El valor de la palabra, por el piso
Muchos informes periodísticos están poniendo sobre la mesa de discusión la enorme diferencia que existe entre las palabras de gobernantes y dirigentes políticos y sus actos. Ya ni siquiera puede hablarse de estrategia comunicacional. Es solo una especie de juego en el que gana el que es capaz de disfrazar mejor con palabras su falta de coherencia.
Muchos informes periodísticos están poniendo sobre la mesa de discusión la enorme diferencia que existe entre las palabras de gobernantes y dirigentes políticos y sus actos. Algo similar podría afirmarse respecto de determinados mensajes y actitudes que exceden a la política y que también implican a los medios de comunicación. Posiblemente, en este tiempo de pantallas omnipresente, esta dualidad quede reflejada con toda su crudeza. Es que resultan evidentes y fácilmente comprensibles las idas y vueltas, los cambios de rumbo drásticos y los virajes profundos que se observan a simple vista en las palabras que expresan.
Las contradicciones en el discurso público no son cosa de este tiempo. Han existido siempre. Las justificaciones que aluden a que los cambios en las opiniones son siempre beneficiosos porque la realidad demuestra que se estaba equivocado no siempre son sinceras. Procuran esconder la actitud real que es la de acomodar el discurso a los intereses personales o sectoriales. Es más, se asumen sin ningún prurito. Nadie se ruboriza. Ni tampoco piensa en el descrédito que esto significa. En el fondo, en muchos casos se refleja el desprecio por la capacidad de razonamiento e la inteligencia de la ciudadanía.
"Le doy mi palabra" era una frase que remitía a la honorabilidad de una persona. La palabra empeñada era de sagrado cumplimiento. Era. La pérdida del valor de la palabra es preocupante. Se la menoscaba y menosprecia cuando expresa una afirmación o la voluntad ficticia de hacer o cumplir algo determinado. Se la bastardea cuando se la utiliza con ambigüedad, de manera confusa y con objetivos que no pueden ser explicitados. Ejemplos sobran. La pandemia dio muestras de ello en todas las direcciones posibles. El discurso acomodaticio para justificar las medidas fue mutando de manera drástica. Las expresiones que se demostraron falsas fueron pasadas al olvido sin ninguna explicación. Las comparaciones falaces con otros países son un botón de muestra. El Ministerio de la Verdad orwelliano en su esplendor.
Ya ni siquiera puede hablarse de estrategia comunicacional. Es solo una especie de juego en el que gana el que es capaz de disfrazar mejor con palabras su falta de coherencia. La ilusión de muchos que protagonizan el discurso público es que la sociedad no tenga memoria. Y que los archivos no salgan a la luz. La palabra está devaluada. Pero este participio es tan "innombrable" que ni siquiera se utiliza para explicar las medidas que produjeron una devaluación importante de lo que alguna vez fue la moneda nacional.
Prudencia, orden, reflexión y ausencia de contradicción son algunos atributos de lo discursivo. Cuesta encontrarlos en el océano agitado de la Argentina actual. Son pequeñas gotas, que existen sí, pero que se mimetizan en la gran confusión. Gandhi expresaba: "Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino". Ante lo que está sucediendo con la palabra, quizás no estamos enterados de que el verbo cuidar haya mutado de significado.