La construcción de la paz
La Navidad invita a esa quimérica construcción en la Argentina de hoy. La paz es obra de la inteligencia. Sería muy bueno que comience a primar la razón por sobre las emociones y las pasiones.
La Nochebuena, cargada siempre con su mensaje de amor y caridad, retempla los ánimos de los creyentes y de todos los hombres de buena voluntad que, aun no teniendo fe, conocen y defienden los valores esenciales que el mensaje cristiano legó a los hombres.
Es verdad que para algunos, la Navidad sólo significa comercio, turismo y diversión. Sin embargo, más allá de variadas interpretaciones, la gran mayoría de los argentinos celebramos la Navidad. Es seguro que entre ellos hay quienes no creen. Sin embargo, festejan igual. Festejan la vida, la amistad, la solidaridad, el amor, la paz, deseos tan humanos como difíciles de alcanzar en una sociedad diezmada de principios, amoratada por la violencia y descarnada y amenazada por momentos por el consumismo, el fanatismo y el egoísmo.
Como ha ocurrido en los últimos años, la llegada de la Navidad es un bálsamo tranquilizador para situaciones sociales y políticas que generaron y generan preocupación mayúscula. La violencia verbal y física que se ha manifestado en los últimos días no es producto de un momento de alteración: su gestación tiene raíces históricas alimentadas con discursos de odio, en los que la antipatria son los otros, los que se oponen a lo que nosotros pensamos, a los que no comprenden a los verdaderos patriotas.
No importa el signo ideológico. La brecha es tan grande que el mensaje de paz navideño ni siquiera parece alcanzar para unir a amigos que se distanciaron y a familias enteras que jamás volverán a reunirse solo porque sus miembros piensan distintos y son incapaces -como buena parte de nuestra sociedad- de intentar acercamientos y procurar la consecución de puntos en los que haya algún consenso.
La agresividad y la fiereza discursiva son atributos actuales de instrumentos como las redes sociales. Ni siquiera alcanzan ya los insultos "tradicionales". Por ello, se inventan neologismos que tienen una carga simbólica de violencia para estereotipar a quien se encuentra en una vereda o en la otra. Así, es casi imposible la construcción de una convivencia en paz.
La Navidad invita a esa quimérica construcción en la Argentina de hoy. Está clarísimo cuáles son las partes en pugna y qué sostienen cada una de ellas. También es bien evidente que la separación es tan enorme que el enfrentamiento permanente blinda la posibilidad de alcanzar una convivencia pacífica, en definitiva el fin último de cualquier sociedad civilizada y también del orden político.
Quienes pretendan animarse a revertir esta triste realidad deberán conocer que enfrentarán una tarea tan titánica como admirable. Porque buscar acuerdos parece una utopía hoy en el país. Mucho más fácil -y más redituable políticamente- es mantener un estado virtual de "guerra" ideológica que de las palabras ya ha pasado a los hechos, seguir explotando políticamente los rencores y la política del odio.
Si bien esta fecha es especial para reflexionar sobre la vida personal, la actualidad social y la necesidad de serenar los espíritus, es necesario remarcar que la paz no vendrá en un paquete que se coloque esta noche bajo el arbolito de Navidad. La paz se construye paso a paso, día tras día, en cada acción y en cada actitud, aun las más simples y cotidianas. La paz es obra de la inteligencia. Sería muy bueno que comience a primar la razón por sobre las emociones y las pasiones. Sería muy bueno que como sociedad se intente edificar en lugar de destruir lo poco que está quedando en pie.