El arma de la palabra
Demasiado dolorosa ha sido la historia por la que San Francisco ha estado otra vez en el candelero nacional como para no reparar en el cuidado que debemos tener en el uso de la palabra que, a veces, se transforma en un arma peligrosa.
El hallazgo del cadáver del doctor Daniel Casermeiro luego de una semana de angustiante búsqueda se ha convertido en noticia nacional. El desenlace es doloroso. Una vida se ha segado. La Justicia procurará dar con las causas y con los responsables. Será esta instancia la última palabra, como corresponde en una sociedad civilizada.
En un momento como éste, precisamente, están de más las palabras. Entonces, más de un lector se preguntará la razón de esta nota editorial en circunstancias en las que la expresión verbal no debería ser estentórea ni procurar la generación de más revuelo del existente. Pues de eso se trata, del uso de la palabra y de las connotaciones en las que no se repara cuando se vierten opiniones, en especial en las redes sociales.
Es verdad. La noticia tiene todas las características de los hechos noticiables. Esas que se imparten en las cátedras de periodismo de todo el mundo. Las que determinan -por estudios largamente probados- cuáles sucesos provocarán más impacto en la sociedad. Generalmente, éstos son los que en la teoría periodística portan la condición de IH (Interés Humano).
Sin embargo, los estudios tradicionales sobre las características de una noticia se forjaron en una época muy diferente a la actual. La profusión de medios y soportes para la comunicación, la interacción inmediata que supone su utilización, la fragmentación obligada por el lenguaje hipertextual, la conjunción de varios lenguajes en un mismo mensaje y otras situaciones similares establecen una realidad novedosa en la que la teoría parece quedar obsoleta. Así, la enorme cantidad de palabras que se han vertido en todo el país respeto del doloroso caso ocurrido en nuestra ciudad bien pueden ser objeto de alguna reflexión que permita encontrar algún claro en ese espeso bosque verbal.
Contrariamente a lo que pueda suponerse, la comunicación a través de las nuevas tecnologías se ha hecho más impersonal. Antes solo eran los medios tradicionales los portadores de la información. Hoy, cualquier persona es productora y difusora de datos, sean éstos verdaderos o falsos, incluyan narraciones o simples versiones interesadas de los hechos. Se ganó un espacio notable para el ejercicio de la libre expresión de las ideas. Se ha ido perdiendo, creemos, la responsabilidad en la práctica de este derecho central para la convivencia democrática.
Desde la frialdad de un teclado, a mucha distancia de los sucesos y con la comodidad de utilizar un "nickname", se opina sobre un tema pretendiendo dejar clara una postura. Pero no se repara en el lenguaje que se utiliza ni en el contenido semántico. Mucho menos en la gramática, extraviada en algún laberinto digital. A veces se insulta, se hiere, se respira cinismo en cada posteo. Por cierto, cualquier persona tiene derecho a pensar de determinada manera y a ser fiel a esa creencia. Pero la forma con la que se expresa es, más en este momento crucial de la evolución de la humanidad, tan importante como el contenido.
La discusión, el debate, la polémica son bienvenidos. Pero estas prácticas requieren de argumentos, no de insultos o ambigüedades. Se puede refutar una idea contraria con la mejor utilización de los recursos lingüísticos. Es incluso más efectivo hacerlo así. La soberbia, la ira, la sospecha por la sospecha misma, la falta de empatía, el resquemor, entre otras actitudes negativas, no son las mejores armas para entablar un diálogo ante quien piensa distinto.
Estas reflexiones también nos incluyen a quienes hacemos periodismo. Sin pretensión didascálica, se hace necesario asumir todas las responsabilidades, es menester respirar hondo, tomar nota de las palabras utilizadas y repensar, si así cupiera, los conceptos, la gramática, la semántica y los tonos de cada mensaje.
Demasiado dolorosa ha sido la historia por la que San Francisco ha estado otra vez en el candelero nacional como para no reparar en el cuidado que debemos tener en el uso de la palabra que, a veces, se transforma en un arma peligrosa.