Para Juan la brocha se secó después de 50 años como pintor
Juan Gudiño aprendió de un porteño el oficio que abrazó más de la mitad de su vida y el que lo hizo feliz. Este año dijo basta pero aún conserva la ropa de trabajo, el birrete clásico que usaba y los recuerdos de un trabajo que realizó siempre con orgullo y honestidad.
Por Ivana Acosta | LVSJ
En las entradas de las casas muchas se ven las placas que indican que allí hay un profesional, licenciados, médicos y abogados son un clásico, sin embargo, es más raro encontrar una que diga "Pintor de obra, Juan Gudiño". La placa se hace simpática y este señor de 81 años dijo que su colocación fue para que los vecinos del barrio (Roque Sáenz Peña) supieran que contaban con alguien de confianza ahí.
La confianza fue una de las claves en la trayectoria de don Gudiño como pintor. Ejerció este trabajo con honestidad e hidalguía durante 50 años y en este 2020 sintió que era mejor decir basta y dedicarse a hacer otras cosas como aprovechar el tiempo con su esposa Irma.
A Juan lo conocí desde chiquita cuando le decía a mi viejo que "don Budiño" había llegado de mi vecino Claudio. Yo sabía que a ellos les encantaba cruzar la calle y ponerse a charlar porque eran amigos de pueblos vecinos (Juan de Balnearia, el mío Miramar) y algo de parentesco en el medio también hay.
Solía ver a este señor con su birrete, cuya réplica la tiene sobre la mesa en ese instante. Siempre estaba impecable con su ropa blanca a la mañana y manchada a la tardecita y un rostro satisfecho de que había sido una jornada donde dejó todo trabajando en alguna obra con brocha en mano o rodillo en su caso.
El clásico birrete de don Gudiño ahora tiene un
descanso después de medio siglo de trabajo.
Todavía veo a don Gudiño cuando va de su hijo Claudio que sigue siendo mi vecino, mi viejo ya no está, pero en mi mente siguen vigentes esos recuerdos. Un día me contaron que dejó de trabajar y encontrarlo ahora radiante confirma que pese al shock del primer momento no fue una mala decisión.
"Estoy feliz porque me he retirado de mi trabajo después de 50 años que me parece que no es tan poco. Vine muy joven a San Francisco, siempre pinté porque es lo que aprendí a hacer", sostuvo con alegría en los ojos y una sonrisa en la boca.
Al lado suyo estaba el birrete y en el otro costado del comedor su esposa Irma lo miraba atentamente. Mientras, él relató que en su vida luchó mucho, pero "nunca gracias a Dios le faltó el trabajo" y la clave de todo la dio él: "Con la honradez que tuve traté toda mi vida de hacer las cosas bien y me gané la confianza de mis clientes. Siempre luché para estar un poquito mejor".
En su casa de "Las 800" Juan repasa medio siglo de un oficio que abrazó con amor.
Juan repitió muchas veces que fue feliz trabajando como pintor y que "no se quejó jamás de la profesión que aprendió hace tantos años". Su mentor fue algún porteño que sabrá Dios donde terminó, aunque pervive en su memoria porque fue él quien le reveló los gajes del oficio que le permitió poner un plato de comida en la mesa toda su vida.
Una vida dedicada a pintar
Muchas veces la gente diferencia al pintor como artista, del pintor de obra. Las dos áreas tienen sus cosas y detalles, pero no dejan de ser un arte. Los pintores como Juan le dan brío a casas que a veces parecen abatidas por el tiempo.
Su trabajo bien hecho es el que recompensa a quien hace una inversión para poder mejorar sus paredes y le entrega su casa en consecuencia. No hay diferencias en realidad. El arte es arte así sea dándole felicidad a los dueños de una casa.
Gran parte de ese medio siglo de trabajo lo realizó junto a su hijo Claudio que heredó el oficio. Los dos mantienen la premisa de "nunca tocar algo que no sea suyo cada vez que entran a trabajar porque eso (en relación al gesto) es lo que vale para la gente".
En esas innumerables de jornadas de trabajo que ha tenido Juan siempre disfrutó y además cumplió con cada uno de los empleados. "Acá en San Francisco aprendieron muchos conmigo y cuando me encuentran me levantan la mano y dicen ¡Maestro!", afirmó emocionado y lagrimeando un poco.
"Estoy feliz porque me he retirado de mi trabajo después de 50 años que me parece que no es tan poco. Vine muy joven a San Francisco, siempre pinté porque es lo que aprendí a hacer".
De su trabajo lo que más valoraba era "agarrar una obra nueva y dejarla con una decoración preciosa", eso lo llevó a "adorar el oficio". Y en ese ir y venir de recuerdos sostuvo que muchas veces se encontró "con casas viejas, de revoque caído o que pasaron muchos años sin arreglarse" pero que siempre las renovó: "Cuando uno la termina de arreglar bien haciendo un buen trabajo ahí está lo que entra profundamente al pintor".
Juan reflexionó que su trabajo tiene "un no sé qué" que la hace aún más atractiva y sin dudarlo subrayó: "A la pintura hay que tenerle amor para que la decoración quede bien porque es triste cuando el patrón dice que no le gustó".
La confianza fue una de las claves en la trayectoria de don Gudiño como pintor.
Empezó sin nada más le sobraban las ganas, pasó mucho frío y también grandes calores trabajando, no obstante, esa fue su lucha y es la de cada trabajador. Y tiene razón, luchando en la vida se consigue algo "por lo menos un bienestar tranquilo".