EL NARCOTRÁFICO NO PUEDE GANAR
EL NARCOTRÁFICO NO PUEDE GANAR
No
debe haber lugar para la resignación expresada con atroz desvergüenza por el
ministro de Seguridad de la Nación. El narcotráfico no ha ganado.
Lamentablemente, está ganando, sí. Pero no puede ganar.
No
debe haber lugar para la resignación expresada con atroz desvergüenza por el
ministro de Seguridad de la Nación. El narcotráfico no ha ganado.
Lamentablemente, está ganando, sí. Pero no puede ganar.
Con el cinismo que lo caracteriza, sin
siquiera sonrojarse ni, mucho menos, tener la dignidad de presentar su renuncia
ante la constatación de su fracaso como ministro de Seguridad, el gárrulo
Aníbal Fernández admitió que los narcos "han ganado" la batalla en Rosario. Lo
hizo al comentar -eso es lo que viene haciendo desde meses mientras la ciudad
santafesina se desangra- el último ataque de estas bandas criminales contra un
comercio propiedad de la familia política del astro futbolístico Lionel Messi.
La repercusión internacional del episodio
sacudió las telarañas en las que todavía están enredadas las decisiones que
permitan afrontar con decisión la lucha contra el narcotráfico en Rosario y en
todas las ciudades donde se padece este flagelo y donde viven argentinos, según
descubrió hace poco el presidente de la Nación.
En este contexto de características
bizarras por las reacciones de las principales autoridades de la Nación y,
también, de buena parte de la dirigencia política enfrascada en asuntos
electorales, la ciudadanía no se resigna a reconocer que el narcotráfico ha
ganado la porfía. Pese a ello, una dosis de realismo habilita a pensar que está
saliendo victorioso. Y va camino a triunfar definitivamente si no cambia la
matriz que rige la acción del Estado en la lucha contra el crimen organizado.
Los narcos van ganando porque se arrogaron
el derecho de utilizar la violencia en todas las ocasiones que se les presentan.
Y de amenazar públicamente con una impunidad que espanta. Va ganando porque las
muertes ocurridas son consideradas como parte constitutiva del negocio de la
droga: "se matan entre ellos", afirman políticos y jefes de fuerzas de
seguridad que consideran los asesinatos como desligados de la vida social. Gana
también cuando secuestra o amenaza a figuras públicas queridas por la gente y
logra visibilidad nacional e internacional. O cuando algunos de sus "capos" son
vistos como héroes populares en algunos sectores sociales.
El narcotráfico está ganando porque la
fortuna que genera el negocio da paso a una corriente de corrupción que
arrastra a todos los estamentos de la vida pública, debilita las instituciones
y destroza el Estado de Derecho. Está ganando también porque parte de la clase
dirigente y de las fuerzas de seguridad parece haber pactado con las bandas y
porque sufridos ciudadanos no tienen otra alternativa que pagar "peajes" frente
a las amenazas crecientes contra su vida y las de sus familiares. Empero, salvo
que el ministro de Seguridad tenga información al respecto, los narcos habrán
ganado definitivamente cuando logren infectar los tres poderes del Estado,
encumbrando en los cargos más altos a sus líderes o colaboradores más cercanos.
Las situaciones descriptas en los párrafos
anteriores sucedieron décadas atrás en Colombia cuando estaban en la cima de su
actividad los terroríficos carteles de la droga. No es necesario abundar en el
análisis para establecer que en Rosario -y también en otras latitudes de la
Argentina- estos preocupantes síntomas están presentes hoy y amenazan todos los
valores de la convivencia en el país.
No debe haber lugar para la resignación
expresada con atroz desvergüenza por el ministro de Seguridad de la Nación. El
narcotráfico no ha ganado. Lamentablemente, está ganando, sí. Pero no puede
ganar. El futuro de nuestra Patria dependerá de la titánica tarea que supone
dar vuelta el resultado.
Con el cinismo que lo caracteriza, sin
siquiera sonrojarse ni, mucho menos, tener la dignidad de presentar su renuncia
ante la constatación de su fracaso como ministro de Seguridad, el gárrulo
Aníbal Fernández admitió que los narcos "han ganado" la batalla en Rosario. Lo
hizo al comentar -eso es lo que viene haciendo desde meses mientras la ciudad
santafesina se desangra- el último ataque de estas bandas criminales contra un
comercio propiedad de la familia política del astro futbolístico Lionel Messi.
La repercusión internacional del episodio
sacudió las telarañas en las que todavía están enredadas las decisiones que
permitan afrontar con decisión la lucha contra el narcotráfico en Rosario y en
todas las ciudades donde se padece este flagelo y donde viven argentinos, según
descubrió hace poco el presidente de la Nación.
En este contexto de características
bizarras por las reacciones de las principales autoridades de la Nación y,
también, de buena parte de la dirigencia política enfrascada en asuntos
electorales, la ciudadanía no se resigna a reconocer que el narcotráfico ha
ganado la porfía. Pese a ello, una dosis de realismo habilita a pensar que está
saliendo victorioso. Y va camino a triunfar definitivamente si no cambia la
matriz que rige la acción del Estado en la lucha contra el crimen organizado.
Los narcos van ganando porque se arrogaron
el derecho de utilizar la violencia en todas las ocasiones que se les presentan.
Y de amenazar públicamente con una impunidad que espanta. Va ganando porque las
muertes ocurridas son consideradas como parte constitutiva del negocio de la
droga: "se matan entre ellos", afirman políticos y jefes de fuerzas de
seguridad que consideran los asesinatos como desligados de la vida social. Gana
también cuando secuestra o amenaza a figuras públicas queridas por la gente y
logra visibilidad nacional e internacional. O cuando algunos de sus "capos" son
vistos como héroes populares en algunos sectores sociales.
El narcotráfico está ganando porque la
fortuna que genera el negocio da paso a una corriente de corrupción que
arrastra a todos los estamentos de la vida pública, debilita las instituciones
y destroza el Estado de Derecho. Está ganando también porque parte de la clase
dirigente y de las fuerzas de seguridad parece haber pactado con las bandas y
porque sufridos ciudadanos no tienen otra alternativa que pagar "peajes" frente
a las amenazas crecientes contra su vida y las de sus familiares. Empero, salvo
que el ministro de Seguridad tenga información al respecto, los narcos habrán
ganado definitivamente cuando logren infectar los tres poderes del Estado,
encumbrando en los cargos más altos a sus líderes o colaboradores más cercanos.
Las situaciones descriptas en los párrafos
anteriores sucedieron décadas atrás en Colombia cuando estaban en la cima de su
actividad los terroríficos carteles de la droga. No es necesario abundar en el
análisis para establecer que en Rosario -y también en otras latitudes de la
Argentina- estos preocupantes síntomas están presentes hoy y amenazan todos los
valores de la convivencia en el país.
No debe haber lugar para la resignación
expresada con atroz desvergüenza por el ministro de Seguridad de la Nación. El
narcotráfico no ha ganado. Lamentablemente, está ganando, sí. Pero no puede
ganar. El futuro de nuestra Patria dependerá de la titánica tarea que supone
dar vuelta el resultado.