Análisis
Auge de la ciberdelincuencia
La prudencia es el mejor consejo. La naturalidad con la que nos enfrentamos a estos sistemas digitales abre la puerta a la falta de prevención.
De acuerdo al Observatorio de Cibercrimen y Evidencia Digital en Investigaciones Criminales de la Universidad Austral, las estafas digitales crecieron cerca de un 200 por ciento en el año 2022, respecto de 2021. Se registraron, promedio, casi 5 mil fraudes mensuales.
Entre los delitos más recurrentes, destaca la técnica de usurpación de identidad llamada “Phishing”, el cual tiene como fin engañar a un usuario para obtener información confidencial de forma fraudulenta y de esta forma apropiarse de la identidad de esas personas. De acuerdo con el reporte, esta estrategia se implementa en un 25% en la modalidad de “Vishing”, es decir, fraudes mediante llamadas telefónicas. En esa misma línea, el organismo advirtió sobre el apoderamiento de datos personales para estafas bancarias a través de correos electrónicos. Si bien afirman que este tipo de maniobras no son nuevas, por lo general suelen cambiar la fachada utilizada para presentarse ante diferentes grupos de víctimas.
Otros datos significativos del estudio revelan que al menos el 20% de los usuarios sufrió al menos una estafa el año pasado. Y el 18% de los comerciantes también pasó por circunstancias similares. Es muy significativo, además, el número de personas a las que les robaron sus tarjetas o los datos de las mismas. Al mismo tiempo, los hackeos a las billeteras virtuales o cuentas de homebanking llegan a porcentajes cercanos al 20%.
El informe constata una verdad incontrastable: los dispositivos tecnológicos digitales son tanto un espacio para el encuentro y la socialización como también para el delito y el crimen. Son una riqueza enorme para el progreso del ser humano. Pero su utilización no ética supone un riesgo mayúsculo que expone a las personas a sufrir consecuencias que pueden ser devastadoras.
En este marco, la prudencia es el mejor consejo. La naturalidad con la que las personas nos enfrentamos a estos sistemas digitales abren la puerta a la falta de prevención, incluso en las transacciones más sofisticadas. El uso del instrumento digital implica estar alerta frente a cualquier trámite y a la recepción de información de dudoso origen. Y también a dar aviso a las autoridades no solo cuando se es víctima, sino también si se tiene la seria sospecha de que se está tramando un delito.
Por cierto, no es sencillo para el usuario común desenmascarar a los ciberdelincuentes. Porque, pese a que algunos novatos en el arte de engañar cometen errores infantiles, la mayoría de los estafadores digitales tienen habilidades tecnológicas avanzadas. Atacan a organismos públicos y empresas multinacionales, tanto como lo hacen con cualquier propietario de una cuenta corriente o de una tarjeta de crédito. Roba datos con facilidad y se aprovechan de los descuidos más comunes, fruto de la ingenuidad con la que, en reiteradas ocasiones, usamos las aplicaciones digitales.
El panorama descripto obliga a intensificar las medidas de seguridad digital. Y a “alfabetizar” a toda la sociedad en la materia. Sin protección ni conocimientos adecuados, todos estamos a un clic de ser víctimas de la ciberdelincuencia.