La estafa más fabulosa de la historia

La banda más popular del mundo, Los Beatles, son anunciados en Argentina, después de su famosa aparición en el show de Ed Sullivan. Pero... al mismo tiempo tienen que iniciar una gira en Europa. Además, también se los disputan dos canales. ¿Cómo harán para estar en tantos lugares al mismo tiempo? Una historia increíble, donde no falta la histeria del público y la aparición de titanes en el ring para "cuidar" a los músicos.
Por Manuel Montali | LVSJ
Los Beatles estuvieron en Argentina. Al mismo tiempo, estaban también a punto de comenzar una gira en Inglaterra y Suecia. La misma banda dando dos shows, casi al mismo tiempo, en dos continentes separados por una infinidad de agua... La visita, poco recordada, agrega algunas páginas a la historia universal de la infamia, y a las leyendas de los dobles o doppelgängers que ya envolvían a los cuatro de Liverpool. ¿Quiénes fueron en realidad los músicos que llegaron a nuestro país?
La historia de los dobles persiguió siempre a los fabulosos cuatro, sobre todo a uno, a Sir Paul, encarnizado por el mito de que Elvis no se murió pero él sí, y que desde entonces lo reemplaza un músico tan similar en aspecto como en talento, y que encima lo ha superado con larguísima vigencia.
El tema de los dobles no era nada nuevo. Aparecía ya junto con las historias más antiguas salvadas por la imprenta. Jacob, en el Génesis, fue uno de los primeros en asumir una identidad ajena, cuando compró la primogenitura de su hermano mellizo, el velludo Esaú, con una porción de pan y lentejas; y luego se hizo bendecir por su padre ciego, cubierto por pieles de cabrito para que su lampiñez no lo delatara ante la caricia paterna.
En literatura, a los doppelgänger le han sacado lustre Fiódor Dostoyevski, José Saramago, Julio Cortázar, por citar solo algunos.
Y aquí en Argentina, fue un 8 de julio de 1964 cuando los músicos más famosos del momento bajaron de un avión en Ezeiza, donde los esperaba una multitud enloquecida. Gritos, desmayos, corridas.
Los cuatro de Liverpool tenían al mundo a sus pies después de haber desembarcado en Estados Unidos en febrero de ese año, con el recordado show en el programa de televisión de Ed Sullivan. Y en estas pampas, Alejandro Romay quería tener sus canciones en vivo en Canal 9. Y lo anunció a la prensa. Nadie, ni la misma gente que trabajaba en el canal, lo podía creer. Pero si don Alejandro, el zar, quería, podía.
La expectativa era gigantesca y explica el caos en el aeropuerto. La noche de su debut, cuando el presentador de "El festival de la risa", los anunció, dijo: "Nuestra programación está basada en lo mejor que tiene la juventud argentina actual, pero nuestros fines son mucho mayores". Se trataba de conquistar nuevos mercados. Por eso, ahí estaban... "¡Los American Beetles!".
Lo de "El festival de la risa" fue una broma que divirtió a algunos y enojó a muchos otros. Porque no era un error ni faltaba ninguna "a". Los gritos y aplausos fueron para los ingleses, pero estos eran estadounidenses de Palm Beach, Florida, que venían engañando con éxito a toda Sudamérica. No eran John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr y George Harrison. Eran Vic Gray, Tom Condra, Dave Hieronymus y Bill Ande. ¿Qué importaba? Los escarabajos (traducción literal) rockeaban, tocaban "Twist & shout" y la gente estaba como loca.
Se habían bautizado "The R-Dells" hasta que Bob Yorey, un tiburón que regenteaba el local nocturno "Mau-Mau" donde ellos tocaban, los mandó a cambiarse el nombre, dejarse el pelo largo y tocar canciones de los Beatles. Allí los vio el productor de espectáculos Rodolfo Duclós, quien en la cresta de la ola de la beatlemanía tuvo una visión de verdes billetes. Allá, estos buenos muchachos tocaban en hoteles y casinos, pero en Latinoamérica, donde los ecos del norte llegaban tarde, podían soñar con una gigantesca gira. Los cuatro muchachos no se parecían demasiado, en verdad, a los verdaderos. Pero lejos aún de la Aldea Global, igual lograron engañar a mucha gente del show business sudamericano. Gente como Romay, que probablemente fue estafado, pero supo sacar buen provecho del fraude y de las "confusiones", bajándolos al público.
El episodio incluyó picos de extravagancia y surrealismo, porque a los Beatles, aunque fueran americanos, también los quería Canal 13, y había contratos de por medio. Se inició una tediosa disputa judicial que inclinaba la balanza para el 13. Pero, de nuevo, si el zar Alejandro quería, podía. Le pidió a Martín Karadagian y sus "roperos" que fueran al aeropuerto y, humildemente, escoltaran a los músicos... básicamente, que los secuestraran. Así, como decían los titulares, "Del 9 nadie los mueve".
Y entonces ahí cantaron. Bah... ellos insisten al día de hoy con que tocaron en vivo. Quienes estuvieron en el canal aseguran que fue todo "playback" porque los estadounidenses no sabían tocar ni una de las canciones de sus pares ingleses.
Polémica al margen, para los cuatro beetles, su estadía en Argentina fue de las mejores experiencias de sus vidas: se hospedaban en el Alvear, se presentaron para multitudes, los atendían como reyes y las jovencitas se colaban en sus piezas.
Agotado el fraude, la carroza se hizo calabaza y volvieron a sus vidas normales en Estados Unidos. Para 1966, cuando los verdaderos Beatles se veían obligados a dejar de tocar en público por la histeria de la gente que no los dejaba escucharse, a los americanos ya no los seguía nadie. Se rebautizaron "Razor's edge", acariciaron algún mínimo éxito, se disolvieron y fueron alejándose de la música hasta recaer en el anonimato.
En algún capítulo, los Simuladores armaron un operativo con un falso Paul, para engañar a una fan Argentina y ayudarla a superar una depresión. El falso Paul, que en realidad era un carnicero, cumplió su propósito. Quizá, es solo una cuestión de voluntad. El cuero de cabrito puede ser la piel velluda de un primogénito para un padre ciego. Y la de los "American Beetles" fue una estafa, pero una estafa maestra. El programa arañó los 50 puntos de rating.
Hay una historia más, increíble, en el mito de los fabulosos cuatro americanos. Y es que, tocando en Florida, una noche, los fueron a escuchar los verdaderos Beatles, quienes andaban por allí. Quizá se sintieron frente a un espejo, como en esos cuentos borgeanos en que un personaje tiene una epifanía, una revelación sobre su identidad, sobre su destino. Quizá no. Lo cierto (según esta leyenda) es que Paul y Ringo bailaron su música: beatles bailando beetles. Quién sabe. La historia la escriben los que creen.