LA HORA DE ABANDONAR LA “CULTURA” DE LA VIOLENCIA
LA HORA DE ABANDONAR LA “CULTURA” DE LA VIOLENCIA
Enseñanzas de la dura sentencia en el caso
Báez Sosa. Para algunos adultos, que sus hijos peleen "está bien". Así se hacen
"machos". Dramática conclusión de una "cultura" que el fallo de Dolores quizás
ayude a desterrar.
Enseñanzas de la dura sentencia en el caso
Báez Sosa. Para algunos adultos, que sus hijos peleen "está bien". Así se hacen
"machos". Dramática conclusión de una "cultura" que el fallo de Dolores quizás
ayude a desterrar.
Se conoció ayer el fallo judicial en el
conmocionante caso del asesinato del joven Fernando Báez Sosa, ocurrido hace
tres años en las afueras de un local de diversión nocturna en la ciudad
balnearia de Villa Gesell. Un hecho que sacudió al tejido social de la
Argentina y cuya resolución debería dejar algunas enseñanzas respecto de
temáticas difíciles de abordar en una sociedad que vive en permanente estado de
crispación.
Cinco acusados fueron condenados a cadena
perpetua por el crimen. Y otros tres recibieron la pena de15 años de prisión porque el tribunal los ubicó
como partícipes secundarios de la muerte del joven.Con seguridad, los próximos días serán pródigos en
análisis, declaraciones y repercusiones que tendrán como eje a esta decisión
judicial. El debate de los juristas se extenderá por varias jornadas. Y las
discusiones ciudadanas continuarán durante mucho tiempo, puesto que se trata de
un hecho que ha tocado fibras sensibles de la opinión pública.
Tras el pronunciamiento del tribunal que
intervino en esta causa, surgen varios aspectos que merecen también algunas
reflexiones. Por caso, la cuestión vinculada con la tremenda exposición
mediática que alcanzó. Tanto es así que la madre de uno de los condenados
responsabilizó al periodismo por la sentencia, lo cual -por cierto- no tiene
asidero. En verdad, la teoría del periodismo enseña que varios factores se
conjugaron en un solo episodio para hacerlo más "noticiable". Entre otros, la
cruel violencia de muchos contra uno, la existencia de numerosos registros
fílmicos que permitieron comprobarla y atizaron las emociones, el hecho de que
los implicados sean jóvenes y deportistas, así como también la innumerable
cantidad de repercusiones en las redes sociales.
También, y debe señalarse -creemos- como
equivocada, una sensación generalizada de que se trata de un hecho atípico, no
habitual. La rareza de un suceso agrega más elementos a la condición de
noticiabilidad referida. Sin embargo, no es este el caso. Se hace necesario
calificar como errada la idea de que se trata de un caso aislado. Ciertamente, el
hecho ha sido tremendo y es descomunal la carga de violencia que se puede ver
en todas las imágenes. No obstante, en determinados círculos parece ser
observado como algo ajeno a la vida cotidiana.
Todo lo contrario. La violencia está
arraigada entre nosotros como práctica habitual para dirimir diferencias. En
todos los órdenes sociales. Desde la política que usa la palabra como bayoneta
hasta los irracionales que disfrutan de propinar golpes a los demás y alardean
luego de su agresión. Las situaciones de peleas callejeras entre jóvenes son
habituales en las noches. Las bandas de "amigos", cuando encuentran "enemigos",
deciden, por motivos de una nimiedad insólita, recurrir a la violencia. La agresión
está mal vista. No tiene condena social unánime. Está naturalizada, por más que
haya empeño en negarlo. Son muchos los que, incluso, la justifican.
La ley del más fuerte, selvática y
salvaje, se expresa primero con el lenguaje del "aguante" y de que hay que
"copar la parada", entre otros conceptos que pocos rechazan. Es frecuente
escuchar a un padre que premia la "bravura" de su hijo. Le ha enseñado a no
mostrar debilidad, a no soportar ninguna supuesta humillación. Para algunos
adultos, que sus hijos peleen "está bien". Así se hacen "machos". Dramática
conclusión de una "cultura" que el fallo de Dolores quizás ayude a desterrar.
Ojalá este terrible episodio despierte las
conciencias, habilite el diálogo y obligue a revisar conductas. Es de esperar
que haga realidad el pedido del mejor amigo de Fernando Báez Sosa. Hay que
involucrarse. Pero no para pelear. Sí para "defender la vida, para ayudar a
alguien, para darle paz a quien esté pasando un mal momento".
Se conoció ayer el fallo judicial en el
conmocionante caso del asesinato del joven Fernando Báez Sosa, ocurrido hace
tres años en las afueras de un local de diversión nocturna en la ciudad
balnearia de Villa Gesell. Un hecho que sacudió al tejido social de la
Argentina y cuya resolución debería dejar algunas enseñanzas respecto de
temáticas difíciles de abordar en una sociedad que vive en permanente estado de
crispación.
Cinco acusados fueron condenados a cadena
perpetua por el crimen. Y otros tres recibieron la pena de15 años de prisión porque el tribunal los ubicó
como partícipes secundarios de la muerte del joven.Con seguridad, los próximos días serán pródigos en
análisis, declaraciones y repercusiones que tendrán como eje a esta decisión
judicial. El debate de los juristas se extenderá por varias jornadas. Y las
discusiones ciudadanas continuarán durante mucho tiempo, puesto que se trata de
un hecho que ha tocado fibras sensibles de la opinión pública.
Tras el pronunciamiento del tribunal que
intervino en esta causa, surgen varios aspectos que merecen también algunas
reflexiones. Por caso, la cuestión vinculada con la tremenda exposición
mediática que alcanzó. Tanto es así que la madre de uno de los condenados
responsabilizó al periodismo por la sentencia, lo cual -por cierto- no tiene
asidero. En verdad, la teoría del periodismo enseña que varios factores se
conjugaron en un solo episodio para hacerlo más "noticiable". Entre otros, la
cruel violencia de muchos contra uno, la existencia de numerosos registros
fílmicos que permitieron comprobarla y atizaron las emociones, el hecho de que
los implicados sean jóvenes y deportistas, así como también la innumerable
cantidad de repercusiones en las redes sociales.
También, y debe señalarse -creemos- como
equivocada, una sensación generalizada de que se trata de un hecho atípico, no
habitual. La rareza de un suceso agrega más elementos a la condición de
noticiabilidad referida. Sin embargo, no es este el caso. Se hace necesario
calificar como errada la idea de que se trata de un caso aislado. Ciertamente, el
hecho ha sido tremendo y es descomunal la carga de violencia que se puede ver
en todas las imágenes. No obstante, en determinados círculos parece ser
observado como algo ajeno a la vida cotidiana.
Todo lo contrario. La violencia está
arraigada entre nosotros como práctica habitual para dirimir diferencias. En
todos los órdenes sociales. Desde la política que usa la palabra como bayoneta
hasta los irracionales que disfrutan de propinar golpes a los demás y alardean
luego de su agresión. Las situaciones de peleas callejeras entre jóvenes son
habituales en las noches. Las bandas de "amigos", cuando encuentran "enemigos",
deciden, por motivos de una nimiedad insólita, recurrir a la violencia. La agresión
está mal vista. No tiene condena social unánime. Está naturalizada, por más que
haya empeño en negarlo. Son muchos los que, incluso, la justifican.
La ley del más fuerte, selvática y
salvaje, se expresa primero con el lenguaje del "aguante" y de que hay que
"copar la parada", entre otros conceptos que pocos rechazan. Es frecuente
escuchar a un padre que premia la "bravura" de su hijo. Le ha enseñado a no
mostrar debilidad, a no soportar ninguna supuesta humillación. Para algunos
adultos, que sus hijos peleen "está bien". Así se hacen "machos". Dramática
conclusión de una "cultura" que el fallo de Dolores quizás ayude a desterrar.
Ojalá este terrible episodio despierte las
conciencias, habilite el diálogo y obligue a revisar conductas. Es de esperar
que haga realidad el pedido del mejor amigo de Fernando Báez Sosa. Hay que
involucrarse. Pero no para pelear. Sí para "defender la vida, para ayudar a
alguien, para darle paz a quien esté pasando un mal momento".