Nuestros montes también luchan por no morir
En la zona agropecuaria sanfrancisqueña casi no queda monte autóctono, salvo en un rincón, un pequeño espacio recreado con las plantas nativas que había en este lugar antes que la soja y el trigo coparan todo.
Por Ivana Acosta
Allá lejos en el Amazonas, todo se quema y cientos de personas luchan para que el daño no se extienda. La gente pide, comenta, comparte y apela a sus propias creencias para que pare de una vez.
Más acá adentro de la región de nuestra provincia, atravesando San Francisco, un monte nace. Lo hace por iniciativa del Archivo Gráfico y Museo Histórico de la Ciudad (AGM) que lo recreó para que las nuevas generaciones sepan cómo era la llanura antes de la soja y de las siembras.
A este monte artificial - podría decirse - lo cuidan y mantienen María Teresa Milani y Alberto Orellano. Sacan todo lo que no es originario, las semillas de otros árboles del sector que recalan ahí porque su objetivo es mantener el espacio de 90 metros cuadrados como un auténtico santuario natural.
Pareciera un yuyal. No, en realidad, se asemeja a una trama enmarañada mezclada de distintas tonalidades de verde que se enredan actuando de forma protectora, cerrando los caminos y dejando pequeños recovecos naturales para refugio de los animales.
Es un rincón, un pequeño espacio recreado con las plantas nativas que había en este lugar, antes que la soja y el trigo copen todo cuando el espinal le hacía honor a la zona.
Los cuidadores de este espacio en el AGM coincidieron en una actitud habitual en las personas que suena fuerte pero no deja de ser real. "Se comparte todo sobre la Amazonia y los animales que mueren, el peligro para las comunidades pero '¿Por casa cómo andamos? Lo que sucede en el norte con los desmontes y acá que ya no quedó nada de eso porque se reemplazan por tierras para cultivo y emprendimientos inmobiliarios o rutas".
Algunas especies en el monte recreado en el AGM
Se olvidan de lo natural
Alberto es sincero. No tiene tapujos al momento de decir su visión de las cosas: "No se toma una postura sobre la preservación. El ministro de Medio Ambiente, Sergio Bergman, había anunciado que iban a poner millones de árboles pero no se forestó casi nada".
No obstante, su mirada se tranquiliza un poco cuando recuerda que su misión como adultos es enseñarles a los chicos que llegan al AGM a cuidar ese espacio, a la naturaleza en general por la importancia que tiene. "Toda construcción tiene una base y es la educación y los niños", enfatizó.
Mientras tanto, María Teresa acaricia las hojas de los árboles que sobresalen del alambrado buscando más espacio. Le contó a LA VOZ DE SAN JUSTO que en 15 años que comenzaron con el proyecto nacieron y crecieron distintos tipos de planta. "Incluso iba a haber una lagunita en el corazón pero la idea no se pudo concretar. Hoy ahí se rellenó y las plantas hicieron suyo el espacio. Son la flora de la región del espinal donde está Córdoba", afirmó.
Además subrayó que no todo se trata de árboles autóctonos en ese lugar: "Esta es una casa y un espacio propicio para los animales, hay vida y ellos se refugian acá. Hablamos mucho de patrimonio pero el natural se dejó de lado".
Lo que existe un poco más lejos
El monte del AGM contiene ejemplares de nuestra región del espinal e intentan que ese rincón remita a los tiempos antes de la colonización y el avance de la actividad agrícola o emprendimientos inmobiliarios.
Algarrobos, quebracho blanco, espinillo, chañar, tala, ñandubay y sombra de toro eran algunas especies típicas.
Par de esto existe y sobrevive a duras penas en el último monte y reducto natural llamado Monte Isleta de las Piedras. Desde 1989 es un área protegida por una ordenanza municipal.
Su propietaria era la familia Masera y decidieron que no fuera afectada a la actividad agropecuaria. Además de las plantas también hay aves como corbatitas, horneros, leñateros, pirinchos, chingolos y tordos, entre otras.