Accidentes: trágico goteo de vidas perdidas
En pocos días, la autovía San Francisco - Santo Tomé se cobró 5 vidas en dos accidentes. La sucesión reciente de accidentes remite a la necesidad de reflexionar sobre el tema. La Argentina vive desde hace años un goteo trágico de vidas perdidas. Un drama más, quizás de los más dolorosos, que debemos afrontar en esta tierra.
En pocos días, la autovía San Francisco - Santo Tomé se cobró 5 vidas
en dos accidentes. Los hechos se produjeron casi a la misma altura, en
jurisdicción de Clucellas. En la ruta Panamericana, a la altura de Campana, un
utilitario circuló durante mucho tiempo a contramano e impactó de frente con un
camión. El relato de tragedias viales diarias puede continuar
ininterrumpidamente. Basta con leer las páginas o los portales de los medios de
comunicación de todo el país.
En gran parte delas rutas argentinas sigue muriendo gente, pese a que en algunas de ellas se ha mejorado notablemente la infraestructura, una de las causas por las cuales se señalaba que no bajaba el índice de muertos en las rutas. Algunas carreteras siguen siendo una invitación al desastre como la 158 en nuestra región. Pero otras han sido objeto de obras que las modernizaron y proveyeron de más seguridad. Y, sin embargo, siguen siendo escenario de graves accidentes.
Es repetitivo pero necesario. Las estadísticas señalan que los accidentes de tránsito en la Argentina son la primera causa de muerte en menores de 35 años y la tercera sobre el total de la población. En 2018 fallecieron 5.472 personas como consecuencia de un siniestro vial, dentro de un marco temporal de seguimiento de las víctimas hasta 30 días después del accidente, de acuerdo al criterio la Organización Mundial de la Salud (OMS), al cual adscriben la mayoría de países del mundo. Casi 4 mil (71,5%) de esas muertes ocurrieron en el lugar de los hechos o 24 horas después del accidente. Además de las 5.472 víctimas fatales, se registraron 64.816 heridos -7.446 de ellos graves- en un total de 81.592 siniestros ocurridos el año pasado.
El único dato positivo es que el número de muertos parece haberse estabilizado en los últimos tres años. Esta nivelación estadística, no obstante, revela que aún resta mucho por hacer para que los índices disminuyan de manera sensible. Al respecto, las autoridades de la Agencia Nacional de Seguridad Vial admitieron en publicaciones periodísticas recientes que "debemos generar las políticas públicas que nos permitieran ir reduciendo el número de víctimas. No lo pudimos reducir pero igual estamos contentos porque la Argentina se ha convertido en un referente en Latinoamérica en materia de políticas públicas de seguridad vial".
Esta última afirmación es absolutamente voluntarista. Las muertes en las rutas siguen siendo constantes. La educación vial se promociona pero no llega muchas veces a corporizarse en hechos concretos. Los costos de la siniestralidad vial continúan siendo enormes. Basta señalar que atacar sus efectos le cuesta al Estado argentino más de $175 mil millones, el equivalente a 1,7% del Producto Bruto Interno (PBI), lo mismo que pavimentar 3.380 kilómetros de rutas o construir 1.830 kilómetros de autopistas, según números oficiales.
La sucesión reciente de accidentes remite a la necesidad de reflexionar sobre el tema. La Argentina vive desde hace años un goteo trágico de vidas perdidas. Un drama más, quizás de los más dolorosos, que debemos afrontar en esta tierra.