Inadmisible violencia en el Hospital
El patrón de la violencia está entre nosotros. El desenfreno de la intolerancia se da en todos los ámbitos y el Hospital no está exento. Por eso, la vigilancia policial es una necesidad. Pero también el contar con el personal adecuado en número y capacitación, así como una infraestructura edilicia que impida el ingreso abierto.
Una pormenorizada crónica publicada en estas páginas reflejó la preocupación del personal del Hospital Regional J. B. Iturraspe por la violencia de la que son víctimas médicos y enfermeras por parte de familiares y allegados a los pacientes que van allí a atenderse.
El informe señala que "en el último tiempo la cantidad de personas que pasa por la guardia del Hospital se ha incrementado, pero no pasó lo mismo con el personal hospitalario que los atiende y eso genera demoras que como forma de reclamo muchos entienden que la solución es la violencia". Por ejemplo, "hace unas semanas se dio el pico de estos casos cuando durante la atención a un paciente por una médica de guardia todo se desbordó y terminó con una agresión física, además de la verbal contra ella".
Esta situación lleva mucho tiempo sin resolución, por más que se hagan esfuerzos para brindar mayor cobertura policial o establecer regulaciones en torno a la presencia de personas en el nosocomio provincial. Lo cierto es que la irritabilidad, la intolerancia y las faltas de respeto son moneda corriente que, en determinados casos que no son pocos, terminan en violencia contra los profesionales que desde hace tiempo vienen padeciendo un estrés supino.
No solo lo sufren frente a los requerimientos insensatos y agresivos que reciben casi a diario, sino también por las carencias de recursos humanos que son evidentes y deberían ser motivo de atención preferencial en la acción de las autoridades competentes. Según el gremio estatal existe un faltante de entre 10 y 15 administrativos dentro de la planta hospitalaria, con la pandemia se han cubierto algunos puestos, pero no es el 100% porque eso hace que se resienta cada vez más el sistema". Esta situación exige respuestas rápidas también.
No obstante, no llama la atención que estos episodios violentos se repitan con asiduidad. Forman parte de la cotidiana experiencia social en muchos ámbitos. Sí sorprende que tengan como víctimas a médicos y enfermeros que, hasta hace muy poco, fueron los servidores públicos más reconocidos por su enorme esfuerzo en la atención de los pacientes afectados por el Covid 19. El pasaje de los aplausos y vítores al insulto y las trompadas en breve lapso debería ser motivo de una reflexión conjunta acerca de lo que se está viviendo en la sociedad.
El patrón de la violencia está entre nosotros. El desenfreno de la intolerancia se da en todos los ámbitos y el Hospital no está exento. Por eso, la vigilancia policial es una necesidad. Pero también el contar con el personal adecuado en número y capacitación, así como una infraestructura edilicia que impida el ingreso abierto, en especial a los que no entienden razones y solo apelan a la fuerza para obtener respuestas.
Médicos y enfermeras no tienen por qué poner en riesgo sus vidas en su intento por salvar las vidas de los otros. La falta de serenidad, la hostilidad y perturbación permanente conspiran contra el objetivo primero de aliviar el dolor de quien padece una enfermedad o ha sido víctima de algún siniestro. Hace varios años, en esta misma columna, se graficó una figura que vuelve a cobrar vigencia frente a los hechos actuales: "Sería dramático para la sociedad que sobre los guardapolvos y ambos que visten los médicos se luzcan chalecos antibalas".