Ánimos alterados y mediocridad política
Sacando a las minorías ideologizadas y a los militantes que obedecen ciegamente las voces de mando, las conductas de la dirigencia política en tristes episodios como el asesinato del exsecretario de CFK son de manual. Pero de un manual perimido. De enseñanzas que deberían dejar paso a otro tipo de acción política. La que no le falte el respeto a la población, a su inteligencia.
El asesinato del exsecretario de la actual vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández, en la localidad sureña de El Calafate vino a poner otro elemento perturbador en la distópica realidad que vive el país. El suceso agregó más tensión a la cuarentena interminable, a la pandemia amenazante siempre, a la crisis económica profunda, a la pobreza resultante y a tantos otros males que se arrastran desde hace décadas y se agravaron en este tiempo.
En este panorama dramático, un remolino de repercusiones políticas se diseminó por el espacio público con tantos objetivos como miradas de la realidad existen. Lo mismo ha ocurrido cientos de veces en la vida de las instituciones del país. Se volvieron a escuchar sospechas y dudas, recrudecieron las acusaciones cruzadas, los enfrentamientos, los prejuicios ideológicos y también la incontinencia verbal de unos y otros. Si a todo esto se suma que la Justicia goza de una falta de credibilidad alarmante en prácticamente todos sus estratos, se comprende, pero no se justifica, la irrupción de conocidos fantasmas.
Es verdad que la figura del exsecretario de la hoy vicepresidenta estaba involucrada en una de las causas judiciales más graves que investiga la corrupción. Y que su condición de testigo en la misma podría perjudicar a muchos de los actuales gobernantes. Sin embargo, el revuelo político se generó incluso antes de que trascendiesen detalles del crimen, con lo que el lodo verbal se esparció y el ambiente se tornó más oscuro aún.
En este punto, llama la atención cómo las declaraciones y posturas viran de un extremo a otro según sea el lugar donde se encuentre parada la dirigencia. Esto no sorprende. La oposición emitió un documento muy duro, señalando algunos aspectos que pueden ser contemplables, pero agregando acusaciones que nada tienen relación con lo que podría haber ocurrido. Y los voceros del gobierno calificaron a esta maniobra como "canallesca". Para peor, la presidenta de uno de los partidos opositores sacó a relucir el caso Maldonado como ejemplo de que "ellos" habían hecho lo mismo, lo cual es real pero devela actitudes revanchistas tan mediocres como poco edificantes en una y otra vereda.
Sacando a las minorías ideologizadas y a los militantes que obedecen ciegamente las voces de mando, las conductas de la dirigencia política en estos tristes episodios son de manual. Pero de un manual perimido. De enseñanzas que deberían dejar paso a otro tipo de acción política. La que no le falte el respeto a la población, a su inteligencia. La que establezca parámetros de respeto y verosimilitud. La que no sea oportunista. La que no mienta. La que cumpla y haga cumplir la ley. La que deje de aprovechar los "beneficios" del clientelismo. La que abandone la idea de que devolver una acción deleznable en una dirección con otra igual hacia el punto contrario es el método para la discusión política. La que no revuelva el lodo que embarduna a buena parte de la dirigencia desde hace bastante tiempo. La mediocridad de la acción política altera aún más los ánimos, destroza la crítica racional, enrarece la convivencia y daña las instituciones.