El problema Buenos Aires
La grieta está ahondando la gravedad de esta asignatura pendiente, porque la urgencia de la coyuntura podrá acallar protestas quitando fondos a un distrito y dándoselos a otro, pero no conseguirá terminar con una falla estructural que es responsabilidad de todos los que han tenido responsabilidades de gobierno a lo largo de varias décadas.
Merece llamárselo. Buenos Aires. Su ubicación, su realidad, su egocentrismo por momentos, el unitarismo por otros ha sido -y sigue siendo- un problema de difícil solución para la Argentina. Si alguna vez la tuvo. Desde los albores de nuestra historia, el problema de Buenos Aires (la ciudad y la provincia, vale aclararlo) ha marcado la realidad argentina. Y lo está haciendo otra vez, quizás incluso con mayor fuerza que en anteriores etapas de la vida nacional.
A fines del siglo XIX, la capitalización de la ciudad de Buenos Aires fue, posiblemente, la solución más eficaz para las disputas que se llevaron puestas varias décadas de aquel siglo entre centralistas y federales. A partir de allí, numerosos episodios y procesos relatados en los libros de historia contemporánea argentina han relatado las vicisitudes de una construcción de país que nacía y moría en la Capital Federal y en sus poblaciones aledañas. Desde mediados del siglo pasado, Buenos Aires se transformó en una megalópolis prácticamente inmanejable.
La cuestión del Amba, tal como ahora la pandemia ha instalado como denominación más habitual, ha estado de manera explícita o implícita siempre en la vida política nacional. Aquello de que Dios está en todas partes, pero atiende a orillas del Río de la Plata grafica con elocuencia la influencia de lo que sucede en ese ámbito, puesto que sus consecuencias se extienden luego a lo largo y ancho de la geografía argentina. En la actualidad, el contraste es más marcado y aprovechado por la ideologización que cuestiona cierta opulencia en algún lugar pero no se atribuye responsabilidad por la miseria que existe a pocas cuadras.
Muchos ciudadanos del interior del país sostienen, con alguna razón, que las decisiones electorales de varias provincias en nada inciden cuando se eligen autoridades nacionales. Es que el potencial electoral del Gran Buenos Aires es enorme: allí reside el 38% de los votantes. Pero esta cuestión quizás sea la de menor trascendencia a la hora de analizar los problemas generados por este conglomerado urbano. Los bolsones de pobreza e inseguridad y el proceso constante de deterioro de la calidad de vida en algunas poblaciones es el síntoma más evidente de que la Argentina tiene allí a su mayor problema. Es evidente que ni el autoritarismo devenido en gobiernos militares ni las casi 4 décadas de democracia han podido encontrar alguna solución. No solo para dar algún orden al crecimiento descomunal del Amba, sino tampoco para devolver algo de dignidad a las millones de personas que viven en misérrimas condiciones.
El tema es que nadie asume que es hora de barajar y dar de nuevo. No es cuestión de ideologías o sectores políticos. Sí de hallar respuestas que determinen un viraje sustancial. Es más, la grieta está ahondando la gravedad de esta asignatura pendiente, porque la urgencia de la coyuntura podrá acallar protestas quitando fondos a un distrito y dándoselos a otro, pero no conseguirá terminar con una falla estructural que es responsabilidad de todos los que han tenido responsabilidades de gobierno a lo largo de varias décadas.