Postales de tiempos oscuros
Mientras un gobierno nacional no peronista no acierta aún en fortalecer los llamados "brotes verdes" de la economía y evidencia escaso poder de repentización frente a los fenómenos sociales que se producen, la interna del peronismo se agiganta y vuelve a hacerse presente en la vida argentina.
La multitudinaria marcha organizada por la Confederación General del Trabajo en Buenos Aires el martes 7 de marzo pasado dejó mucha tela para cortar y abundantes elementos para el análisis político, social y económico. Fueron muy comentados los avatares que debieron vivir los organizadores y las reacciones de buena parte de los manifestantes, así como de los funcionarios del gobierno.
En este contexto, a través de las imágenes retransmitidas por todos los canales de televisión porteños -tengan la mirada sobre la realidad que tengan- permitieron observar escenas repetidas de una historia que parece no acabar nunca. Sucesos como los acontecidos al final del acto de la CGT vuelven a mostrar la grieta que existe en el seno de uno de los movimientos políticos más importantes del país. La misma que en otros tiempos fue causante de violencia extrema, derramamiento de sangre y sinónimo de muerte y destrucción.
Mientras un gobierno nacional no peronista no acierta aún en fortalecer los llamados "brotes verdes" de la economía y evidencia escaso poder de repentización frente a los fenómenos sociales que se producen, la interna del peronismo se agiganta y vuelve a hacerse presente en la vida argentina. Las consecuencias nefastas de estas disputas entre sectores que se adjudican el legado de Perón son conocidas en el país, puesto que han sido padecidas por la población, más allá de cualquier simpatía política.
Los factores centrales de esta situación que amenaza con encender mechas que parecían extinguidas se unen para configurar una serie de advertencias que deben ser atendidas por la dirigencia. Por un lado, el gobierno nacional observa desde afuera una pelea que no le compete, pero tiene la obligación de dar respuestas perentorias a problemas económicos que heredó, es cierto, pero a los que todavía no encuentra solución. Por el otro, una dirigencia gremial anquilosada y obsoleta que sólo busca mantener su cuota de poder se enfrenta con grupos radicalizados a los que poco les importa la vigencia de las instituciones democráticas, en una lucha por el control de la voluntad de una parte del pueblo que se sigue asumiendo como peronista. Finalmente, la estructura formal del Partido Justicialista es otro eslabón de esta peligrosa cadena: esa fuerza política gobernó 25 de los últimos 30 años y no ha sido capaz nunca de hacer autocrítica, siendo que es también responsable primera del retroceso nacional y, por inacción, del crecimiento de las disputas internas en su seno.
Estos ingredientes han estado presentes casi siempre en las últimas décadas y han derivado en circunstancias serias para la vida institucional del país, generando desasosiego e inquietud en la ciudadanía. Lo observado en la última manifestación de la CGT debe constituir un alerta para el gobierno nacional por lo masivo de la protesta. Pero también debe obligar a la reflexión a toda la dirigencia política y gremial -en especial la justicialista- porque se hicieron presentes nuevamente esas postales de tiempos oscuros que tanta aflicción han provocado en la Argentina.