Historias
Adoptar “niños grandes”: la historia de Gisela y Juan con su hijo de 8 años
Mientras la mayoría de los inscritos en el registro de adopción desean bebés de hasta un año, un niño de la residencia de menores de San Francisco tuvo la posibilidad de encontrar una familia.
Por Cecilia Castagno | LVSJ
A pesar de que el sistema de adopción en Argentina ha avanzado, persiste la percepción de que enfrenta desafíos como lentitud, dificultad para ser aceptado y excesiva burocracia. Sin embargo, la historia de una familia de Seeber vinculada a San Francisco refuta esta noción. Aunque podría decirse que el suyo es un caso aislado frente a una alarmante realidad: solo el 1,81% de los inscriptos aceptaría un hijo de hasta 12 años, ya que el grueso de las familias quiere adoptar un bebé, o a lo sumo chicos de hasta 2 años, según datos que maneja la Fundación Adoptar Villa María.
El 6 de mayo de este año, la Justicia de Córdoba dictó la sentencia de la adopción plena de J.C. , de 8 años (usamos las iniciales del nombre para preservar su identidad), al matrimonio conformado por Gisela Romero y Juan Pablo Sartor. El fallo llegó14 meses después de que les notificaran que existía la posibilidad y transitaran las etapas evaluativas y de vinculación.
“Ahora somos familia”, fueron las palabras de J. C. luego de que le explicaran lo que había sucedido ese día en que le cambiaba vida. “Sí, y no hay vuelta atrás, nos vamos a casa”, le dijeron los flamantes padres y se abrazaron. “Caminamos tomados de las manos y supimos que este proyecto era para siempre. Juntos como familia, a todos lados”, recordaron sobre ese momento especial.
Gisela y Juan Pablo llevan casados desde 2011 y como pareja, 17 años. Esperaron cinco, pandemia mediante, hasta que se encontraron con J.C. No obstante, ellos eligieron hacer una “espera activa” para llegar mejor preparados al momento de convertirse en padres.
“Participamos de encuentros entre familias que esperan y familias que ya pasaron por todo el proceso”, contaron a LA VOZ DE SAN JUSTO. Sostienen que algunos avances en la legislación actual ayudaron; también suman estos grupos de familias adoptantes y organizaciones que se encargan de visibilizar el tema y la difusión a través de redes sociales.
“Una primera charla de la Fundación Adoptar Villa María en la que se planteaban los mitos y verdades entorno a la adopción de adolescentes nos ayudó a preguntarnos: ¿por qué no más grandes? ¿y por qué no hermanos?”, explicaron. Al poco tiempo, decidieron cambiar sus requerimientos en el Registro Único de Adopciones (RUA) que gestiona la Justicia de Córdoba en el que se habían inscripto en 2018, al grupo de niños de más de 7 años y con discapacidad y grupo de hermanos.
Para entonces, ya habían entendido que no se trataba de satisfacer sus ganas de ser padres, sino de devolverle a un niño el derecho de tener una familia.
Finalmente, en marzo de 2023, llegó el llamado que les anunciaba la posibilidad de empezar un proceso de vinculación con un niño de 8 años, y aceptaron sin dudarlo. J.C buscaba una mamá y un papá, así se lo había pedido a la jueza. Los Sartor tenían el legajo abierto en ese juzgado. La primera coincidencia se había producido.
Antes de saber que no podían tener hijos biológicos, Gisela y Juan ya tenían el proyecto de adoptar. “Era una decisión de amor ya bastante ‘rumbeada’”, confesó él, y su esposa asintió: “Luego, no se dio biológicamente y confirmamos nuestro deseo de adoptar”.
Consideran que “todo fue más ágil” a partir de la ampliación en el Registro pero además, por los cambios en la ley que hubo en Córdoba que, entre otros puntos, digitalizó tramites y unificó instancias de participación de equipos técnicos para evitar que los niños y niñas en situación de adoptabilidad estén mucho tiempo esperando.
“Uno no pretende que haya una fábrica de bebés, pero es una realidad que la mayoría de las personas inscriptas prefieren niños menores de un año”, dijo Juan.
Padres y un hijo que se adoptaron
Aseguran que apenas se conocieron, lograron ese “match”, aunque sabían que debían ser pacientes. Jueces, asistentes sociales, trámites administrativos, informes, normativas y recursos tienen que confluir, y en el centro de todo, un niño con una historia de vida dura.
Cuatro meses pasaron hasta las primeras audiencias virtuales y presenciales coordinadas por el Juzgado de Menores de Villa María. Precisamente, los Sartor rememoraron cómo fue ese primer encuentro único y particular con J.C.. “Ocurrió en la ciudad de Córdoba, en un lugar neutro. Allí estaban integrantes del equipo técnico judicial y sus ‘tíos’ de la Residencia Infanto Juvenil de Varones de San Francisco. Teníamos muchos nervios e intriga por esa primera impresión que él tuviera de nosotros. Pensamos mucho qué decirle, de qué hablar, si íbamos a gustarle o no, si íbamos a congeniar o no”, relató Gisela.
“El tiempo lo ponía el niño. Calculábamos que ese encuentro duraría una hora y media, más o menos, pero se extendió y fue maravilloso –siguió contando-. Después de almorzar todos juntos y disfrutar en un parque, emprendíamos el regreso”. Ya les costaba separarse. Juan cambió el mapa de ruta habitual y aunque se pasaría unos cuantos kilómetros, desvió hacia San Francisco para cumplir con el primer deseo del niño que recién conocían: mostrarles “la Resi” donde vivía tras ser desvinculado de su familia de origen.
Luego se repitieron más reuniones, siempre según los tiempos que maneja el niño para procesarlo. “Las visitas se hicieron más continuas, hasta nos organizábamos con mi horario laboral y no importaba si eran dos horas, lo importante era encontrarnos, seguir conociéndonos”, afirmó Juan. En el sexto encuentro, J. C. conoció la casa del matrimonio en Seeber y empezó a imaginar -ahora más ilusionado- cómo sería su próximo hogar, pero esta vez, con familia. Una habitación matrimonial y dos cuartos más. La casa estaba lista para recibirlo, solo había que esperar que los trámites burocráticos avanzaran.
“Comenzamos a hacernos la idea de que nuestra rutina cambiaría, y también la dinámica de nuestra casa. Había que comprar muebles, ropa…”, narraron los Sartor.
Un desafío posible
Pese a que los miedos y tabúes no los detuvieron, porque solo querían dar amor, para ellos no haber limitado su deseo de adopción a un bebé implicó lidiar con otras inquietudes, pero fue un desafío posible. “Asumir que J.C. viene con una historia la cual mucho nosotros, como familia adoptiva, desconocemos, pero que forma parte de él, es un desafío constante. Hay hábitos, límites, rutinas que él no tenía y fue adquiriendo. Sabés que tenés que estar preparado para todo y acompañarlo en su nueva vida. Nueva también para nosotros, porque los tres vamos aprendiendo día a día”, indicó Gisela.
“También implica acompañarlo en la escolaridad y en su terapia con profesionales y maestras integradoras. Un día, J.C. empezó a leer solo y nos sorprendió. Esos pequeños grandes logros demuestran que necesitaba atención. En la Residencia el trabajo es enorme, pero no alcanza, ellos necesitan tiempo de calidad y tener una familia”, agregó Juan.
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Espera activa
En vez de esperar pasivamente, los Sartor lo hicieron de manera activa: leyeron, buscaron información, participaron de charlas y se unieron al grupo de la Fundación Adoptar Villa María.
"Informarnos fue clave", aseguró Juan e instó a otras familias a “buscar redes de apoyo, fundaciones u organismos para sentirse acompañados en el proceso. Nos acercamos a la fundación, de la que hoy somos parte, y aprendimos un montón de cosas que no sabíamos, despejamos muchas dudas”.
“Una espera activa te da más herramientas para el momento en que te eligen; te ayuda a estar preparado para lo que vendrá, a preparar el corazón y la mente -aportó Gisela-. Los chicos también adoptan a una familia”.
“Acá no hay un manual para ser padres, aprender a serlo se vuelve cotidiano”, coincidieron y alentaron a “nunca bajar los brazos, porque vale la pena”.
Gisela y Juan hoy disfrutan de ser padres primerizos, pero no descartan agrandar la familia.