“Mis pacientes son mis amigos, si están bien, entonces yo estoy bien”
El doctor Adrián Evangelio Vilchez fue y es el médico de muchas familias de la ciudad y la zona. Con 88 años sigue atendiendo a sus pacientes en la Clínica Enrique J. Carrá (h) y se brinda a sus pacientes que para él "son sus amigos", a tal punto que sostiene que si ellos están bien, él también. En el marco del Día del Médico que se celebra este lunes 3 de diciembre, destacamos su historia, una lección de humanidad.
"Adiós hija, cualquier problema acá estoy". Así despide con cariño a sus pacientes el doctor Adrián Evangelio Vilchez, quien a sus 88 años, todavía atiende su consultorio en la "Clínica de Especialidades Enrique J. Carrá (h)".
El profesional nunca creyó que a su edad iba a seguir trabajando en lo que es su pasión: la medicina. Creció en un humilde hogar en Villa Dolores, San Luis, y siendo muy joven se mudó a la ciudad de Córdoba con la decisión de estudiar y convertirse en médico.
La vida de estudiante fue difícil, pero no se dio por vencido y en 1959 estrenó su título. A partir de ahí, y con el apoyo fundamental de su esposa Clelia Susana "Cuca" Villarreal Esforza, se mudó primero a Arroyito y luego a la localidad de Castelar, en la vecina provincia de Santa Fe, donde trabajó durante 25 años en una zona rural donde había más necesidad que recursos.
Vilchez es muy querido por todos, fue y es el médico de familia de muchos vecinos de la ciudad y la zona y recientemente fue galardonado como Arquitecto Social 2018.
En diálogo con LA VOZ DE SAN JUSTO, el reconocido profesional analizó la actualidad de la medicina y destacó la importancia de escuchar al paciente y resolver sus problemas.
"Cuando uno se recibe de médico se cree un Dios, y después cuando se baja a ver al enfermo se da cuenta que es igual que los demás, con la diferencia de que tiene estudio y puede ayudar. Yo ayudo con todo mi saber", remarcó.
Aseguró que los médicos deben escuchar al paciente, escuchar sus problemas, no solo la parte física sino también la psíquica, ser amigos. "Mis pacientes son mis amigos, si están bien mis pacientes, entonces yo estoy bien. Los médicos debemos tratar de resolver sus problemas, no pensando lo que uno va a ganar, sino pensando que ese enfermo tiene que estar bien. A los médicos jóvenes les digo que tienen que amarse a sí mismos para poder amar al paciente", dijo convencido.
Afirmó que la medicina tiene que ser más humana para ubicarse frente a la enfermedad del paciente y de ahí derivarlo, aprovechando los avances en cuanto al diagnóstico.
"Si me tengo que quedar media hora o una hora con un paciente lo hago, porque me necesita. Si una persona está grave y en tres días no evoluciona bien, enseguida busco quién puede atenderla, la derivo -remarcó el médico-. Es muy importante tener la conciencia tranquila y la decisión de derivar y no acaparar al enfermo".
Un hombre de ciencia y fe
Vilchez es un hombre de ciencia pero también de mucha fe y dice que ser médico estaba escrito en su destino. "Creo que Dios me preparó para enfrentar las cosas malas de la vida, la fe es lo primero y tengo mucha fe -remarcó-. Fui médico porque creo que según mi destino tenía que serlo, la fe me dio la capacidad de adaptarme al campo y comprender a la gente".
Afirmó que los pacientes llegan a su consultorio con dolencias físicas, pero también otras que tienen que ver con el espíritu. "Siempre tengo una respuesta y creo que con eso hago honor a mi segundo nombre: Evangelio, que significa mensaje", dijo.
La medicina rural, una enseñanza
Recordó su trabajo en el campo en la zona de Castelar afirmando que no había nada y que cuando llovía la localidad quedaba aislada. Contó que allí tenía que hacer de todo, atendió partos, niños, hizo traumatología, psiquiatría y no tenía horario porque en cualquier momento lo llamaban.
El apoyo incondicional de su esposa Clelia fue fundamental para su tarea durante esos años, ella fue su secretaria, su compañera y lo ayudó mucho. Con ella educó a sus sus hijos María Alejandra -quien siguió el legado de la medicina, actualmente es neuróloga y trabaja en Córdoba-, y Mariano Vilchez. "Tuve dos amores en la vida, mi esposa y la medicina", manifestó.
La medicina en el campo le dejó muchas enseñanzas y despertó en él habilidades. Vilchez comentó que atendía los partos con un aparatito con el que escuchaba el corazón y sabía cómo venía el bebé tocando la panza de la mamá con las manos.
"Actualmente hay más tecnología, acá en la clínica tengo para hacer radiografías, tomografías, análisis, estudios más complejos, cuando estaba en el campo no había nada, solo eran mis ojos y mis manos. Fui y soy el médico de la familia de muchas personas, en el campo me pagaban con ladrillos o pollos, con lo que tenían. Le di mucho amor a la gente que también me dio mucho amor, éramos una familia", afirmó el médico.
Por otro lado se encontró con muchas costumbres como el de llamar a las curanderas que solucionaban el empacho, la pata de cabra, las quemaduras. "He tenido varios enfermos que sufrieron grandes quemaduras y algunos me pedían que llame a la curandera para que le saque el fuego, una vez un hombre sufrió una gran quemadura, vino la curandera y me quedé a ver qué hacía, ví que rezaba, después que se fue, limpié y desinfecté toda la zona quemada y el herido no se quejó de dolor. Creo que era porque estaba convencido que le sacaron el fuego", contó.