El mejor hijo de la Patria
A 200 años de su paso a la inmortalidad el pensamiento belgraniano sigue interpelando a los hombres y mujeres nacidos en la misma patria que ayudó a forjar.
Hace 200 años, olvidado y pobre, fallecía el general Manuel Belgrano. El mismo que desde las invasiones inglesas asumió su vida pública con inquebrantable vocación de servicio. El que abrazó las armas en defensa de la Patria naciente aun cuando aborrecía la vida militar. El que fue uno de los primeros patriotas que pensó el futuro con claridad. El que sufrió la sinrazón de las riñas intestinas. El que solo se contentó con ser un buen hijo de la Argentina naciente.
Belgrano pensó. Belgrano soñó. Belgrano actuó. Belgrano sufrió. En todos sus actos públicos la Patria estuvo primero. Pensó una tierra de libertad e igualdad. Soñó con abandonar el atraso y la dependencia. Actuó de diferentes maneras pero siempre privilegiando los intereses generales por sobre el personal. Sufrió las divergencias internas y las grietas de su momento histórico. Murió casi abandonado, convencido de que solo había hecho lo que una persona de bien debe hacer por su tierra y sus compatriotas.
El tiempo enalteció su figura. Y el homenaje anual cada 20 de junio permite también rescatar su pensamiento que, en esta etapa dominada por la pandemia, inédita y tan complicada, merecería ser guía y faro. Es que es necesario comprender que "el miedo solo sirve para perderlo todo" y repetir con firmeza lo que Belgrano ya advertía en aquellos primeros tiempos sobre la conducta de los personajes públicos: "Nuestros patriotas están revestidos de pasiones, y en particular, la de la venganza. Es preciso contenerla y pedir a Dios que la destierre, porque de no, esto es de nunca acabar y jamás veremos la tranquilidad".
El creador de la Bandera fue un paladín de la libertad. Sin ella "la vida es nada", señalaba. Y para ser libre, el camino más seguro es "la lucha por la libertad social", trabajando siempre con "voluntad, no incertidumbre; método, no desorden; disciplina, no caos; constancia, no improvisación; firmeza, no blandura; magnanimidad, no condescendencia". Y, por cierto, apelando a la Justicia, pues "el modo de contener los delitos y fomentar las virtudes es castigar al delincuente y proteger al inocente", así como enseñando que "ni la virtud ni los talentos tienen precio, ni pueden compensarse con dinero sin degradarlos".
A 200 años de su paso a la inmortalidad el pensamiento belgraniano sigue interpelando a los hombres y mujeres nacidos en la misma patria que ayudó a forjar. Nunca quiso ser padre de la Patria. Se conformó con que se lo recuerde como un buen hijo de ella. "No busco el concepto de nadie, sino el de mi propia conciencia, que al fin es con la que vivo en todos los instantes y no quiero que me remuerda", escribió alguna vez. Quizás sea hora de que su ejemplo empiece a remorder la conciencia de todos los que, dos siglos después, a veces olvidamos aquello de ser un buenos hijos de esta tierra.