"Estamos asistiendo a una nueva vuelta de tuerca de la evolución"
La escritora Esther Díaz sostiene que "la filosofía siempre ha sido el saber que ha puesto en cuestión los fenómenos de dominación".
Viejas pero imperecederas cuestiones como la verdad, la justicia o el poder junto a otras más recientes como la diversidad sexual y la violencia de género trazan la agenda filosófica del presente, inmersa en un escenario que, según define la ensayista Esther Díaz en su libro "Problemas filosóficos", convierte a las sociedades en "el producto deformado y perverso del cinismo neoliberal posmoderno".
"No hay pensamientos peligrosos: el pensamiento es peligroso". La idea, formulada alguna vez por la pensadora alemana Hannah Arendt, remite al componente subversivo que trama el ejercicio de la filosofía pero al mismo tiempo sintetiza el impulso desafiante de la autora de libros como "La posmodernidad" y "Las grietas del control", quien logró conjurar los mandatos que por mucho tiempo la mantuvieron alejada de su vocación epistemológica.
No fue fácil esquivar aquello de que "las mujeres que estudian se echan a perder", el designio paterno que la empujó a casarse tempranamente sin haber pisado siquiera el secundario, pero ella lo logró.
A los 26 años se emancipó del matrimonio y desarrolló una fulgurante carrera intelectual que coronó con un doctorado en Filosofía -lo obtuvo poco después de cumplir 50-, y se convirtió en una de las primeras divulgadoras en la Argentina del pensamiento de Michel Foucault, el teórico de las relaciones de poder y los mecanismos de control.
A los 79 años y con una veintena de textos sobre sexo, posciencia y biopoder, la ensayista publicó "Problemas filosóficos" (Biblos), un volumen donde reactualiza su mirada sobre la disciplina a la que define como "pensamiento del presente", aun cuando el disparador sea una idea de Aristóteles o del fraile medieval Guillermo de Ockham.
"El saber filosófico es múltiple y acumulativo, no como el conocimiento científico que aspira a verdades únicas y universales donde cada nueva teoría anula a la que refuta. La filosofía, en cambio, atraviesa la historia sin perder vigencia y se mantiene como disciplina única, aunque sus cultores defiendan teorías diferentes", destaca Esther Díaz en entrevista con Télam.
-Las revoluciones que ha motorizado la filosofía estuvieron asociadas a la conquista del espacio público. Hoy parte de la interacción social se ha desplazado al terreno de la virtualidad ¿Esa sed de revolución está siendo debilitada por el ejército de algoritmos que predice nuestros intereses y parece horadar la capacidad reflexiva?
La capacidad reflexiva profunda nunca fue atributo de todos. Los innovadores de peso siempre son minorías, aun cuando el tiempo transcurra lentamente. Pocos griegos clásicos fueron geniales. En nuestra época sucede lo mismo, el apresuramiento puede cercenar el raciocinio de algunos, pero no anula a quien realmente le interesa profundizar. Además, el poder de transformación propio de la especie hace que devengamos en función de las circunstancias. Se podría arriesgar que estamos en proceso de asistir a una nueva vuelta de tuerca de la evolución, que podría ser un devenir ciborg, por ejemplo.
"El saber filosófico es múltiple y acumulativo, no como el conocimiento científico que aspira a verdades únicas y universales donde cada nueva teoría anula a la que refuta"
-Uno de los campos donde se mueve hoy la filosofía es el de la identidad sexual. ¿Cómo se explica la paradoja de que cuanta más visibilidad tienen los reclamos del feminismo más recrudece la violencia de género y los obstáculos para decidir libremente sobre el cuerpo?
Es esperable que si el dominador se siente atacado reaccione con violencia. El colonizador se torna más represivo ante la insubordinación. Otro tanto hace el machismo. Si las mujeres comienzan a reclamar por sus derechos, hay que hacerles sentir el rigor. Es uno de los peligros que acecha en el camino hacia la libertad. Lamentablemente por el momento hay que atravesar esta etapa de reacción, pero no por eso dejar de manifestar, visibilizar y reclamar. Por otra parte, habría que investigar hasta qué punto el hundimiento de la construcción de la masculinidad disminuye o no la intensidad del paternalismo, que de ninguna manera parece debilitado. Aunque sí mucho más cuestionado que en otros tiempos.
-El miedo y el odio están muy presentes en las sociedades contemporáneas ¿Por qué esta sintomatología del temor ya no se manifiesta como una sensación individual y aislada, sino que adquiere rasgos colectivos? ¿Los nuevos miedos difieren mucho de los que acechaban a las sociedades que nos precedieron?
Los miedos en general son los mismos, difieren sus vestimentas. El temor se sigue manifestando en ciertas subjetividades (anorexia, depresión, drogadicción) y también de manera colectiva. Pero no lo considero exclusivo de nuestra época. Los milenarismos y las xenofobias traspasan los siglos. Al final del primer milenio se temía un fin del mundo dantesco (aunque Dante no hubiera nacido). Mil años después el terror fue ante las computadoras porque, cuando comenzara el 2000, se iban a volver locas. En el fondo se trata de lo mismo, la finitud angustia.
-Decís que no se entra fácilmente al olvido pero en algún momento, y sin que nos demos cuenta, se comienza a olvidar ¿El acto de recordar determinados hitos implica olvidar otros?
A veces sí y a veces no. Es un trabajo del inconsciente o, al menos, de la integridad subjetiva. No depende de la voluntad. No existen recetas para olvidar ni preservativos contra los malos recuerdos. Pero se puede batallar para ponerse en disponibilidad y lograr algún tipo de olvido, porque si no olvidáramos nada, dolores incluidos, no podríamos subsistir. Pero olvidar no es perdonar. Un genocidio es imperdonable, aunque si todo el tiempo nos asediara la memoria, seguir viviendo resultaría insoportable.
A los 79 años y con una veintena de textos sobre sexo, posciencia y biopoder, la ensayista publicó "Problemas filosóficos"
-La filosofía produce interpretaciones sobre la realidad y sus enunciados no requieren de comprobaciones empíricas. Hoy vivimos en un escenario de descrédito de la razón, donde los argumentos han ido cediendo terreno frente a los sentimientos, eso que justamente se conoce como "la era de la posverdad". ¿La filosofía debe contribuir a restituir el peso de la verdad?
En primer lugar, me gustaría aclarar que hay algunas corrientes teóricas que no adhieren a que la filosofía no necesita ser corroborada por la experiencia. Son posturas neopositivistas que, así como en el medioevo se consideraba que la filosofía tenía que ser esclava de la fe, consideran actualmente que la filosofía debería ser "esclava" de la ciencia. Ahora bien, respecto de la nocividad de la llamada posverdad o verdad emotiva (algo que aparenta ser verdad pero se presenta más seductora que la verdad misma) es evidente que se trata de un manejo desde el mercado y desde ciertas políticas. Su finalidad es conquistar consumidores o votantes. Frente a este hecho, la filosofía debe asumir el desafío de prevenir los peligros del poder y deconstruir el discurso que pretende que la filosofía no sea crítica. La filosofía siempre ha sido el saber que ha puesto en cuestión los fenómenos de dominación cualquiera sea las formas que adopten. Lo contrario es dogmatismo, marketing o manipulación política.