Atilio Talín y sus 30 años junto a Piazzolla: “Astor fue, sobre todo, un laburante”
"Nada de lo que me tocó vivir fue por casualidad, sino por causalidad", cuenta en su libro "Mi vida junto a los grandes del tango", que acaba de ver la luz. Es que este hombre de ocho décadas y memoria prodigiosa, fue casi como un hijo adoptivo para Aníbal Troilo, lo que lo llevó a codearse con todos los grandes de la época de oro del "dos por cuatro". Y así trabó vínculo con Ástor Piazzolla, cuando el genio que hubiera cumplido cien años el 11 de marzo se estaba abriendo paso a las piñas (literales), entre los más conservadores del género.
Por Manuel Montali | LVSJ
Atilio Talín se mueve como un caballero. Hombre de miles de amigos. De mucha palabra, mucha historia, pero siempre con absoluto respeto y no dejando ventilar nunca una frase fuera de lugar. Claro, se ha curtido como vendedor de automóviles y, sobre todo, después de años y años de mediar entre el carácter explosivo de Astor Piazzolla y todos los que lo rodeaban. Se sabe que "El gato" no era fácil. Amaba las bromas pesadas pero solo si las hacía él. Vivía para la música (y un poco para la pesca del tiburón y la buena comida) y no soportaba nada que interfiriera en su perfeccionismo desmedido. Se conocieron una noche en un recordado cabaret porteño. Se hicieron amigos hasta que, en un momento, Piazzolla le legó el manejo comercial de su carrera, para que él pudiera usar la cabeza solo para la música. Casualidad no, causalidad, el ingreso de Talín al mundo Astor coincidió con el despegue universal de su música.
-¿Cómo ingresa al mundo del tango?
Yo entro al mundo del tango siendo muy joven, de la mano de este hombre único que fue Pichuco. Por la relación de hermandad que tenía con mi padre de haberse criado juntos, podría decir que fue como un segundo padre para mí, aunque creo que quizá en realidad fue al revés y yo fui como un hijo para él.
Muchos creen que yo "nací" en el mundo del tango junto a Astor Piazzolla, pero no fue así. No me acuerdo de lo que cené ayer, pero tengo grabado en la memoria el aroma de la loción que usaba Pichuco el día en que mi papá me llevó a conocerlo. Yo estaba en tercer grado. Fuimos a la casa de los Troilo a las cinco de la tarde, la hora en que se levantaba. Allí nos atiende esa mujer maravillosa que fue Zita y entonces aparece Troilo, recién duchado, afeitado, con su bata de seda roja, y mi viejo le dice: "Acá lo tenés a Atilio". El "Gordo" se me acerca con esa cara angelical, me toma de los cachetes con toda ternura y le responde: "José, ¡qué lindo pibe que tenés!" y me da un beso...
Papá y Pichuco eran hinchas de River. Iban juntos al Estadio Monumental, y a partir de mis diez años empezaron a llevarme con ellos. Y mi espalda servía como pupitre o escritorio para Troilo cuando los hinchas lo reconocían y le pedían un autógrafo. Por él conocí a los jugadores de "La Máquina", y a los grandes del tango, empezando por Enrique Santos Discépolo. Por él también fui a estudiar música con los hermanos De Caro. Fue un breve paso el mío como instrumentista, porque fui ocupándome de otra función. Al punto de que una vez tuve la osadía de ponerme a tocar el piano de Astor en su casa... Me escuchó y me gritó: "¡Pará, me estás quemando! ¿Qué van a pensar los vecinos?".
Ya cuando cumplí dieciséis años, Pichuco me sumó a su barra en "La Comedia", en Corrientes y Paraná, donde se reunían todos estos gigantes como Alfredo Gobbi, el conductor Armando Rolón, el también animador Augusto "El nene" Bonardo, etc. Era como que hoy me invitaran a jugar con los futbolistas de Barcelona. Y Troilo me terminó llevando a verlo a Mariano Mores, que me adoptó casi comoun asistente de manager y un miembro más de su familia, y así hice mis primeras armas.
-¿Cuándo conoce la obra de Piazzolla?
La obra de Piazzolla la descubro por Troilo, que por esa generosidad grababa temas del "Gato" así como hacía con Mariano Mores y tantos más. Fue a mediados del cincuenta, yo tenía menos de veinte años y escucho "Lo que vendrá"... y me vuelvo loco.
Astor ya había pasado por la orquesta de Troilo. Era una proeza del bandoneón, pero quería hacer su propio camino. No se quería quedar solo con el "chan-chan" que le mandaban a hacer todos. Y lo dejó a Pichuco, con el que había arrancado a los 18 años, algo que nadie podía creer. Pero Astor ya empezaba a sufrir el estigma de que los bailarines se quejaban de que con sus temas no se podía bailar. Y fue a hacer la suya, porque desde chico, en los años que vivió en Manhattan, Nueva York, había aprendido a defenderse. Tenía una pequeña secuela física en un pie, del parto. Pero al que intentaba reírse, lo frenaba de un zurdazo. Fue un aprendiz de "gángster" y hasta compartió pandilla con Jack La Motta. Entonces, no iba a andar con miedo por lo que le dijeran los conservadores. El retrucaba e iba por más. Como era un pícaro, a sus primeros temas los llamó: "Lo que vendrá", "Prepárense", "Triunfal", "Tres minutos con la realidad"... Era un anticipo de que llegaría. Y así fue.
Después de Troilo, entonces había formado su mítica Orquesta del '46. Ahí probaba contrapuntos y fugas. Enojaba a los que querían bailar, pero va ganando admiración de los que entendían algo de música. Después hizo la pieza sinfónica "Buenos Aires" con la que ganó el concurso Fabien Sevitzky y una beca para estudiar un año en Francia con Nadia Boulanger, que fue la que le marcó el rumbo, cuando ella le preguntó con qué música se ganaba la vida en Buenos Aires y él le tocó "Triunfal". Ella no lo deja terminar la canción y lo toma del hombro. "Este es Piazzolla. No lo abandone nunca". Con ese envión, a la vuelta formó el Octeto Buenos Aires. Pero siguió luchando contra la resistencia y sin poder establecerse económicamente. El mayor hito de esos años fue en 1959, cuando perdió a su padre mientras trabajaba en la compañía de baile de Juan Carlos Copes y María Nieves, y compuso "Adiós Nonino", su pieza más conocida, que fue de un éxito creciente.
Estampas del "búnker" de Talín, en algunos de sus muchos momentos compartidos junto a Astor.
-¿Cómo entabla relación con él?
Comienzan los '60 y Astor, que andaba siempre muy justo con el dinero, se da el lujo de rechazar una buena oferta para rearmar suOrquesta del '46 y opta por crear el Quinteto Nuevo Tango. Él nunca iba a priorizar el dinero sobre lo artístico. Con esta formación logra un contrato para tocar en una catedral de la buena música, "Jamaica". Yo seguía teniendo un vínculo muy estrecho con Pichuco, acompañaba a Mores y mientras tanto trabajaba en mi agencia de autos importados, en la que había empezado a los veinte años y que hoy dirige mi hijo. Me convertí en fanático de Piazzolla, uno de los pocos de esos años. Yo siempre fui sociable. Pero había una excepción: Piazzolla. Tenía miedo de conocerlo. Muchas veces me había pasado al lado y yo había estado a punto de decirle algo, pero siempre me quedaba callado. Ya era famoso por sus declaraciones explosivas. Después entendí que era su manera de estar en guardia, porque la piña más lejana se la daban en la frente. Él era más tanguero que ninguno, pero del buen tango: Julio De Caro, Alfredo Gobbi, Osvaldo Fresedo, Carlos Di Sarli, Aníbal Troilo... esa primera línea.
Y yo aprovechaba esos lugares como "Jamaica" también de vidriera para mis autos: me iba con alguna máquina y la estacionaba en frente. Alfa Romeo era mi línea deportiva predilecta y yo, que tenía la concesión, ayudé mucho a introducirlos en Argentina. Y una noche voy a escuchar a Astor creo que manejando una Giulietta nueva, blanca, reluciente. El quinteto termina de tocar, los músicos bajan del escenario y enfilan entre el público en dirección a la salida. Lo veo venir primero a Astor y corro la vista, pero él se dirige directo hacia mí y me dice "¡Lindo el Alfa Romeo! ¿Verdad?". Casi que me caigo al piso. Me dijo que, después de la música, los autos era lo que más le gustaba. Mentira, porque el segundo lugar era para la pesca del tiburón y comer. De cualquier manera, lo invité a dar vueltas por todo Buenos Aires, y así nos hicimos amigos. Siendo los dos de origen italiano, de entrada nos bautizamos "Tanuca". Casi no me decía Atilio, ni yo a él Astor: siempre Tanuca. Al tiempo él se muda a Congreso, sobre Entre Ríos al 500, a doscientos metros de mi agencia. Y entonces se cruzaba todo el tiempo a charlar. Hasta me acompañaba como copiloto cuando había que llevar un auto al taller. Una vez, el dueño, orgulloso de la visita de Astor, lo anunció ante todo el personal. Y de fondo se escuchó un morocho que decía: "¡A nosotros nos gusta D'Arienzo!". Había una pica bárbara entre él y "El rey del compás". El dueño no sabía cómo disimular, y Astor, que no podía con su genio, más fuerte, contesta: "¡Cada uno tiene la música que se merece!".
-De amigo, ¿en qué momento se convierte en apoderado y manager?
En la década del sesenta, yo venía haciendo algunas cosas con la música, produciendo espectáculos, y Astor está al tanto. Además, veía la pasión que yo ponía en mi agencia, y seguro pensó que podía trabajar de la misma manera con él y su producto. Entonces, en un momento en que tiene que viajar a Estados Unidos a trabajar con Lalo Schifrin, me dijo que no tenía a nadie de confianza por si le pasaba algo, y me pidió que fuera su apoderado. Yo estaba halagado, pero le sugerí a Natalio Echegaray, un gran tanguero que desde 1983 sería escribano general de la Nación; o al juez Víctor Sasson, otro apasionado del buen tango, que tuvo a su cargo el juicio contra Robledo Puch. Pero Astor dijo: "No te pregunté quién debería hacerme de apoderado, sino si vos querías ocuparte". Y no me pude negar. Luego me propuso ser su manager. La única condición que me puso, fuera que vendiera su música como a un Mercedes Benz. Así que desde entonces vendí Mercedes Benz, Jaguar y Piazzolla: las mejores marcas. Y ccordamos que yo me encargaba de los negocios y él de la música, sin interferir uno en el trabajo del otro.Tanta confianza me tenía, que luego me amplió el poder para que lo representara como si fuera él mismo. Echegaray, cuando tramitó ese poder, le dijo: "Usted no se llama más Piazzolla; ahora Piazzolla pasa a ser Talín". Pero nosotros éramos más que amigos o socios. Éramos familia.
Cuando le conté que había nacido mi primer hijo, Christian, en 1967, me dijo: "De más está decir que soy el padrino". Yo le respondí que era un honor. "Para él", respondió. Y no se puede discutir. En el primer cumpleaños de mi hijo, él le quiso hacer un obsequio para toda la vida. Le regaló una canción hermosa, "Christalin". En casa guardamos una copia del original con la siguiente dedicatoria: "Para mi ahijadito, con todo mi amor". Cuando se casó su hijo Daniel, le pidió a sus dos padres que fueran padrinos. Ástor, como ya estaba separado de Dedé, para evitar una situación incómoda, más allá del cariño que le tenía a su primera mujer, le sugirió que lo reemplazar yo en ese momento tan especial. Entre otros regalos, también guardo la partitura original dedicada a mí de "Verano Porteño", porque cuando la escuché en un ensayo por primera vez, él se dio cuenta de que me había vuelto loco.
Compartíamos vacaciones. Cuando Astor ya vivía en Punta del Este, nos instalábamos en esta misma ciudad con mi mujer, los chicos y mi madre, desde fines de diciembre hasta febrero, para compartir los días de calor con los Piazzolla y los amigos cercanos, como Eladia Blázquez y Tato Bores. Pocos amigos, pero buenos. Astor era cerrado, nunca fue un "farandulero" de los que iban a Punta del Este a mostrarse. Su casa estaba perdida en el bosque. Para ir a pescar, en alguna ocasión hasta alquiló toda la lancha, cosa de que nadie le hablara. Pasábamos las fiestas allá, descansábamos y de paso diagramábamos con Astor la agenda anual.
Hoy, mi hija Andreina sigue conservando un vínculo muy cercano a Laura Escalada, última mujer de Astor.
-Se lo define como genio, como bromista, como hombre de carácter difícil... ¿Cómo era en la intimidad?
Sí que era bromista. Era "El rey de la broma". Al "Tano" Francisco Lauro, con el que empezó, le aflojó todos los tornillos del bandoneón para que se le desarmara en vivo. A Troilo le puso un gato en el estuche de su instrumento, que saltó por los aires cuando lo abrió. Ponía petardos en los reservados de los cabarets, incluso con "retraso", para que explotaran cuando estaba tocando y nadie sospechara de él... Era también su modo de defenderse. Se lo suele sintetizar también como genio y como un tipo de un carácter difícil... Para mí sobre todo fue un laburante. En sus primeros años, podía tocar al mediodía en una radio, a la tarde en los cafés de calle Corrientes y a la noche en el cabaret. Dormía dos o tres horas y se iba a las 8 a estudiar con Alberto Ginastera... No fue casualidad que luego impresionara a Arthur Rubinstein o Nadia Boulanger. Él iba al frente como loco. Yo lo vi tocar con un dedo que se había reventado contra un clavo (lo confundió con un bicho) en Portugal, y con un cólico renal inaguantable para cualquier otro mortal, encima sin aire, a varios metros sobre el nivel del mar... Por la música daba la vida, literalmente hablando.
Astor era terriblemente exigente en todo lo que hacía a música. Por ejemplo, un día me pidió que me quejara de la música espantosa que Aerolíneas Argentinas pasaba de fondo en los vuelos. Él quería que en nuestra línea de bandera pasaran tango o folclore. Así que hablé a Aerolíneas y les hice llegar música de Astor. Por un tiempo, hasta que cambiaron esas autoridades, fue su música la que se escuchó cuando los aviones llegaban a Buenos Aires.
Ya con el octeto electrónico en el que participaba su hijo Daniel, a mediados de los setenta, hizo una temporada que para Piazzolla era un divertimento, con piezas como "Meditango" y "Violentango", en la que les permitía a los solistas un poco de improvisación, un poco de "joda". En el arreglo de "Adiós Nonino" para este grupo se hizo lo mismo. En una oportunidad en que Nonina llega de visita a Buenos Aires, Astor la lleva a escuchar el conjunto al boliche La Ciudad. No era muy usual que ella lo escuchara en vivo. Finalizado el espectáculo, le pregunta a su madre qué le había parecido la actuación. Y ella le dijo que a Nonino le hubiera gustado más la versión anterior de ese tema. Astor quedó de piedra y me pidió que comunicara a los músicos que al otro día a las siete había ensayo general. Todos quedaron con un temor... Me preguntaban: "Che, ¿quién metió la pata?". Los tipos no durmieron. A la tarde siguiente, Astor aparece con siete partituras. Y les dijo que iban a tener que aprender eso: el nuevo arreglo de "Adiós Nonino", que volvía de la diversión nuevamente a lo sublime. En una noche, había arreglado el tema para su bandoneón y los otros siete instrumentos. Solamente él podía hacer algo así.
Todos los grandes compositores creaban sobre el piano y después hacían los arreglos para los distintos instrumentos. Piazzolla componía en piano. Compuso un único tema en bandoneón. Un tema muy especial, que para él y para todos, fue el mejor: "Adiós Nonino".
-¿Nunca tuvo que chocar con ese carácter explosivo que tenía él?
Yo jamás sufrí un disgusto con él. Mi único padecimiento era intentar sentarme a hablar de números. Nunca me dejaba. Él consideraba que mi decisión en cualquier tema económico era la adecuada. Tenía que ingeniármelas con una variedad de excusas para que me prestara atención y dejar todo asentado y con su aprobación. La gente se sorprende de que tuvimos treinta años de amistad y trato profesional. Pero él, en intimidad, era un tierno y un tímido. ¡Yo tenía que acompañarlo al médico porque le daba miedo que en la sala de espera se acercara algún fanático a hablarle!
Tenía perfil bajo. En el '88 me entero de que cambiaban al embajador de Chile. Siempre que ocurría esto, se podía nacionalizar automáticamente el auto del diplomático, en un momento en que la importación estaba muy complicada. Yo aproveché para comprarle a Astor un Mercedes espectacular. Nos fuimos a Luján con nuestras esposas a "bautizarlo", por su devoción a la Virgen. Al día siguiente, la fue a ver a su Nonina a Mar del Plata y a llevarla a pasear. Pero después le daba avergüenza usarlo.
-¿Sufría ese estigma de ser rechazado por el público de su propio país?
Él siempre quiso triunfar ante su gente. Le costó mucho lograrlo. Pero por suerte, mientras en Argentina lo seguían cuestionando, en el mundo lo adoraban. En Brasil nos venían a escuchar Milton Nascimiento, Gilberto Gil, Hermeto Pascoal, Chico, Roberto Menescal, Vinicius, entre otros. A Piazzolla lo invitaron al Primer Festival de Jazz de San Pablo. Cuando terminó el espectáculo, un hombre entró al camarín muy emocionado a abrazarlo y decirle que nunca había escuchado algo igual. El hombre era Benny Carter. En el Festival de Jazz de Montreal, el más importante del género, en 1984, el pianista Oscar Peterson anuncia frente a todos los gigantes internacionales que se encontraba esa noche con ellos "el mejor músico del momento en el mundo, el maestro Astor Piazzolla". En Francia, Italia, Holanda y Bélgica era un ídolo. Acá nos pasó de que un taxista no lo quería llevar por haber "arruinado al tango", mientras que en París subimos a un coche y pasaban su música. El conductor no lo podía creer cuando se enteró que el autor estaba sentado detrás. En el Vaticano hasta nos recibió el Papa Pablo VI.
Otro ejemplo es el Festival de Buenos Aires de la Canción y la Danza, en el Luna Park, en noviembre de 1969. Astor presentó la "Balada para un loco" con letra de Horacio Ferrer y voz de Amelita. Una maravilla. Pero el jurado, por toda la polémica que envolvía a la música de Astor, la dejó en segundo lugar. La ganadora fue "Hasta el último tren" de Julio Ahumada y Julio Camilloni. El mismo Ahumada fue con Jorge Sobral, cantante del tema ganador, a decirle a Astor que merecía ganar él. Y bueno, la historia pone las cosas en su lugar. La obra ganadora no es tan recordada como la "Balada", que se convirtió en un himno mundial.
El "búnker"
Atilio vive en un departamento que antes fue de Piazzolla. Allí tiene su "búnker", su museo personal, con miles de recuerdos, fotos, dedicatorias y objetos invaluables, como la foto original de la película "El día que me quieras", en la que Astor aparece haciendo de canillita junto a Carlos Gardel, regalo que le hizo la madre de Piazzolla.
-¿Cómo se dio que pasara a vivir en la casa que fuera de él?
Acá vivió él en la época en que era pareja de Amelita Baltar. En este departamento de piso trece, con vista al Hipódromo, Aeroparque, la cancha de River, el río y la costa uruguaya sobre la línea del horizonte, él tenía el piano de cola y daba forma a sus creaciones de entre finales del sesenta y principios del setenta. Cuando deciden separarse, estaban haciendo una gira y grabación en Italia. Astor me llama para que me encargue de la venta del departamento y resuelva la parte de Amelita. Entonces, sin decirle nada a él, aprovechando el poderazo que tenía para actuar a su nombre, saqué una hipoteca y le compré la parte a ella, porque no concebía que él volviera a Buenos Aires y no tuviera casa. Él estaba tan agradecido de que le hubiera solucionado el problema, que me regaló una copia de "Tango para una ciudad" con la leyenda: "Para Atilio Talín, este recuerdo de nunca olvidar su gauchada. Su amigo siempre". La dedicatoria le salió del alma, como todo lo que hacía. Ya en 1976 conoce a Laura Escalada. Astor empezaba a cotizar en bolsa y decide radicarse en Punta del Este. Y ahí me propuso que le comprara el departamento. A él las propiedades no le importaban mucho. Lo que le importaba era sacar el piano de cola, que fue una verdadera odisea. Piazzolla componía en piano. Compuso un único tema en bandoneón. Un tema muy especial, que para él y para todos, fue el mejor: "Adiós Nonino".
Desde mediados de los setenta, entonces, vivimos con mi familia en la casa que fuera de Astor. Acá, donde estuvo su sala de música, tengo ahora mi museo personal en donde me reencuentro a diario con él, Pichuco, Cadícamo, Castillo, Goyeneche, Pugliese, Mores... Y el mayor privilegio es saber que acá se le dio forma a la mejor música argentina del siglo veinte.
La despedida
Atilio tuvo que afrontar, como amigo y apoderado, el triste epílogo de Piazzolla, desde su ataque cerebral en París, hasta su muerte dos años después. Aún se emociona cuando recuerda ese período. Pero recuerda con felicidad la última conversación con él.
-¿Cómo vivió los últimos días junto a Astor?
Desde fines de los ochenta, él venía arrastrando problemas de salud. Le habían realizado un cuádruple bypass, lo que lo llevó por ejemplo a buscar un segundo bandoneonista como refuerzo de su grupo. Hizo un sexteto con el que se terminaría despidiendo de Argentina a lo grande, con un recital en el Teatro Ópera en junio de 1989 al que lo fue a escuchar Carlos Menem como presidente electo. Astor, al fin, después de pelearla tanto, se había ganado al público argentino. Luego programamos una gira europea en la que coincidió a fines de ese mismo mes con la orquesta de Osvaldo Pugliese en Ámsterdam. Dos leyendas del tango, juntas, pero en Holanda. Como antes había pasado con Gardel en Nueva York, ¡una más de esas cosas increíbles de nuestra historia!
Después, Piazzolla estaba agotado de las giras y siguió solo, presentándose con acompañamiento de cuerdas, pero muy poco. Lamentablemente, al año siguiente, el 4 de agosto de 1990, sufrió en París la trombosis cerebral de la que nunca se recuperaría, y por la que dos años más tarde fallecería. Menem colaboró mucho para que pudiéramos traer de regreso a Astor sin que la prensa lo pusiera en una tapa sangrienta. Y a mí me tocó ir haciendo de mediador siempre entre Laura y los hijos de Astor para decidir lo que era mejor para él. Fue una época terrible. La familia y sus amigos la pasamos muy mal. Los hijos no se querían separar de él. Daniel, que había estado distanciado de él luego de que Astor disolviera el octeto en el que participaba, aprovechó para recuperar mucho de ese tiempo perdido. Su hija Diana también estuvo en cada momento a su lado. Para mí fue muy triste y desgastante. Tenía que atender todos los detalles, me llamaban a cualquier hora, hasta cuando se le desconectaba una sonda... También tuve que trabajar la parte legal, para que quedara en claro que renunciaba como apoderado y no me aprovechaba de ninguna manera de mi posición, siempre actuando conforme a lo que me había pedido Astor en su momento. Falleció el 4 de julio de 1992. Fue velado en la Legislatura Porteña, algo que yo no hubiera querido, pero fue un ofrecimiento a la esposa y ella aceptó. No recibió la despedida que merecía, como la de Pugliese o Goyeneche, en que la gente hacía cola para darles el último adiós. Pero el tiempo también acá puso todo en su lugar, y hoy Astor tiene un reconocimiento universal que está más allá de cualquier despedida.
La última conversación que tuve con él fue en la mañana creo que del día anterior al que sufrió el ataque cerebral. Cuando se iba de viaje, me volvía loco con los llamados. Muchas veces dejaba que lo atendiera el contestador, cosa que a él lo volvía loco. Esa mañana le había hecho esa broma y volvió a llamar más tarde. Estaba de muy buen humor. Me dijo que por no haberlo atendido no me había podido contar un sueño que había tenido esa noche. Un sueño hermoso, me dijo: que cuando volvía, ¡armábamos otra vez el quinteto! Lo extraño todos los días, Nos quedaron muchos proyectos en el tintero, pero sé que me está esperando más adelante, porque él siempre fue eso: un adelantado.