Análisis
Adoctrinamiento y manipulación en las escuelas
La historia de la humanidad muestra antecedentes notables de este tipo de cuestiones sensibles en las que se ponen en juego distintas miradas sobre la concepción del hombre y el rol que juega la educación en una sociedad.
En una muestra más de que su función es la de instalar casi a diario en la agenda pública cuestiones de alto impacto, el vocero presidencial anunció que se elevará al Congreso un proyecto de reforma de la Ley Nacional de Educación para “penalizar el adoctrinamiento” en las escuelas del país. Además, dijo que el Ministerio de Capital Humano abriría un canal para que las familias denuncien este tipo de situaciones.
De inmediato, las repercusiones fueron enormes. El primer objetivo, que se discuta el tema, fue ampliamente logrado. Habrá que ver, más adelante quizás, hasta dónde llega el debate y qué intereses se mueven detrás de cada una de las posiciones que podrían enfrentarse.
La historia de la humanidad muestra antecedentes notables de este tipo de cuestiones sensibles en las que se ponen en juego distintas miradas sobre la concepción del hombre y el rol que juega la educación en una sociedad. Ya en la antigüedad, Platón advertía sobre el error en el que caen “esos ignorantes que no se cuidan en manera alguna de enseñar la verdad, sino que su único objeto es arrastrar a su opinión personal a todos los que le escuchan”.
Desde aquellos tiempos la discusión sobre lo que se debe enseñar a las nuevas generaciones y los modos para hacerlo, abre grietas. Que se profundizan cuando algunos términos comienzan a adquirir significados enrevesados, confusos, que derivan en conclusiones que agigantan las diferencias y no permiten el cruce de caminos para hallar el rumbo.
En sentido literal, adoctrinar es enseñar una doctrina, un sistema de creencias. Por cierto, no está mal enseñar doctrinas o ideologías. Deben éstas formar parte de los conocimientos que debe adquirir una persona para desarrollar capacidades esenciales para su desarrollo y su integración social. El problema radica en aquello que denunciaba Platón y que hoy podemos calificar como manipulación, grave deformación que tiene la intención –disfrazada, solapada y engañosa- de inculcar valores, ideas, formas de pensar o de actuar como las únicas aceptables, descalificando –a través de maniobras aviesas- todo lo que se oponga a ello. En definitiva, el que manipula en la escuela no ve al estudiante como un sujeto dueño de su propia existencia, sino como un objeto de dominación al que pretende moldear a su gusto.
Son numerosos los ejemplos de prácticas manipuladoras que hemos tenido en la Argentina de los últimos años: manuales de estudio sesgados, con visiones históricas que no admitían contrastes y materiales que exaltaban logros de determinados políticos y de las agrupaciones que conformaban, falta de pluralismo e intolerancia de parte de algunos docentes y hasta sanciones a quienes osaban contradecirlos, entre otros.
Quien adoctrina no necesariamente manipula. Pero el peligro de hacerlo mientras lo hace es real y verificable. En su Filosofía de la Educación, el francés Olivier Reboul sostiene que “educar no es fabricar adultos según un modelo sino liberar en cada hombre lo que le impide ser él mismo”. Hastiada está la sociedad de quienes creen tener la verdad y, por ello, se asumen con derecho para imponerla y fabricar adultos según su modelo. Define a esta actividad como “el conjunto de procesos y procedimientos que permiten a todo ser humano acceder progresivamente a la cultura, siendo el acceso a la cultura lo que distingue al hombre de los animales”.
Por eso, hace ruido y merece ser cuestionada la propuesta lanzada por el gobierno nacional. Mucho más si se fomenta la vigilancia ideológica a través de mecanismos que permiten la delación. Terminar con los intentos manipuladores de quienes se sentían portadores de verdades indiscutibles y protagonizar lo que se ha dado en llamar la “batalla cultural” no significa barrer con el pluralismo, la libertad de cátedra o el respeto a la autonomía de pensamiento de quien tiene derecho a acceder a la cultura. Creer que se tiene la verdad, sentirse dueño de ella y, por eso, atribuirse el derecho de imponerla es un error garrafal que termina en práctica manipuladoras. Y éstas pueden ser protagonizadas por los defensores de cualquier doctrina o ideología.