Devolver la honorabilidad al Congreso
El control de los actos de gobierno, su iniciativa para dotar al país de las normas imprescindibles para su desarrollo y la libertad de expresión de las minorías tienen que constituirse en variables no negociables por quienes tienen el honor de ser legisladores.
Apenas se conocieron los resultados de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, los voceros de las fuerzas políticas afirmaron coincidentemente que se ponían a trabajar con vistas a las elecciones "verdaderas" del próximo 14 de noviembre, donde se elegirán senadores y diputados nacionales. La contienda adquiere trascendencia, en virtud de que de la marcha del país hasta 2023 al menos dependerá de la conformación del Congreso Nacional que surja del resultado electoral.
No obstante, los comicios que se realizarán dentro de dos meses parecen ser interpretados por cierta dirigencia como una manera de posicionarse con miras a las elecciones presidenciales. Poco se puede vislumbrar acerca de lo que será la función del Congreso Nacional en el futuro inmediato, más allá de las especulaciones sobre la conformación de mayorías y minorías, la búsqueda del número para alcanzar el quórum propio o la disputa de alguna banca más en las provincias.
La aspiración ideal es que Congreso Nacional sea el ámbito en el que los representantes del pueblo debatan, confronten y razonen en la búsqueda del objetivo de poner en marcha una idea de país superadora de la actual afligente realidad. Y, para ello, el apego a las formas institucionales es el marco al que deberán ajustarse sus miembros futuros, más allá de cómo se dirima la puja por el poder.
Es fundamental devolver el prestigio perdido al Poder Legislativo. No puede ser el Parlamento una escribanía del Ejecutivo. Los senadores y diputados no son amanuenses del poder. Son los representantes del pueblo que tienen la obligación primera de respetar la institucionalidad, evitar el "chicaneo" permanente y rendir cuentas a la sociedad que allí los encaramó. El Congreso debe volver a ser el puntal de la República. Porque es el símbolo más visible de la democracia y de la pluralidad que enmarca ese concepto.
La legítima representación surgida del sufragio popular debe ser ratificada con el trabajo legislativo. La delegación de facultades al Ejecutivo ha desvirtuado su rol esencial en determinadas temáticas. El control de los actos de gobierno, su iniciativa para dotar al país de las normas imprescindibles para su desarrollo y la libertad de expresión de las minorías tienen que constituirse en variables no negociables por quienes tienen el honor de ser legisladores.
En definitiva, las elecciones de noviembre -independientemente de los resultados que se obtengan- son una oportunidad histórica para devolver aquella condición de "honorable" a cada una de las cámaras del Congreso. Sin embargo, como la honorabilidad supone rectitud, decencia y dignidad para asumir el cargo, persiste el interrogante sobre si la clase dirigente será capaz de renovar la política, alimentar la esperanza, trabajar con seriedad en la búsqueda del Bien Común y cumplir el mandato que la sociedad exprese con su voto.