LA TRAMPA DE LAS COMPARACIONES
LA TRAMPA DE LAS COMPARACIONES
La manía de
compararse con otras naciones puede ser un síntoma de la idiosincrasia
argentina de pretender amoldar la realidad a los deseos personales o
sectoriales. Pero
en este tiempo, la mentira tiene las patas mucho más cortas.
La manía de
compararse con otras naciones puede ser un síntoma de la idiosincrasia
argentina de pretender amoldar la realidad a los deseos personales o
sectoriales. Pero
en este tiempo, la mentira tiene las patas mucho más cortas.
-
Alberto Fernández.
Las
comparaciones entre las políticas de distintos países y las realidades que
generan son un juego al que los dirigentes políticos se prestan casi a diario
para argumentar sus posturas en torno a los más variados temas. Uno de los
personajes más afectos a formular parangones entre lo que se vive en la
Argentina y lo que ocurre en otras naciones es, precisamente, el presidente de
la Nación.
Aunque
parezcan lejanas en el tiempo, vale recordar aquellas frases en las que
elogiaba las medidas restrictivas tomadas ante la pandemia del Covid 19 y sus
resultados, con cuadros en los que aparecían las estadísticas de otros países
que, a primera vista, eran mucho menos satisfactorias que las alcanzadas aquí.
A poco de andar, tras las réplicas de los gobernantes de algunas de estas
naciones y a los datos que la prensa recababa,
se demostraba que la comparación no tenía sustento en la realidad.
Pese a ello,
ninguno de los datos cotejados erróneamente pareció mover de su postura a los
funcionarios que los difundieron. Esta pasión por comparar, aun cuando no se
tengan precisiones sobre la veracidad de los hechos, se mantiene desde hace
tiempo en las más altas esferas del partido que ejerce el poder hoy en la
Argentina.
Basta
recordar aquella sentencia prácticamente definitiva que establecía que en
Alemania había más pobreza que en nuestro país. Ministros de rostro duro lo
aseveraban sin siquiera ruborizarse. Más
acá, ya en tiempos de Covid, las comparaciones llevaron al malestar de muchos
países vecinos y no tanto que salieron a replicar. Hace poco, en la Cámara de
Diputados, el presidente del bloque oficialista comparó las jubilaciones
argentinas con las del país germano. La jubilación mínima en nuestro país no
llega a los 100 Euros. El salario mínimo de un jubilado alemán tiene un cero
más: 1000 Euros. En todos los casos, nadie se preocupó por ratificar o
rectificar las informaciones difundidas a la opinión pública. No se sabe si
porque no interesa hacerlo o porque existe una conciencia generalizada de que
es sencillo engañar a la ciudadanía.
Este
introito viene a cuento porque una nueva comparación formulada por el
presidente de la Nación fue inmediatamente desmentida. En una entrevista
radial, el presidente de la Nación dijo que "el mundo demanda carne, producen
en pesos, pero ¿por qué los argentinos pagan el kilo de asado como lo paga un
chino, un francés o un alemán? Si producen todo en pesos, ¿por qué?". Basta ir a un supermercado de cualquier país
europeo o asiático para tomar nota de la falsedad de la afirmación.
Un diario
digital de la Capital Federal publicó que "un vistazo a los precios de la carne
argentina en "Metro", un supermercado mayorista alemán, muestra valores de
entre 14 y 30 euros (2.800 y 6.000 pesos) el kilo. En los escasos supermercados
minoristas que venden algún corte argentino, el valor es aún mayor. Ninguno de
esos cortes es asado. La parrillada mixta de ternera en uno de los principales
supermercados argentinos se cotiza a 539 pesos, 2,70 euros al cambio blue, o
cinco euros al cambio oficial. Un argentino que vive en Italia expresó en la
misma nota: "Un kilo de lomo allá vale 40 euros. Acá en el supermercado lo
encontré a seis euros. Llené el changuito, no lo podía creer".
La manía de
compararse con otras naciones puede ser un síntoma de la idiosincrasia
argentina de pretender amoldar la realidad a los deseos personales o
sectoriales. No importa si se cotejan peras con manzanas o si algunas de ellas
son directamente falsas. Solo hay que tirar la idea. Algunos la comprarán. Pero
en este tiempo, la mentira tiene las patas mucho más cortas. Y, así, algunas
comparaciones se convierten en una trampa que ningún discurso podrá evitar.
Las
comparaciones entre las políticas de distintos países y las realidades que
generan son un juego al que los dirigentes políticos se prestan casi a diario
para argumentar sus posturas en torno a los más variados temas. Uno de los
personajes más afectos a formular parangones entre lo que se vive en la
Argentina y lo que ocurre en otras naciones es, precisamente, el presidente de
la Nación.
Aunque
parezcan lejanas en el tiempo, vale recordar aquellas frases en las que
elogiaba las medidas restrictivas tomadas ante la pandemia del Covid 19 y sus
resultados, con cuadros en los que aparecían las estadísticas de otros países
que, a primera vista, eran mucho menos satisfactorias que las alcanzadas aquí.
A poco de andar, tras las réplicas de los gobernantes de algunas de estas
naciones y a los datos que la prensa recababa,
se demostraba que la comparación no tenía sustento en la realidad.
Pese a ello,
ninguno de los datos cotejados erróneamente pareció mover de su postura a los
funcionarios que los difundieron. Esta pasión por comparar, aun cuando no se
tengan precisiones sobre la veracidad de los hechos, se mantiene desde hace
tiempo en las más altas esferas del partido que ejerce el poder hoy en la
Argentina.
Basta
recordar aquella sentencia prácticamente definitiva que establecía que en
Alemania había más pobreza que en nuestro país. Ministros de rostro duro lo
aseveraban sin siquiera ruborizarse. Más
acá, ya en tiempos de Covid, las comparaciones llevaron al malestar de muchos
países vecinos y no tanto que salieron a replicar. Hace poco, en la Cámara de
Diputados, el presidente del bloque oficialista comparó las jubilaciones
argentinas con las del país germano. La jubilación mínima en nuestro país no
llega a los 100 Euros. El salario mínimo de un jubilado alemán tiene un cero
más: 1000 Euros. En todos los casos, nadie se preocupó por ratificar o
rectificar las informaciones difundidas a la opinión pública. No se sabe si
porque no interesa hacerlo o porque existe una conciencia generalizada de que
es sencillo engañar a la ciudadanía.
Este
introito viene a cuento porque una nueva comparación formulada por el
presidente de la Nación fue inmediatamente desmentida. En una entrevista
radial, el presidente de la Nación dijo que "el mundo demanda carne, producen
en pesos, pero ¿por qué los argentinos pagan el kilo de asado como lo paga un
chino, un francés o un alemán? Si producen todo en pesos, ¿por qué?". Basta ir a un supermercado de cualquier país
europeo o asiático para tomar nota de la falsedad de la afirmación.
Un diario
digital de la Capital Federal publicó que "un vistazo a los precios de la carne
argentina en "Metro", un supermercado mayorista alemán, muestra valores de
entre 14 y 30 euros (2.800 y 6.000 pesos) el kilo. En los escasos supermercados
minoristas que venden algún corte argentino, el valor es aún mayor. Ninguno de
esos cortes es asado. La parrillada mixta de ternera en uno de los principales
supermercados argentinos se cotiza a 539 pesos, 2,70 euros al cambio blue, o
cinco euros al cambio oficial. Un argentino que vive en Italia expresó en la
misma nota: "Un kilo de lomo allá vale 40 euros. Acá en el supermercado lo
encontré a seis euros. Llené el changuito, no lo podía creer".
La manía de
compararse con otras naciones puede ser un síntoma de la idiosincrasia
argentina de pretender amoldar la realidad a los deseos personales o
sectoriales. No importa si se cotejan peras con manzanas o si algunas de ellas
son directamente falsas. Solo hay que tirar la idea. Algunos la comprarán. Pero
en este tiempo, la mentira tiene las patas mucho más cortas. Y, así, algunas
comparaciones se convierten en una trampa que ningún discurso podrá evitar.