Fútbol
Corzo y la atajada de su vida
El arquero y referente del Club Atlético La Milka, Leandro Corzo, habló de las vicisitudes que debió afrontar en su lucha contra un tumor que alteró su funcionamiento hormonal.
La de él es otra historia de resiliencia que vale la pena ser contada. Hace tres años le detectaron un adenoma de la hipófisis, tumoración benigna que alteró su funcionamiento hormonal, una situación límite que a Leandro Javier Corzo (36) lo puso contras las cuerdas, a punto de tirar la toalla, aunque supo aferrarse a los afectos para recobrar fuerzas y sobreponerse a la adversidad.
Consultas médicas y estudios de complejidad, un paso por el quirófano para resolver daños colaterales del inesperado invasor, idas y vueltas con muchos kilómetros recorridos, voces de aliento, cadenas de oración, horas de incertidumbre, conformaron la escenografía de aquellos días oscuros.
En verdad, “película de terror” que lo tuvo como protagonista, pero cuyo guión tuvo un final feliz. La medicina encontró la fórmula de combatir la traicionera enfermedad y bajo tratamiento mediante, pudo salir adelante.
Después de un año y medio, regresó a su actividad laboral como también volvió al fútbol, su gran pasión. De esa manera se calzó los guantes de arquero en La Milka, su entrañable club, que lo transformó en el espejo donde puedan mirarse todos sus chicos como claro ejemplo de superación.
La historia
oficial
En diálogo con LA VOZ DE SAN JUSTO, Leandro contó la difícil experiencia vivida. “En junio de 2020 empecé con los primeros síntomas, me dolían las piernas, la cabeza, y por insistencia de mi novia (Ana) que fue mi “bastón” porque cuando no podía caminar iba agarrado al hombro de ella, fuimos al médico. Como era tiempo de la pandemia parecía que lo mío estaba relacionado con el Coronavirus, me hicieron análisis pero no había un diagnóstico claro”.
“Me derivaron a otro profesional y me dijo que sería un tumor neuroendócrino que estaba afectando el sistema hormonal. Entonces viajé a Córdoba donde me puse en manos de distintos profesionales porque los síntomas se redoblaban y tenía mucho dolor abdominal”.
“En abril de 2021 me hicieron una laparoscopía para saber si el tumor estaba en los intestinos, una cirugía que iba a ser de una hora y un día de internación, terminó siendo de 4 horas y pico y tuve una semana internado porque tenía los intestinos estrangulados con la apéndice complicada”.
“Parecía que podía andar bien pero a los 20 días volvieron los mismos síntomas, incluso me olvidaba de las cosas, hasta que una tomografía mostró que tenía un adenoma en la hipófisis, que es la glándula que maneja todos los sistemas, así que tenía nódulos en el riñón, ganglios en el mesocolon, pólipos en el estómago, endurecimiento de las piernas, pérdida de peso”.
“Pero gracias a la firma en donde trabajo, me consiguieron para hacerme atender en el Instituto Fleni de Buenos Aires. Fue un tiempo de mucho desgaste, análisis, estudios, pinchazos, y todos los días me iba apagando un poco más. Hicimos varios viajes, controles y estuve una semana internado”.
“Estaba la posibilidad de tratarlo con una medicación para ver si se podía encapsular, gracias a Dios la toleré bien y comencé con sesiones de kinesiología que en su momento mi mayor alegría fue volver a sentir las piernas. Así también empecé a trabajar con diferentes profesionales en mi retorno a las actividades”.
“Hice controles semanales, y el tumor está igual, no es grande. Estaba la posibilidad de operar, pero como es pequeño y está alojado en la parte exterior, además como la medicación fue efectiva y con mi mejoría, no hizo falta”.
El amor es
más fuerte
Un intruso que castigó su cuerpo hasta hacerlo flaquear, llevándolo al punto de auto cuestionar su suerte, aunque supo reaccionar con el acompañamiento espiritual de mucha gente, el amor de su familia, principalmente el sostén de su sobrina Alfonsina, una suerte de “angelito de la guarda” a la que desde entonces lleva tatuada en su piel.
“En principio estaba tranquilo, confiado, pero después de tantos pinchazos, estudios, dolores, empecé a pensar lo peor. La vez que tuve más miedo fue la noche previa a la cirugía en Córdoba, en cierto modo me despedí de mis seres queridos. También hubo momentos en que quise tirar la toalla pero el nacimiento de mi sobrina y ahijada Alfonsina que vive en Arroyito fue mi motivo de recuperación, tal es así que la llevo tatuada en mi pierna”.
“Pasé por varios estados emocionales, al principio me cuestione porque a uno pero con el tiempo te das cuenta de porque no a uno, soy creyente, hubo gente de distintas religiones que se acercaron, me regalaron presentes y me pusieron en oración. Siempre tomé todo y lo agradecí porque fueron gestos lindos”.
Con otra
mirada
El duro momento lo llevó ahora a tener otra perspectiva de su paso por la vida terrenal, a tener una mejor valoración de las circunstancias, no abandonar las responsabilidades pero sí disfrutar de los momentos.
“Una persona que aprecio mucho me dijo, ya eras maduro, pero con lo que viviste maduraste como una persona de 60 años. Hoy disfruto del momento y lo principal que elijo dónde estoy, con quiero estar y dónde estoy lo hago física y mentalmente, porque a veces uno está en un lugar pero con la cabeza en otro, aprendí a llevar un orden de prioridades”.
“Mis principales motivos de no rendirme fueron Ana, Alfonsina, mi mamá Iver, mi papá Omar, mi hermano Diego, la categoría 2011 de Deportivo Oeste que en ese tiempo dirigí, mis compañeros de trabajo, mis compañeros del baby, del secundario, y mucha gente del fútbol, en los clubes que jugué, de La Milka. Fueron muchas las muestras de cariño”, destacó.
De regreso a
su pasión
Capeado el temporal, Leandro, retomó su actividad laboral, pero en forma paralela, se vio seducido por la posibilidad de jugar al fútbol otra vez y qué mejor hacerlo en La Milka, la entidad de sus amores. De ahí entonces volvió a calzarse el buzo y los guantes.
“Estuve un año y medio sin trabajar, tiempo en el que mis patrones me esperaron, me ayudaron, fueron meses y meses de kinesiología, gimnasio, y el 26 de febrero de este año me autorizaron hacer alguna actividad física si me aminaba, mientras sigo con los controles médicos y un plan nutricional”.
“Del 2016 hacía que no jugaba, por una cuestión de tiempos y de edad, pero cuando pasaba al frente del club sentía las ganas de sumarme a colaborar. Un día me abrieron las puertas y empecé a entrenar, el 5 de mayo se dio la oportunidad de jugar, no lo esperaba, así que volví después de varios años a ponerme la camiseta. Casualmente el día que volví se cumplían dos años de estar internado en Buenos Aires, fue una situación emocional muy fuerte”, recordó quien hizo el baby fútbol en el Club Tarzanito.
Orgulloso de
ser “quintero”
De regreso a las canchas, el experimentado arquero no solo lleva feliz el brazalete de capitán, sino que refleja orgulloso su sentido de pertenencia con la institución “quintera”.
“Me acuerdo que en el momento que estábamos por entrar a jugar en mi retorno, Lautaro Godoy quien era el capitán me dio la cinta porque me dijo que no solo era un referente dentro de la cancha sino de la vida, un gesto inolvidable, así que es un rol que trato de cumplir transmitiendo valores a los más chicos”.
“Disfruto mucho estar en La Milka, lugar donde crecí, aprendí, donde el sentido de pertenencia prevalece y por eso elegí estar en el club, ahora colaborando adentro de la cancha pero en un futuro también lo voy a hacer desde afuera”.
“Aprovecho esta oportunidad para decir que es un club de barrio, que tiene una imagen equivocada, porque ahí todo se hace a pulmón, los dirigentes se esfuerzan mucho para contener a muchos chicos. Así que fue muy lindo volver”, subrayó.
Finalmente Leandro dejó un mensaje esperanzador para quienes están atravesando una difícil situación.
“Solo puedo decir que nunca hay que bajar los brazos, no darse por vencido e intentarlo, fue una prueba que me puso la vida y pude superarla, pero te repito, la mayoría de la fortaleza me la dieron Alfonsina, Ana y mi familia”, cerró a quien un complicado rival le planteó un duro partido, lo asedió por largo tiempo, metiéndolo contra su arco, aunque supo resistir con guapeza y fe. En rigor de verdad, la atajada de su vida.