Reviviendo la historia de un “enemigo del pueblo”
El Dr. Enrique J. Carrá y la epidemia de bubónica en 1901. Ante la presunción de la peste bubónica, las medidas de aislamiento trajeron la división entre los vecinos de San Francisco. Las prevenciones fueron tomadas como actos de prepotencia y humillación.
El Dr. Raúl Guillermo Villafañe, en su libro "Nuevas charlas de Aldea", en 1953, memoró la gesta del médico correntino Enrique J. Carrá en 1901 en San Francisco. Esa historia fue tomada esta semana por el Archivo Gráfico y Museo Histórico, que la difundió -adaptada y resumida- dentro de su proyecto de "aporte cultural y educativo en el contexto de la emergencia declarada por la pandemia de Coronavirus".
La misma nos permite hacer un paralelo de situaciones y, además, rescatar la figura de Carrá a quien, además, San Francisco le debe que tempranamente, en 1916, el pueblo contase con un nosocomio de jerarquía: el Hospital "José B. Iturraspe"·, que condujo muchos años con su colega uruguayo Tomás Areta.
El resumen del escrito de Villafañe, adaptado, es el siguiente:
En el centro de la ciudad, en la intersección de Bv. 9 de Julio y Avenida del Libertador (S), se halla un monumento ante el cual, la mayoría de los sanfrancisqueños pasan sin prestarle atención, sin detenerse a conocer de quién se trata, o ver los sobre relieves que ilustran sobre la obra médica benéfica del allí homenajeado. Sobre él vamos a contar una historia en este tiempo de pandemia.
El monumento en cuestión recuerda al Dr. Enrique J. Carrá, un médico que llegó joven el 28 de diciembre de 1900 a San Francisco, que apenas era una villa rural, cuyos vecinos fatigaban las horas trabajando en los campos y el pueblo, no siempre en las mejores condiciones y donde la salud peligraba en cada momento.
En un escrito del Dr. Raúl Villafañe, recordó un episodio fundamental en la historia médica de San Francisco. En los primeros días de enero de 1901, Carrá fue llamado de urgencia por los familiares de un vecino comerciante. Los síntomas eran los de peste bubónica. La tumefacción de los ganglios, le robustece su diagnóstico que solo podría confirmar una prolija investigación bacteriológica. Al día siguiente se produjo otro caso con idéntico cuadro clínico; después otro.
En Rafaela estaba casi oculto, un sabio que Carrá conoce, el Dr. Patricio Brena, irlandés. Fue traído de inmediato y el diagnóstico del joven médico fue ratificado por el experimentado científico. Se pretendió suministrarle el suero indicado y la familia se resistió. El paciente fue aislado, el comercio se cerró y a los dos días, el enfermo murió. De los otros, el que aceptó el suero, el colono Alejandro Sema, se salvó.
Practicada la autopsia del primer enfermo fallecido, se le extrajo un trozo de ganglio afectado y se remitió a Buenos Aires, para su análisis.
Las medidas de aislamiento trajeron la división entre los vecinos de San Francisco. Las prevenciones fueron tomadas como actos de prepotencia y humillación. Carrá había sido dejado de ser persona grata. Una especie de "enemigo del pueblo" como el médico de la obra de Henrik Ibsen.
En uno de esos días de agitación, sonó, en plena siesta de enero, una bomba que en minutos reunió a toda la población frente al lugar del estampido ¿Qué ocurría? Nada más que esto: la peste era una patraña; no había tal peste, según se dijo por opinión del Dr. Molenchini, del Instituto Bacteriológico de La Plata que había examinado un trozo de ganglio enviado por otro médico de la localidad. Era el diluvio, la furia aumentó y Carrá resolvió enfrentar a Molenchini. Era director del Instituto, el Dr. Silvio Dessy y a él se dirigió Carrá con todos los elementos para un análisis completo; conoció a Molenchini y se enteró que el telegrama anunciado estentóreamente en San Francisco, no ha existido y que lo único, lamentablemente cierto, es la existencia de la bubónica pestosa. Con esa certificación volvió al pueblo y logró que el Consejo de Higiene de Córdoba, destaque a un bacteriólogo en San Francisco, y llegó el Dr. Negri, con quien se confirmó otra vez el diagnóstico del joven médico.
Negri le dejó a Carrá un peligroso trabajo de experimentación: inocular el virus de peste a dos conejos; en uno por vía subcutánea y en el otro intraperitoneal; todos los días les debe tomar la temperatura. Los conejos mueren y a los diez días la peste de los animales ha contagiado a su heroico enemigo. Carrá presa de la peste, en medio del calor febril que lo devora, llama al sabio Brena que fue buscado al momento en su retiro de Rafaela, quien acudió de inmediato con el Dr. Cerutti, de Rosario.
El oportuno suministro del suero, la diligencia de Brena y el joven y fuerte corazón de Carrá, que no declina, hicieron que el enfermo sobreviva para que sea durante muchos años, vigía de la salud de su pueblo.