Siria: 8 años de vergüenza
La guerra civil que se libra en ese país, y que comenzó como un intento de resistencia pacífica de la ciudadanía frente al régimen dictatorial, ha provocado una de las catástrofes humanitarias más graves de los últimos tiempos. La comunidad internacional debería preguntarse qué cosas deben cambiar para que esta clase de desastres humanos no alcancen semejantes proporciones.
Se cumplieron hace pocos días 8 años del comienzo de la guerra civil en Siria. Lo que comenzó como un intento de resistencia pacífica de la ciudadanía frente al régimen dictatorial se convirtió luego en un infernal centro de operaciones bélicas que ha provocado una de las catástrofes humanitarias más graves de los últimos tiempos.
Siria ha sido, por estos años, el escenario donde las potencias mundiales jugaron su partida de ajedrez. Primero, Francia y Estados Unidos se inmiscuyeron en la contienda y prometieron llevar a Bashar Al Asad, el dictador sirio, al banquillo de los acusados en los tribunales internacionales. Luego, desistieron de este intento, dejaron a la deriva al pueblo sirio, creció allí el Ejército Islámico y Rusia e Irán consiguieron desbancar a esta secta fanática para volver a otorgarle el poder al régimen que desde hace décadas gobierna desde Damasco.
Lo que ha quedado es un país devastado. Y una región que no tendrá prosperidad por mucho tiempo. La mitad de la población adulta de Siria ha fallecido, se exilió o ha sufrido serias heridas. De los 21 millones de habitantes que tenía a principios de 2011, entre 300,000 y 500,000 fueron asesinados y 1,5 millones fueron discapacitados. Unos 6 millones de personas han huido al extranjero y otros 6,6 millones son desplazados internos, la mayoría de los cuales viven en condiciones muy precarias. Además, según el diario Le Monde de Francia, "ha perdido tres cuartos de su producto interno bruto, de 60 mil millones de dólares en 2010 a unos 15 mil millones en la actualidad. Un tercio de sus edificios y casas fueron destruidos o dañados. El sector agrario produce hace menos de treinta años. Tres millones de niños están fuera de la escuela".
Es la descripción del desastre provocado por la sed de poder y por los intereses geopolíticos que terminaron por destrozar cualquier intento de solución pacífica. El éxito alcanzado con el Isis por las potencias occidentales no alcanzó para devolver la paz al convulsionado territorio sirio. Es más, la inutilidad de la actual función del Consejo de Seguridad de la ONU quedó otra vez demostrada. Rusia, ejerciendo su poder de veto, impidió en reiteradas ocasiones que se alcanzase alguna otra solución al conflicto. La oposición al dictador quedó reducida a escombros gracias a los bombardeos de la fuerza aérea rusa.
En este marco, la comunidad internacional debería preguntarse qué cosas deben cambiar para que desastres humanos vergonzosos como el de Siria no alcancen semejantes proporciones. La reconstrucción de Siria y de otras naciones destruidas por las guerras internas debiera ser el objetivo primero de las naciones de este tiempo. Por cierto, se trata de una quimera.