Un nuevo cambalache político
Sin siquiera haber perdido elecciones de verdad, estalló aquella declamada unidad. El país asiste azorado a una lucha de poder. Mientras tanto, los problemas siguen allí, campantes. Y la tormenta perfecta parece desencadenarse sobre las cabezas de los argentinos.
Las renuncias de los ministros del gabinete nacional que responden a la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, generaron un tembladeral político cuyas consecuencias aún son difíciles de prever. No obstante, un simple análisis del cuadro de situación permite inferir que la institucionalidad del país ha sufrido, otra vez, un duro golpe.
Precisamente, esta última palabra recobró protagonismo luego de que la supuesta unidad de la coalición oficialista estallara por los aires con la decisión de los funcionarios seguidores de la ex presidenta. Se habló incluso de un "golpe de palacio" motivado por el resultado de elecciones primarias, lo que, de ser efectivamente realidad, constituiría una enorme desmesura y hablaría a las claras de que las palabras pronunciadas para elogiar la unidad de la alianza eran significantes huecos.
Sin siquiera haber perdido elecciones de verdad, estalló aquella declamada unidad. El país asiste azorado a una lucha de poder supuestamente originada en la distinta interpretación de los guarismos que el oficialismo alcanzó en las Paso. Los ministros renunciantes, obedientes a su líder, sostendrían que no se consiguió un buen resultado electoral debido a que no se aplicaron las políticas por ellos impulsadas. La interpretación podría ser que el gobierno debería ahora ir por algún camino de radicalización. El presidente, cuya debilidad política está en el origen de la coalición, tendría una visión opuesta.
Suena casi ridículo. Pero diferentes interpretaciones de un mismo suceso político generaron una crisis de proporciones. Porque la larga jornada de ayer mantuvo encrespó y revolvió el agitado océano en el que se mueve la vida del país. Una corporación política dirime su interna ensimismada en su reducto, alejada de la sociedad, de sus aspiraciones y de sus necesidades. Y todo porque una encuesta (en definitiva, eso son las Paso) no alumbraron el resultado esperado.
Mientras tanto, los problemas siguen allí, campantes. Y la tormenta perfecta parece desencadenarse sobre las cabezas de los argentinos. Como si no hubiera ya demasiados dramas en este presente y la gravedad de la situación no alcanzara para que se actúe de otro modo. La interna del poder ha generado un grave inconveniente institucional en medio del padecimiento de una sociedad que ya no da más.
Quienes dicen representar al pueblo han puesto en vilo, otra vez, a ese pueblo. Erizaron la piel de una sociedad que, agotada por la pandemia y por la interminable crisis económica, a la que agregaron ahora la inestabilidad política en la que se pretende dirimir una disputa de poder. A esta altura, resulta fatigoso observar a los gobernantes "jugar a la política".
En un contexto de estrés permanente, la crisis asuela a la Argentina. Y así estamos, "en el barro, todos manoseados". En este cambalache, la política se metió dentro del calefón, cada vez más caliente, pero también muy cerca de chamuscarse del todo. Mientras, la ciudadanía se halla otra vez está desorientada frente al inefable espectáculo que se escenifica en la cúpula del poder y quizás deba recurrir a la Biblia para rogar que el conflicto no escale a alturas más riesgosas aún.