Cultura
Borges, el visitante admirador y crítico de Lugones, el exvecino
En el marco de la Feria del Libro, con nuestra ciudad tomada arbitrariamente como “paisaje” común, se evoca la relación “cambiante” entre dos de los más grandes literatos argentinos. Uno vivió aquí cuando San Francisco era una aldea. El otro, visitó la ciudad en 1956 para dictar una conferencia sobre la filosofía platónica en los salones del Jockey Club.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
La ciudad está viviendo este fin de semana una fiesta de la cultura. La Feria del Libro se desarrolla con el éxito esperado y demuestra que el placer por la lectura y la afición literaria no son costumbres perdidas en el maremágnum promovido por la revolución digital. Destacadas figuras de la literatura regional, provincial y nacional se dieron cita aquí para participar de las distintas actividades de una feria que, cada año, va adquiriendo más importancia. Son los escritores quienes engalanan el evento, le otorgan prestigio y le permiten trascender las fronteras lugareñas.
En este marco, la 6ª edición de la feria habilita la intención de rememorar aspectos de la relación que tuvieron dos de las máximas figuras de la literatura argentina. Lo hacemos, permítase la licencia, tomando como paisaje a San Francisco, siendo que ambos caminaron por estas calles, aunque en distintas épocas.
El primero vivió aquí en los tiempos en los que nuestra ciudad todavía era una aldea. Hasta hace algunos años, en un solar de calle Iturraspe, una placa recordaba que en ese domicilio vivió Leopoldo Lugones, quien fue vecino de la ciudad entre fines de 1894 y mediados de 1895, trabajando como escribiente de un estudio notarial y tramitador. Aún no había nacido el poeta que, medio siglo después, siendo un confeso admirador del escritor nacido en Villa de María del Río Seco, visitó la ciudad para dictar una conferencia. Para muchos es el máximo exponente de la historia de la literatura nacional: Jorge Luis Borges.
Son varios los estudios literarios que establecen similitudes entre los dos autores. Por ejemplo, en el ensayo “Borges y Lugones, historia de una secreta discrepancia” el filólogo español Luis Veres señala que “ambos, indiscutiblemente, fueron dos innovadores: Lugones, como puente entre el modernismo y el movimiento de avanzados, reunido en torno al círculo martinferrista, tal como lo sitúa Nelson Osorio y Borges como exponente pleno del vanguardismo argentino y como creador de un nuevo tipo de relato. Como Cervantes, Joyce, Proust o Kafka, el lector obtiene la impresión de que en sus libros se concentra la densidad de toda la literatura. Sin embargo, esta afinidad creo que sugiere unos orígenes que hay que buscar principalmente en dos autores: Darío y Walt Whitman, los cuales parecen influir en la riqueza de léxico, en la brillante adjetivación y en la innovación metafórica”.
Más allá de lo estrictamente literario, quizás Borges no conoció la vinculación de Lugones con la ciudad a la que visitó el 14 de agosto de 1956. Pero, aunque tan solo por un día, recorrió las mismas calles por las cuales transitó el autor al que “quería parecerse”, según el retrato detallado que Estela Canto hizo en su libro “Borges a contraluz”, en el que habla “del Borges vivo, del hombre que conocí. Lo presento en una dimensión que se ignora, a través de las cartas que me escribió, aunque todo el tiempo indago la relación entre el hombre y su obra, explicando a ésta por aquél y a aquél por ésta”. Gracias a la relación afectiva – amorosa que mantuvo que mantuvo la autora con el genial escritor, se conocen numerosas anécdotas de su vida y los rasgos de su peculiar personalidad.
“Quería parecerse a Lugones porque éste era el poeta de moda entre los escritores jóvenes de entonces. Como Lugones, cantó a las lunas suburbanas, a patios, a las novias nostálgicas. Estaba prisionero en el damero interminable de Buenos Aires y creía que nunca iba a salir de él”, escribe Canto, quien –por el contrario- nunca tuvo al poeta nacido en el norte cordobés como uno de sus preferidos. Así, señala que “Georgie”, tal su apodo, “siempre había admirado a Leopoldo Lugones. Durante años yo había intentado infructuosamente minar su lealtad a esta figura literaria tan sobreestimada. Él había decidido admirar a Lugones y en las Obras Completas de 1972 lo evoca con admirativa docilidad”.
Mario Vargas Llosa, en “Medio siglo con Borges” confirma esta admiración cuando retrata al autor de El Aleph: “Perdió la vista hace treinta años y desde entonces le leen. Lo hace su hermana Norah, sobre todo, y los amigos que lo visitan. Es sumamente tolerante con las oleadas de periodistas de todo el mundo que quieren entrevistarlo. Los recibe y les regala algunos de esos retruécanos e ironías que ellos suelen malinterpretar. En pago de servicios, pide que le lean un poema de Lugones”.
No obstante, la relación de Borges con quien fuera vecino de San Francisco en aquellos primeros tiempos fue cambiante a lo largo de los años. Alejandro Vaccaro, en “Borges, vida y literatura” expresó que “en un primer tiempo, el joven poeta iba a discrepar, polemizar, y hasta mostrarse irreverente con Lugones para, años más tarde, declararle una admiración sin reticencias”.
Borges se quejó del olvido al que fue sometido el Lugones escritor. Dijo en una entrevista que “yo sólo soy un tardío discípulo de Lugones, en mi país, que fue, a su vez, un tardío discípulo de Poe. He hablado siempre de Lugones. Ahora está casi deliberadamente olvidado porque como empezó siendo anarquista, luego socialista, luego partidario de los aliados en la Primera Guerra Mundial, es decir, demócrata, y luego se convirtió al fascismo, la gente lo juzga por esa última posición política suya, pero él jamás medró en ninguno de esos cambios y era un hombre muy recto. Juzgar a un escritor por sus ideas políticas es frívolo y superficial”.
De todos modos, no eludía críticas a la personalidad del cordobés. Lo calificó de “desdichado y desagradable”. En un encuentro, relata Borges, “me animé a hablarle de Paul Groussac”. La respuesta de Lugones tuvo seis palabras: “Un profesor francés. Punto. Ya lo olvidarán. Punto y aparte. Uno se cansaba de que cuando estaba con una persona Lugones terminara todos los temas, salvo en el caso de los cuatro poetas esenciales para él: Homero, Dante, Hugo y Walt Whitman”.
Estas idas y vueltas en la mirada de Borges se manifestaron en el ensayo que escribió sobre la obra del escritor cordobés. Allí expresó que “Lugones encarnó en grado heroico las cualidades de nuestra literatura, buenas y malas. Por un lado, el goce verbal, la música instintiva, la facultad de comprender y reproducir cualquier artificio, por el otro, cierta indiferencia esencial, la posibilidad de encarar un tema desde diversos ángulos, de usarlo para la exaltación o para la burla”.
Asimismo, recuerda Vaccaro en la obra citada líneas arriba, que, en 1955, Jorge Luis publicó en colaboración con Betina Edelberg un ensayo dedicado enteramente a la obra del autor de Las montañas del oro, y cinco años después, el 9 de agosto de 1960, Borges escribió, en el prólogo para su libro El hacedor, encendidas palabras de elogio y admiración en medio de un sueño que jamás se ha cumplido.
En ese prólogo, Borges imagina un encuentro con Lugones: “Cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría. En este punto se deshace mi sueño, como el agua en el agua. La vasta Biblioteca que me rodea está en la calle México, no en la calle Rodríguez Peña, y usted, Lugones, se mató a principios del treinta y ocho. Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me digo) pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado”.
Aquella conferencia borgiana en San Francisco
Años atrás, en este diario, se recordó la visita del genial escritor a nuestra ciudad. “Fue en la tarde del 14 de agosto. Borges se presentó en las instalaciones del Jockey Club de calle bulevar. 25 de Mayo para conferenciar sobre "Filosofía Platónica". Estuvo acompañado por el decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, Víctor Massut, y el profesor de Introducción a la Literatura de la misma casa de estudios, Emilio Sosa López. Fue declarado Huésped de Honor por el comisionado municipal, Alfredo Ricotini”.
La publicación de este diario en aquella ocasión se explayó sobre las virtudes de la obra borgiana: “La generosa contribución de Jorge Luis Borges a la tarea cultural en que está empeñada su obra merece ser destacada en el doble sentido de su mérito científico y de su aportación humana”. Agrega que “por la diafanidad y belleza de su estilo, la ponderación de su juicio, el vuelo creador, a veces de doliente y delicado escepticismo, que corre por las venas de sus libros y por la manifiesta universalidad de su pensamiento, visible aun en la exaltación individual de los valores que acusa el genio nativo, Borges ha alcanzado en América y Europa, tal prestigio que su nombre figura entre los más prominentes literatos, críticos y humanistas contemporáneos”.