Fin de una ilusión
El mito generado a partir de la figura carismática del expresidente ha sufrido un golpe de nocaut.
Con la frase del título, el diario El Tiempo de Colombia encabezó uno de los artículos en los que se informaba sobre la condena de nueve años y medio de prisión para el expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, por corrupción pasiva y lavado de dinero. Agrega el matutino que se imprime en Bogotá: "Una ilusión no solo para Brasil, sino también para Latinoamérica y, por qué no, para el mundo, que observa con estupefacción cómo la épica historia del obrero siderúrgico que luego de múltiples intentos logró llegar al poder para sacar a más de 30 millones de sus compatriotas de la pobreza no tuvo un final feliz".
En el análisis alejado de los fanatismos y de las cuestiones ideológicas, resulta difícil no coincidir con las anteriores afirmaciones. Porque era heroico para un país gigante como Brasil que su presidente haya surgido de los sectores más populares y que se hubiese transformado en uno de los líderes mundiales de la década anterior.
Los elogios que recibía en todas partes del mundo eran producto de que, pese a mantener ideas que se ubicaban en las antípodas de las de los líderes de los países desarrollados, no le huyó nunca al diálogo. Con su proverbial carisma, habíase transformado en un líder referencial en todo el planeta, elogiado por sus pares y por la prensa del mundo por haber conseguido, supuestamente, otorgar credibilidad y sustentabilidad a su gestión y, al mismo tiempo, haber elevado el nivel de vida de los bolsones más vulnerables de la populosa población brasileña.
Si se aleja la tentación de interpretar los hechos a la luz de los apasionamientos y exaltaciones a las que somos propensos en esta parte del mundo, los hechos dan cuenta de una realidad contundente: Lula pasará a la historia como el primer brasileño que ha ocupado el cargo de presidente condenado penalmente por corrupción. Peor aún: aún tiene otros cuatro procesos abiertos en el megacaso de corrupción de la petrolera Petrobras, incluido en lo que hoy se conoce como "Lavajato". Vale recordar que los casos de Fernando Collor de Melo y de Dilma Rousseff son similares, pero en ambos las acusaciones que determinaron su destitución formaron parte de un juicio político.
Por otra parte, pierde fuerza el argumento de que la condena que recibió Lula Da Silva forma parte de una persecución ideológica. Esto ha ocurrido en un país en el que la mayoría de su dirigencia política -de todas las vertientes y partidos- está hoy salpicada de sospechas y comprobaciones de corrupción que escandaliza. Además, es verdad que esta sentencia no lo conducirá a la cárcel de manera inmediata, puesto que el ex presidente apelará a instancias superiores. Pero es evidente que el mito generado a partir de su figura carismática ha sufrido un golpe de nocaut.