La anomia social en toda su dimensión
Mientras tanto, la incapacidad, la desorganización, la falta de normas, la carencia de respeto por la autoridad, el descontrol en el consumo de sustancias tóxicas, la equivocada interpretación de la "cultura del aguante", la irracionalidad y el intento por evadir las responsabilidades volvieron a ser moneda corriente.
Lo acontecido en Olavarría con el recital del ex líder de la banda Los Redonditos de Ricota, el "Indio" Solari es una muestra contundente de la debacle social argentina, evidenciada en un evento en el que, supuestamente, se refleja parte de la cultura nacional.
Los méritos musicales o culturales de esta expresión artística -que pocos ponen en duda- quedan en último plano luego de lo ocurrido. Lo que pudo ser un acontecimiento de características nefastas descomunales terminó siendo calificado como una "pequeña tragedia". Quedó nuevamente en "offside" el permanente desprecio por las normas del que hace gala una porción importante de nuestra sociedad.
La anomia, así se llama a esta enfermedad, es el signo habitual en la convivencia de los argentinos. En el caso de este recital su presencia fue palpable. Se convoca a multitudes -lo que no está mal-, pero se insiste en que la seguridad está a cargo de los propios productores puesto que la presencia de algún policía puede exacerbar los ánimos, estableciendo un peligroso principio de resistencia que nada tiene que ver con la sana rebeldía. Se violan normas legales en la contratación de predios que supuestamente no reúnen las condiciones para albergar a semejante masa humana. Se negocian con municipios rebajas abusivas en las tasas para evitar el pago de sumas siderales, mientras son también enormes los montos que se recaudan, dejando en claro que el mensaje proclamado desde el escenario se contradice abiertamente con la voracidad económica.
Además, no se controla de ninguna manera la venta de alcohol o de drogas, se permite ingresar a personas irresponsables que cargan bebés en sus brazos, se fomenta el hacinamiento y, luego del show, que cada uno se las rebusque como pueda para volver. Y si no lo consigue, que presione de manera violenta, rompa, vandalice, para alcanzar su objetivo.
Apenas la muerte aparece como consecuencia lógica de estas condiciones, todo el mundo se saca el sayo. Nadie es responsable del desmadre que se prevé tan sólo con aplicar sentido común. Sólo se acusa a los que relatan los hechos y se apela a apotegmas ideológicos para eludir cualquier acción de la Justicia. Acción que, por cierto, casi nunca llega a tiempo.
Olavarría desnudó la alarmante anomia social argentina. Otra vez quedó al descubierto el desprecio por la vida y la seguridad, por las leyes y los deberes ciudadanos. La irresponsabilidad y la imprevisión estuvieron a la orden del día. Y a ninguno de los que tuvo que ver con esta tragedia se les mueve un pelo. La Providencia impidió que el "tsunami humano" -así llamado por el propio cantante- se convirtiese en una réplica ampliada de Cromañón.
Mientras tanto, la incapacidad, la desorganización, la falta de normas, la carencia de respeto por la autoridad, el descontrol en el consumo de sustancias tóxicas, la equivocada interpretación de la "cultura del aguante", la irracionalidad y el intento por evadir las responsabilidades volvieron a ser moneda corriente. La anomia alcanza hoy graves connotaciones. Ya parece haberse esfumado la línea que separa lo que está bien de lo que está mal.