Morir para escapar de la fama y renacer en el anonimato
Un músico argentino que vive en París se inventa un alias para encarar el éxito masivo, sabiendo que su doppelgänger tiene los días contados. A la inversa, otro famoso músico estadounidense finge su muerte para refugiarse en el anonimato. La clave secreta de esta historia se resuelve en un libro de Jorge Lanata.
Manuel Montali | LVSJ
"Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas".
Cuando Luis Rigou me habló sobre Diego Modena, me preguntó si conocía el cuento "Borges y yo", y me lo citó de memoria.
Comíamos raclette en París, en la casa de Gerardo Di Giusto. También estaba Javier Estrella. Los había conocido en la gira que ellos habían realizado algunos meses antes en Córdoba y el interior argentino, donde presentaron por primera vez "Los Arcángeles: cartas perdidas", una obra descomunal sobre la no menos descomunal aventura de la Aeropostal -Jean Mermoz, Antoine de Saint Exupéry- que unió Europa con África y América, dejando un tendal de aviones entre el desierto y el océano.
-¿Quién es Diego Modena? -le pregunté.
-Buscalo en Internet.
(No sé si ya usábamos "googlealo").
Y lo busqué.
Canciones de ocarina y millones de discos vendidos.
Creía que nunca lo había oído, pero puse un par de temas de los que grabara junto al violonchelista Jean Philippe Audin y me di cuenta de que los había escuchado en infinidad de oportunidades. Me parecía recordar algunos segmentos en canales de televisión públicos, entre las publicidades y la programación, donde mostraban paisajes argentinos con esa música.
Pero lo que más me sorprendió fue el rostro, el de Diego Módena. Porque era él, Luis.
Se debe haber divertido con mi gesto de asombro, de no entender nada.
Y me tiró una pista; más que pista, un deber:
-Leé "Historia de Teller".
Historia de Teller
Casi todos los que arrancamos carreras de comunicación o periodismo desde finales de los noventa o principios del nuevo milenio nos tenemos que reconocer un poco salieris de Jorge Lanata. Si hubo un dream team en la historia de los medios argentinos no cabe dudas de que fue Página/12, el diario que él fundó para lucirse contra el menemismo y aglutinar plumas como las de Osvaldo Soriano, Juan Gelman, Horacio Verbitsky, Osvaldo Bayer... ¡Puff! Lanata era
lectura obligada, pero a su novela "Historia de Teller" nunca había llegado.
Y demoré mucho en agarrar el libro, años, no sé por qué.
De 1992, trata sobre Kevin Brian, un rockero norteamericano hastiado de la fama, que decide fraguar su propia muerte e inventarse una nueva vida en Venecia, la ciudad que se hunde.
Ya en la piel de Teller, va diciendo cosas como: "Intuyo que no se puede nacer demasiadas veces, y se descubre esa fatalidad en medio de la carrera, cuando sólo queda seguir hacia adelante".
Teller quiere ser libre, quiere mear a la prensa, y la mea. Teller se derrumba, como Venecia, y no sabe desde cuándo, o hasta cuándo. Teller no es feliz siendo multitud y tampoco siendo nadie, por lo que decide (spoiler alert) volver de su muerte.
La tapa del libro muestra el cuadro "La escuela de Atenas", de Rafael, intervenido, como le gusta hacer a uno de los personajes laterales de la historia, para mostrar a un cantante. Y Lanata nos advierte que los personajes laterales son fundamentales en toda obra. Por ejemplo, la novia de Teller, Hélène Rigou...
Rigou, como Luis. Hélène, como la pareja de Luis.
Historia de Rigou
Le hablé a Luis cuando terminé de leer el libro. Lamenté que no pudiera verme la cara ahora que entendía todo, tantos años después.
-Hola Teller -le dije-. Lanata le dedica el libro a Fito Páez, pero...
Luis se rió y me envió una foto con Fito y Martín Pavlovsky, en un ensayo de 1990 en París, en el departamento de Pino Solanas.
-Con Jorge somos amigos desde chicos. En esa época, creo que él soñaba con ser Borges, con dedicarse la literatura. Y Jorge tenía además muy buena relación con Fito, que vino a París con Martín. Armamos un trío, pero la forma de funcionar de Fito era tan desordenada que me retiré y ellos terminaron volviendo a Argentina. Al año siguiente yo ya estaba en el proyecto de Diego...
-Entonces, ¿al otro, a Modena, es a quien le ocurren las cosas?
Historia de Módena (por Luis)
Cuando se me vino encima la propuesta de grabar "Ocarina", en 1991, yo no quería firmar. Me di cuenta de que siendo una composición de Paul de Senneville, productor de Richard Clayderman, iba a ser un hit mundial. Ellos no jodían: iban por todo. Yo venía de ser solista de Jaime Torres, de fundar Maíz, con el que había dado una pequeña vuelta al mundo, venía de la lucha contra la dictadura... No quería formar parte del star system. A último momento decidí aceptar y, entre las condiciones, exigí usar un pseudónimo. Diego fue por mi mejor amigo, el que me convenció a firmar, y Modena, por un corredor de F1 (Stefano).
De ser un saltimbanqui en París, un músico que se buscaba la vida, pasé a convertirme en estrella mundial en breve lapso de tiempo. Apenas firmé, me fui a Buenos Aires porque hacíamos con Cuarteto Cedrón y Antonio Agri un espectáculo en el Teatro Cervantes en homenaje a Astor Piazzolla. Cuando volví a París, diez días después, me esperaba una Rolls Royce blanca en el aeropuerto, porque el single que ya habían sacado, "Song of ocarina", era un éxito. Fue el primero de dieciocho discos. Como Diego Modena vendí catorce millones de copias y fui número uno en ventas en catorce países, y en otros treinta llegué al top diez. Fue un delirio.
La presión de la industria se volvió asesina. Durante la época de Diego Modena, no tenía derecho a dejar que Luis Rigou hiciera su propia música. No lo querían ni hablando en prensa: estaba limitado a ser un indiecito tocando la ocarina.
Tuve momentos tremendos. Grabé un single en homenaje a Pablo Neruda. Fue un hit. Vendí un millón de discos. Pero mis productores me hicieron juicio y me ganaron. Tuve que renunciar a las regalías por ese millón de discos. Y pagué daños y perjuicios por haber utilizado mi imagen, su imagen, porque era de la producción exclusivamente para todo lo concerniente a ocarina.
Cuando le cuento a Jorge, se le ocurre la historia de Teller. Él me hablaba mucho de Fito, que es la contracara, alguien que buscaba existir en el éxito. Pero Fito hacía sus canciones, y yo no. No podía soportar mi realidad de ser Diego Modena. Era un rol, me decían lo que tenía que tocar, cómo... No era mi yo interior, el artista. Entonces nunca acepté encarnarlo más allá de lo estrictamente profesional, como un actor. No quise creérmela, no acepté que Diego Modena se comiera a Luis Rigou, por minúsculo que fuera.
Había lugares en el mundo, como París, donde no podía caminar por la calle sin que la gente me parara. Si me ponían una multa, la policía me devolvía el auto gratis... Todo el mundo me perdonaba todo. Eso me costó la pérdida de identidad. No es que uno fuera bueno y otro malo, un Jekyll y un Hyde. No sentía ese maniqueísmo absurdo. Pero uno era yo, Luis Rigou, y el otro, Diego Modena, era mucho menos yo.
Y Jorge se inspiró en esta historia. Respetó mi deseo de anonimato pero no pudo evitar poner a Héléne Rigou, el nombre de mi mujer y mi apellido. Dejó unas pistas, como migas de Pulgarcito para que se entienda el camino recorrido.
Historia de Brian
Y un día Luis Rigou terminó con la existencia de Diego Modena. Como Teller.
"Con mis abogados encontramos en el año 1993 o 1994 una ley en Francia que prohibía al productor de discos ser también productor de conciertos del mismo artista, para proteger el monopolio. Entonces me agarré de esa ley y me negué a hacer conciertos. Usé eso para tener un mínimo de vida privada y de familia. Logré renunciar finalmente por vía jurídica en 1997", contó.
Desde entonces, pudo volver a su música, a la genuina, a la de Luis. Alcanzó picos de exposición importantes -como cuando fue reconocido personalidad destacada por la Legislatura de Buenos Aires, o cuando reemplazó a Plácido Domingo para cantarle la Misa Criolla al Papa Francisco en el Vaticano- pero nunca la masividad de Diego Modena.
Dice que no lo extraña y rechazó todas las propuestas de volver a encarnarlo. Con una excepción. Embrollos legales al margen, aceptó en 2005 dar un concierto en el Teatro de Arte de Moscú, adonde llegaron pocos artistas occidentales. Las canciones de ocarina, en ediciones piratas, lo tenían al tope de ventas. Diego volvió de la muerte, por un rato. Como Kevin Brian. Lanata ya lo había anticipado.
Historia de todos
El Indio Solari, que para ser Carlos tiene que exiliarse en Nueva York, canta: "Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir".
"Yo soy Luis -dice Rigou-. También fui Diego Modena, un sujeto que recibía órdenes. Con Luis tengo la libertad total, que es la que necesito como cualquier artista o creador. Yo nací para decir cosas, y tengo mucho para decir. Nací caballo libre, redomón, necesito pampa libre para correr".
Lanata, que de chico soñaba con ser Borges, supo reinventarse varias veces. Borges se quiso librar de su otro con los juegos del tiempo y del infinito. Luis encerró a su contracara en dieciocho discos. Kevin dejó a Teller en una ciudad europea que se hunde.
Quizá toda nuestra vida es una fuga, pero sin mudar de piel.