Inflación: el enemigo de siempre
La inestabilidad de precios complica sobremanera tanto a los hogares como a los emprendimientos productivos y de servicios, provocando una sensación de incertidumbre frecuente, constante en los últimos años.
La inflación de julio de 2018 se
ubicó en el 3,1%, informó el Instituto Nacional de Estadística y
Censos. Con esta cifra, el Índice de Precios al Consumidor acumula en el
año un aumento de 19,6%, muy por encima de la meta de inflación del 15%
propuesta por el Banco Central en diciembre pasado, y podría superar el 30% que
estimaba el Gobierno nacional tras el estallido de la crisis cambiaria. Asimismo, las crónicas periodísticas
establecen con precisión que estos valores dejan con un escaso margen al
gobierno porque si la suba anual es de más del 32% se deberían renegociar los
términos del acuerdo "stand by" logrado con el Fondo Monetario Internacional.
Esta última consecuencia a nivel macroeconómico es una preocupación importante. Pero no es la única. O no debiera serlo. Porque la inflación es un enemigo recurrente que sigue ganando batallas en la sociedad argentina, en perjuicio de los sectores más vulnerables que sufren diariamente sus estocadas, traducidas en subas de precios que hacen más que pequeño a los ingresos de cientos de miles de familias.
Dos verdades son incuestionables en la realidad actual de la inflación. Por un lado, el actual gobierno sinceró los índices y terminó con una etapa en la que la manipulación estadística fue habitual, con el daño enorme que esta práctica hizo a la credibilidad de la Argentina en el mundo, la que ya estaba por el suelo en virtud de la costumbre frecuente del país en el incumplimiento de sus compromisos financieros. Por el otro, desnuda la falta de efectividad de las políticas económicas que se implementaron en los últimos dos años, lo que determina que -al menos en este tema tan sensible- es imposible apelar al argumento de la "herencia recibida".
En mayo de 2004, cuando recién se asomaba la cabeza luego del zafarrancho del 2001 y años antes de la intervención ideológica y política del Indec, la inflación era del 0,9 por ciento. En esa ocasión, hace más de 14 años, en esta columna se expresó que este indicador "debe constituirse en un severo llamado de atención porque es el registro más alto del último año y medio. Es decir, el índice más elevado luego de que los precios se reacomodaran por efecto y causa de la devaluación de nuestra moneda". Y se agregó que el crecimiento de los precios estaba tomando una espiral que todavía no era tan preocupante, pero que la lógica de la Argentina determinaba la posibilidad de que la inflación volviese a sentar raíces: "Vivimos en un país donde la cultura inflacionaria ha dejado serias huellas en el imaginario colectivo y reaparece con fuerza cada vez que acontecimientos internos o externos establecen las condiciones para un alza de los precios".
Esta última expresión se ajusta a la realidad de hoy. Es decir, las cosas mucho no han cambiado en materia inflacionaria. Es más, se han agudizado los problemas. Primero con la negación y la difusión de índices mentirosos. Ahora con la combinación de una situación internacional muy volátil en el mercado financiero y con los desaciertos y el voluntarismo de funcionarios económicos que no aciertan en la acción. Siempre, debido a la omnipresencia del déficit fiscal de un Estado ineficiente, costoso y voraz.
El presupuesto familiar y la sana existencia de las empresas deberían ser los principales valores a defender por quienes tienen la misión de dirigir la economía del país. La inestabilidad de precios complica sobremanera tanto a los hogares como a los emprendimientos productivos y de servicios, provocando una sensación de incertidumbre frecuente, constante en los últimos años. El enemigo insiste en atacar. Retoma vigor cada tanto y se convierte en el principal obstáculo para que la Argentina pueda ser alguna vez un país sustentable y posible.