Ningún genocidio es lejano
El drama que se relata en el informe de la ONU acerca de Myanmar es lejano en kilómetros. Pero la cercanía con el sufrimiento humano es común a cualquier país. El mundo tiene la obligación de hacer rendir cuentas a quienes han cometido los salvajes actos denunciados.
Myanmar, país que antiguamente se llamaba
Birmania, está ubicado en las antípodas de la Argentina. Difícilmente lleguen
aquí informes noticiosos sobre esta nación del sudeste asiático. Sin embargo,
las denuncias de una misión de las Naciones Unidas la han colocado en el primer
plano de la escena internacional desde el año anterior.
Un informe de los miembros de la misión de la ONU que trabajó en ese país señaló que las atrocidades cometidas por los militares en su campaña para limpiar Myanmar de la minoría étnica formada por el pueblo rohingya "sin duda equivalen a los crímenes más graves según el derecho internacional". Las estimaciones que hablan de 10.000 muertes en la campaña fueron conservadoras, según la ONU, porque se recibieron testimonios de asesinatos en masa, violaciones colectivas y destrucción de aldeas por parte de los militares. Se cree que más de un millón de rohingya viven en campos de refugiados hacinados en Bangladesh.
Este pueblo es considerado uno de los más perseguidos del mundo, una minoría "sin amigos y sin tierra". Aunque han vivido en Birmania por varias generaciones, el gobierno de ese país afirma que son nuevos inmigrantes y por lo tanto se les niega la ciudadanía. Se piensa que la brutal represión en su contra ha creado una diáspora de por lo menos otro millón en varias partes del mundo. En Myanmar, se les prohíbe casarse o viajar sin permiso de las autoridades y no tienen derecho a poseer tierra ni propiedades. En los últimos años, decenas de miles huyeron a Bangladesh para escapar de la violencia.
El año pasado, se desató una persecución brutal contra este pueblo por parte de la fuerza militar birmana tras una serie de protestas violentas de un sector rohingya. La misión de Naciones Unidas determinó que la respuesta oficial fue muy desproporcionada, lo que indica una campaña premeditada. La necesidad militar, se escribió, "nunca justificaría matar indiscriminadamente, violar a las mujeres en grupo, agredir a los niños y quemar aldeas enteras". La ONU también atacó el discurso de odio virulento contra los rohingya en las plataformas sociales.
El prestigioso diario norteamericano The New York Times viene siguiendo desde hace meses la situación en este país de ubicación estratégica para la geopolítica mundial. En sus páginas se pudo leer hace algunos días que "ha llevado mucho tiempo, demasiado tiempo, reconocer plenamente el terrible sufrimiento del pueblo rohingya a manos de los gobernantes militares de Myanmar, quizás debido a la renuencia del mundo a poner en peligro su apertura política tentativa. El reciente informe de la ONU debería poner fin a cualquier duda sobre la posibilidad de que los generales y sus habilitadores civiles rindan cuentas de lo que han hecho: genocidio y crímenes de lesa humanidad".
El drama que se relata en el informe de la ONU es lejano en kilómetros. Pero la cercanía con el sufrimiento humano y el despótico actuar de algunos poderosos son comunes a cualquier país. El mundo tiene la obligación de hacer rendir cuentas a quienes han cometido los salvajes actos denunciados.