Iba a vender sus caballos para comer, pero les dio una mejor vida y así homenajeó a su mamá
Una joven de 25 años que vive en Almirante Brown tenía sólo un carro con dos caballos para ganarse la vida. Un día decidió venderlos para comer pero dio un vuelco a su decisión y los entregó a un refugio porque eran de su mamá y quería que tengan un buen futuro.
Cuando Rocío pensó en vender sus caballos no sólo quiso comer ella, también se preocupaba de que tuvieran un propietario que les diera un destino sano que se le dificultaba.
En un breve llamado telefónico le dijo a una persona del otro lado: "Señora, necesito dar mis caballos en adopción. Podría venderlos por unos mangos para zafar la olla, pero quiero darles una vida mejor. Muchos otros me negaron el espacio y sólo me queda usted. Eran de mi mamá, del carro. Y hace cuatro meses no salen a caminar, ni comen bien".
Alejandra, quién atendió el teléfono, pensó que se trataba de un pedido de ayuda habitual, de esos que llegan con más frecuencia de lo que las proteccionistas pueden contemplar. "Mandame fotos y veo qué puedo hacer. No te prometo nada porque no tenemos ni un solo lugar para recibirlos y mucho menos dinero", le aclaró.
Rocío no la pasaba bien. De hecho habita en una humilde vivienda en el Barrio San José de Almirante Brown. Hasta allí llegó Alejandra con la idea de llevarle comida a los equinos que corrían riesgo de morir sino se alimentaban rápidamente. Mientras, pidió al grupo que la ayuda que aceptaran a los animales porque quedó conmovida con las fotos que la joven le envió.
"Sabía que ya no podíamos ingresar más animales en nuestro espacio. Sabía que nuestros aportes alcanzaban sólo para los que ya teníamos. Pero también sabía que era cuestión de días antes de que alguno muriera. Le pedí tiempo. Le dije que le llevaría comida, que sólo necesitaba que ella los alimentara", declaró la mujer a La Nación.
Una familia a la deriva
Rocío quería venderlos pero pensó que los utilizarían para trabajos que dañarían - aun más - la vida de sus caballos y morirían en cuestión de meses. Cuando Alejandra los vio los caballos apenas se mantenían parados, estaban lastimados, con los vasos destruidos y crecidos. La yegua tenía una infección dental y delgadez extrema. Alrededor había otros animales como gatos, perros, conejos y gallinas.
La joven es la hermana del medio de una familia extremadamente humilde, su mamá había fallecido dos meses antes, aunque faltaba en la casa hacía otros dos por estar internada. Sus caballos Colorada y Pedro tiraban del carro con el que salía a ganar algún peso, porque ahora era la cabeza de una familia a la deriva, y además, tiene una hermana con síndrome de down.
Una nueva vida
En la primera visita Alejandra se llevó los gatos para ponerlos en condiciones y darlos en adopción. Más tarde llegó con un veterinario a cumplir la promesa de castrar a los perros, pero también extrajeron sangre de los caballos para realizarles el test de Anemia Infecciosa Equina.
Ese test era fundamental porque si daba positivo según la ley vigente debían ser eutanasiados, pero el resultado fue otro y ellos se fueron hacia la libertad.
El día de la partida Rocío lloró. Dejaba ir a los compañeros que la ayudaban a ganarse la vida, pero sabía que tendrían un mejor futuro y su mamá desde el cielo se lo agradecería. Alejandra - como ese día llovía - los llevó 45 cuadras tirándolos. Por detrás venía una de las perras de la joven y no los abandonó nunca, puesto que al llegar al establo ella se instaló con Colorada.
Hoy los animales están en plena recuperación y curando viejas enfermedades que acarreaban, son libres en un refugio del campo. Rocío, sabe que hizo bien en darlos porque aunque la vida la golpeó duramente en varias ocasiones ella no dejó nunca de pensar en los suyos y en sus mascotas.