Otro ejemplo del “ogro filantrópico”
La ideología es un vidrio con el que se puede observar la realidad. Pero puede deformar la mirada si no se es capaz de elevarla por sobre ese cristal. Y de allí surgen experimentos que devienen en prácticas de vigilancia estatal en las que se pretende disciplinar o tomar represalias contra quienes osan enfrentar el orden que se pretende constituir.
Ha provocado resquemores justificados la instauración en el Estado nacional del Observatorio de la desinformación y la violencia simbólica en medios y plataformas digitales (Nodio). Un organismo que, supuestamente, tendrá como objetivo "proteger a la ciudadanía de las noticias falsas, maliciosas y falacias". Lo entrecomillado es, precisamente, el motivo de preocupación. Puesto que un organismo del Estado se arroga a partir de ahora la autoridad de determinar cuáles son las noticias falsas o falaces con el "noble" objetivo de proteger a la ciudadanía.
Además de esconder posibles metas vinculadas con el control de las informaciones públicas y el pensamiento de los ciudadanos, la creación de Nodio muestra una vez más la idea predominante de que la ciudadanía no está en condiciones de discernir o elegir con libertad, que no tiene elementos para hacerlo y que, por ello, un grupo de militantes iluminados con la sapiencia y la experticia brindadas por la ideología que profesan está en condiciones de hacerlo por ella.
Esta elevación en la que se sitúan algunos funcionarios trae a la memoria un ensayo difundido hace más de 40 años por el mexicano Octavio Paz, uno de los escritores más importantes de la historia latinoamericana. En "El ogro filantrópico", Paz mostró cómo el Estado mexicano dominado por el PRI durante décadas promovió un paternalismo a ultranza que segó la iniciativa de millones de personas y las acostumbró a la dádiva, librándolos del ejercicio de la mayoría de sus responsabilidades.
La aparición de Nodio es una vuelta de tuerca que pretendería, según sus impulsores, aportar "una mirada desde el estudio cualitativo y cuantitativo de la violencia simbólica y noticias maliciosas ya emitidas", sin coartar la libertad de expresión. Sin embargo, atribuirse la capacidad para establecer cuál noticia es maliciosa devuelve la idea de que solo es el Estado el que está en condiciones de determinarlo. Una mirada que despoja a los receptores de esa misma capacidad, los encasilla como ineptos para comprender la realidad, por lo que deben estar protegidos por la tutela de quienes "conocen" de estas cosas.
Para hacer estudios semiológicos o del discurso están las universidades o centros de altos estudios. Las ciencias sociales brindan la posibilidad de abordaje a quienes quieren teorizar sobre estos aspectos. Pero parece que esto no basta. Desde el Estado se pretende hacer lo mismo y dictar cátedras, algunos dirán sentencia, sobre el universo informativo. Un universo en el que, en verdad, existen falsedades y ataques maliciosos. Pero que tiene antídotos institucionales bien concretos para contrarrestar sus efectos: el periodismo de calidad y la Justicia en último caso.
La ideología es un vidrio con el que se puede observar la realidad. Pero puede deformar la mirada si no se es capaz de elevarla por sobre ese cristal. Y de allí surgen experimentos que devienen en prácticas de vigilancia estatal en las que se pretende disciplinar o tomar represalias contra quienes osan enfrentar el orden que se pretende constituir.