Análisis
Belgrano, lecciones y educación
Cada 20 de junio, en el aniversario de su fallecimiento, la vida del prócer vuelve a resplandecer. Se erige como un faro que debería iluminar la realidad nacional. Sin embargo, hoy es una misión muy difícil encontrar oídos prestos a atender sus palabras.
Manuel Belgrano es recordado por muchas de las facetas que lo distinguieron durante su intensa vida pública en los primeros años de la Patria. Como abogado, periodista y militar, los hechos en los que participó han sido narrados por muchos historiadores, quienes destacaron su personalidad única y su inquebrantable voluntad de servir a la Patria naciente, más allá del legado perenne de la Bandera que nos identifica ante el mundo.
Cada 20 de junio, en el aniversario de su fallecimiento, la vida del prócer vuelve a resplandecer. Se erige como un faro que debería iluminar la realidad nacional. Porque Belgrano pensó primero y luego actuó. Lo hizo con una coherencia que escasea en tiempos en los que las palabras y los actos suelen estar desvinculados. Y, peor aún, a casi nadie le importa que esto suceda. Toda su vida es una enseñanza en sí misma. Sus lecciones se extienden a todos aquellos que buscan nutrirse de su pensamiento para encarar la titánica empresa de construir una Nación.
Se recuerda siempre su participación en la Revolución de Mayo y también sus gestas militares al frente del Ejército del Norte, además de la creación de la enseña patria. Pero Belgrano hizo mucho más. Sus reflexiones permiten establecer que, en variadas temáticas, fue un precursor. En este marco, su pensamiento sobre el valor de la educación para un pueblo adquiere notoria vigencia, frente al panorama estrecho y opaco en el que se desenvuelve el sistema escolar en la actualidad.
En la biografía del prócer escrita por el historiador Daniel Balmaceda se lee: “Belgrano opinaba que había que instalar escuelas gratuitas en todo el territorio, para que no solo aprovecharan los beneficios de la educación aquellos que podían costearla u obtener una beca. Sí, señor. Más de diez años antes de que los padres de Sarmiento siquiera se conocieran, Belgrano ya clamaba a favor de la educación gratuita”. Todo un adelantado.
Desde los tiempos coloniales, el creador de la Bandera pregonaba la idea de crear esas escuelas porque a las personas más necesitadas había que “inspirarles el amor al trabajo para separarlas de la ociosidad, tan perjudicial”. Estas escuelas “deberían ponerse con distinción de barrios y deberían promoverse en todas las ciudades, villas y lugares que están sujetos a nuestra jurisdicción”, aconsejaba.
Es conocido el pasaje de su vida en el que dona para la construcción de cuatro escuelas –que se construyeron más de un siglo después- la suma millonaria que recibió como premio por haber contenido el avance realista en el norte del país. En su nota de rechazo escribió que “ni la virtud ni los talentos tienen precio, ni pueden compensarse con dinero ni degradarlos”. Porque, para Belgrano, nada había más despreciable “para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos, que el dinero o las riquezas”.
Estas últimas palabras resuenan una y otra vez. Sin embargo, hoy es una misión muy difícil encontrar oídos prestos a atenderlas.