Nicaragua: necesaria reacción internacional
La Organización de Estados Americanos (OEA) anunció que pondrá en marcha el proceso para aplicar la Carta Democrática contra este país. La historia nicaragüense y la de varios otros países de la región conoce en profundidad el drama que crean líderes que se autoproclaman iluminados y se transforman en criminales.
El secretario general de la Organización
de Estados Americanos (OEA) ha anunciado hace pocos días que pondrá en marcha
el proceso para aplicar la Carta Democrática contra Nicaragua, que puede desembocar
en la expulsión del país centroamericano del organismo. De acuerdo a los partes
de las agencias internacionales de noticias, se trata de una medida urgente
para presionar a las autoridades nicaragüenses y que forzarlas a respetar la
institucionalidad en una nación sumida en una profunda crisis política.
El número de víctimas fatales desde que comenzó la represión oficial en abril pasado alcanza a 325 personas. El titular la OEA ha afirmado, además, que el organismo "buscará" la justicia internacional para que sean juzgados los responsables de los crímenes contra civiles. En una sesión extraordinaria del Consejo Permanente celebrada en Washington, el jefe del ente americano ha remarcado que se veía "obligado" a empezar el proceso de aplicación de ese documento jurídico continental, creado para preservar el orden institucional cuando en un país de la región se establezca que ha habido una ruptura en el orden constitucional. La expulsión de la organización tendría, para Nicaragua, importantes consecuencias políticas y económicas.
La declaración de la máxima autoridad del ente multilateral que agrupa a las naciones de América es la primera reacción de alto nivel contra el accionar del régimen sandinista liderado por Daniel Ortega, que ha sumido a Nicaragua en una crisis que parece no tener fondo. No obstante, todavía se siente el silencio de la mayor parte de la comunidad internacional respecto de una situación que parece transformarse en un cruento baño de sangre por momentos.
Lejos en el tiempo ha quedado arrumbada la esperanza que significó el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional, liderado entre otros por el propio Ortega, que derrocó a la dictadura de Anastasio Somoza. Pero casi 4 décadas después, el panorama es casi similar. Ya no se escuchan elogios propagandísticos a las huestes que reivindicaron a Sandino. Todo lo contrario, hoy priman la muerte y la destrucción, la censura y las restricciones a la libertad, así como el accionar criminal de fuerzas irregulares cercanas al régimen.
Una crónica publicada en el Times de Nueva York resume el cuadro de situación: "Durante la última década el comandante Ortega hizo todo lo que quiso: eliminar a la oposición política y censurar a la crítica para perpetuarse en el poder y convertir a su partido en el Estado. Estableció una extensa red de corrupción que enriqueció a la familia presidencial y su círculo en alianza con empresarios inescrupulosos y cómo se politizó una de las mejores policías del mundo. Todo eso lo permitieron los nicaragüenses". Se preguntó el autor del artículo entonces qué fue lo que ocurrió para que el pueblo se levantase contra el gobierno. La respuesta es contundente: "La represión de las primeras marchas. Como en los años de Somoza, la sociedad aprendió a convivir con un régimen corrupto, pero no con uno criminal y asesino. Los primeros asesinatos a finales de abril sacaron a los nicaragüenses a las calles y la multiplicación de los muertos a lo largo de estos meses será lo que terminará por hundir al comandante".
Pero el final no parece cercano a menos que la comunidad internacional ratifique la vocación de terminar con los regímenes que violan todas las exigencias de la democracia, que se presentan como corderos para sacar del poder al lobo, pero que con los años asumen las mismas prácticas corruptas y represivas que sus criticados antecesores. La historia de Nicaragua y varios otros países de la región conoce en profundidad el drama que crean líderes que se autoproclaman iluminados y se transforman en criminales. En esto no hay diferencias ideológicas que valgan.