pero una familia, ordinariamente, adquiría un cuarto que era suficiente para enfriar algunos productos en la heladera durante 24 horas. Algunos compraban un cuarto para la conservadora y un octavo para "picarlo" y usarlo en vasos, a forma de cubitos para enfriar las bebidas en forma individual”, contó el periodista.
Bienedell agregó que “el vendedor domiciliario se trasladaba en un carro tirado por un caballo. Pero se trataba de un carro especial, generalmente con cobertura metálica e interior de madera o con algún tipo de aislante de la temperatura, que permitía la conservación del hielo mientras iba por la ciudad al rayo del sol”.
¿Cómo se usaba?
“El trozo de hielo - expresó Bienedell- se solía envolver en una tela. A veces lo ideal parecía ser la arpillera, y así se lo colocaba en un espacio superior de la heladera desde donde refrescaba por 24 horas todo su interior”.
“Para usar trozos pequeños, con un filoso estilete se lo picaba y se colocaban en los vasos para enfriar la bebida. En los casos de reuniones más numerosas, se solía comprar media barra, o una barra, se la picaba en cientos de trozos y se ponían en un fuentón metálico, donde se colocaban las botellas y sifones desde la mañana. Todo se cubría con una tela y para la hora de la cena, la bebida estaba a punto de frío para los consumidores” relató.
La evocación de aquel episodio en el que los sanfrancisqueños “ardieron” por las altas temperaturas veraniegas y también por el malestar que provocaba el precio del hielo, permitió también traer al presente el recuerdo de una situación de la vida cotidiana que, durante décadas, formó parte de las costumbres sanfrancisqueñas.