La cuarentena en los edificios se llena de historias
El aislamiento obligatorio cambió vidas y paisajes. Algunos hacen gimnasia, otros toman sol o mate. Los "aplausazos" se replican durante cada noche. También están los que improvisan un recital para ponerle onda al encierro y acompañarse los unos a los otros desde la distancia que separa los balcones. Si algo nos está enseñando este virus es a conocer mejor a nuestros vecinos que ya organizan convocatorias para grandes fiestas de fin de epidemia mientras la solidaridad brota.
Por Cecilia Castagno | LVSJ
La cuarentena obligatoria genera otro tipo de interacciones entre las personas. Nada de besos. Ya no se da la mano sino que hay que lavárselas, a cada rato. Nada de encuentros.
Esta crisis nos atacó sin piedad, y falta. Quedamos atónitos, preocupados. Nos puso el mundo al revés. Sin embargo, de a poco nos acomodamos a una nueva vida, o a una que habíamos olvidado. Cambiamos de hábitos pero también recuperamos tradiciones como el espíritu vecinal, poco frecuente en la sociedad de hoy. Reemplazamos el saludo con apretón de manos por una charla de ventana a ventana, por un aplauso o un ruidazo comunitario.
Casi como un ejercicio de catarsis colectiva, estas pequeñas situaciones que desde hace trece días son nuestra cotidianeidad nos permiten acortar, aunque sea un poco, la distancia social a la que nos forzó el coronavirus y darnos cuenta que ¡mis vecinos son lo más!
De golpe, los edificios se llenaron de balcones vivos. Explotan facetas que desconocíamos, tanto propias como de los que viven al lado, o arriba o abajo. Y se imponen nuevas reglas de convivencia para cuidarnos y cuidarlos.
Los que pasamos muchas horas fuera de casa ahora valoramos un montón este tiempo "juntos". De todo esto algo bueno tiene que salir, ya lo creía: registrar al otro.
La vida desde los balcones
El 20 de marzo la naturalidad se quebró. En las catorce plantas de un edificio de barrio Catedral cada familia se ajusta a los cambios abruptos, aislados y sin poder circular. Algunos no saben qué hacer dentro de cuatro paredes todo el día mientras que otros se ponen más creativos.
Salir al balcón a sentarse en una reposera, a tomar mate (cada uno el suyo) o a fumar un cigarrillo es ahora lo más cercano a la libertad. Allí pasa gran parte del día y la noche, aunque esta última tiene reservado un palco especial.
En los balcones están los que leen, quienes incursionan en jardinería, los que limpian obsesivamente, los que sacan la ropa hasta los que improvisan escenarios, porque el acuartelamiento hizo florecer también a los músicos y los Dj's.
Una chica toca saxo; el cincuentón de arriba lustra los zapatos; para no rendirse al sedentarismo, una pareja hace ejercicios; la mujer del quinto habla por teléfono mientras toma el sol y a los más reacios a Internet, la radio les hace compañía.
De golpe, los bacones de San Francisco se
llenaron de gente que aprendió una nueva forma de comunicarse, más humana, de
ventana a ventana.
En otro edificio, a un par de cuadras, las "doñas" conversan a grito libre. Un diálogo diferente nació entre balcones y ventanas. La señora de los ruleros, charlatana, le cuenta al matrimonio que está dos pisos más arriba las últimas novedades de la televisión: "Esto se va a poner más feo".
También está el vecino vigilante que desde la altura se toma el trabajo de escrachar a otros que, por ejemplo, sacan a pasear al perro varias veces al día.
Así transcurre la vida desde los bacones de cientos de sanfrancisqueños confinados en sus departamentos en un ocio forzoso. Es una forma de asomar la cabeza luego de tantas horas de encierro, exceso de redes sociales, Play, Netflix y noticias. Funciona como una válvula de escape, doy fe.
Otro recurso para alivianar la cuarentena es poner música a volumen alto, con parlantes en lo posible. Varía el género, suenan temas desde Mercedes Sosa pasando por Soda Stereo hasta Ulises Bueno y reggaeton, muchos cantados a viva voz.
De noche el ritual es otro
A las 21, el aplauso generalizado es quizá el único momento de adrenalina de una jornada que pasa lenta, atrapados bajo la orden del presidente de no abandonar los hogares. Los vecinos salen a decirles gracias a los trabajadores de la salud; a los recolectores de residuos que pasarán en un rato; a Darío, el almacenero de abajo, y a Leo, de la despensa del frente; y a la farmacéutica de la otra esquina, porque ayudan para que este duro trance sea pronto cosa del pasado.
La saxofonista se asoma para entonar el Himno y poner la piel de gallina. "¡Viva la patria!" arenga un vecino. "¡Que no decaiga!", proclama otro.
Y un nuevo agite nocturno se suma a la movida de los balcones, justo media hora después del "aplausazo": suenan cacerolas para que los políticos se bajen el sueldo en la emergencia.
Aislados, no solos
Si los problemas de convivencia son algo habitual en situaciones normales, durante el exilio sanitario se pueden potenciar, aunque también despierta preciosos gestos de solidaridad.
"Otro habitante del edificio ofrece su colaboración para los adultos mayores". El mensaje de texto enviado por la administración es claro. Los vecinos se organizan y ayudan a los abuelos. La cooperación se basa en realizar los mandados diarios mientras los mayores de 60 cumplen con el aislamiento establecido por decreto. Y esa solidaridad prevalece por sobre el egoísmo de aquellos que, por no cumplir la cuarentena, ponen en peligro a sus seres cercanos y el resto de la comunidad.
También están los que intercambian libros y los que hacen compras comunitarias, dejando los productos en la puerta, como se recomienda.
Y como el mundo virtual todo lo puede,
unos vecinos armaron un grupo de WhatsApp y si bien el motivo fue los
preparativos de un asado post-epidemia (con suerte, para el mes de junio),
resultó una canal para estar más acompañados y pendientes de lo que pueda
necesitar el otro. Para no perder el buen humor y la sociabilidad a pesar de
todo y mantenerse sarcásticos y divertidos cada uno dentro de su casa, y
compartirlo. Algunos muestran sus dotes para la cocina y envían una foto como
prueba. Y no falta el que cuenta que toma el balcón para hacer karaoke.
La Pascua la vamos a pasar todavía encerrados y para hacerla más llevadera, proponen una "vaquita" para los ingredientes de una bagna cauda popular a domicilio. "¡A comer que se acaba el mundo!".
El cambio de hábitos vino sin experiencia previa, nunca nos había pasado algo así y hacemos lo que podemos, pero por suerte están los vecinos para hacer más llevadero eso que seguramente quedará en la historia como la "gran cuarentena de 2020".
Nuevos códigos de convivencia
Los espacios comunes están cerrados, solo hay silencio en los pasillos. Se escucha a un vecino llamar a la puerta de otro, intercambiar algunas pocas palabras, y eso es todo. Domina el temor.
La empresa administradora del edificio tempranamente tomó medidas, antes de la "locura". Una de ellas parecía exagerada: solo una persona a la vez podrá entrar al ascensor. Finalmente esto dependerá de la responsabilidad de todos, pero a los inquilinos les hizo sentir seguros saber que se estaban tomando recaudos ya que las posibilidades de contagio del virus en las áreas comunes son menores si se tienen las precauciones necesarias.
También se prohibieron las visitas, ni los familiares, parejas o amigos pueden ingresar. Para los padres separados corre la misma orden.
"Hay que mantener protocolos de limpieza y desinfección (...) Garantizar a pleno la higiene y las condiciones de salubridad del edificio (...) Hay que entregar los residuos con doble embolsado y no dejarlos en el palier. El lavado de manos antes de salir del departamento es fundamental", fueron otras recomendaciones puntuales que empapelaron las paredes.
"Quienes presenten síntomas y/o hayan llegado de lugares que son zona de riesgo, deben avisar inmediatamente al encargado y a la administración", dictaminaron, incluso identificando el departamento donde viven los que habían viajado.
También impidieron el uso del SUM, patio, asador o cochera para hacer ejercicio físico, quienes no lo cumplan "serán denunciados a las autoridades correspondientes".
Además, ya no está permitido el ingreso del personal de delivery, tendrán que atenderlo en la puerta de entrada al edificio.
Las mascotas, otro tema
Hubo expresas instrucciones sobre cómo sacar a las mascotas a la calle, pero no para pasear, "lo debe hacer una sola persona siendo la distancia del recorrido la mínima posible y en las inmediaciones del edificio, a la mañana temprano o a la noche". Igualmente, "se debe llevar lavandina y arrojarla en el lugar donde orine o defeque el perro y los heces deben ser levantados y colocados dentro de una bolsa. Al regresar al domicilio, deben desinfectar las patas y luego lavarse bien las manos y cambiarse la ropa". El mensaje es contundente y su aplicación durará tanto como dure la pandemia. Todos rogamos que pase, y pronto.
Cuando todo esto termine, los vecinos volverán a darse un abrazo, quizás uno tan fuerte como nunca se dieron, o tal vez el primero, porque fueron familia, una red de contención, ayudando a que el aislamiento sea menos traumático, a surfear una ola gigante impredecible.
Va a tocar esperar un tiempo para recuperar esa vida "normal" que ahora añoramos, volver a salir a la calle, celebrar cumpleaños..., para mirarnos por encima del celular y para hacer ese asado.