Gualicho y envenenamiento en la policía
Es el año 1959. El mundo mira a esos locos revolucionarios cubanos. Y miran a los monos que se lanzan al espacio. El país mira a Frondizi. Y San Francisco mira al campo, donde día a día se reportan nuevos hechos de abigeatos. En ese marco, la extraña muerte de un joven oficial, seguida de una más curiosa investigación, vuelve a poner la lupa sobre la policía.En esta nueva entrega del ciclo "San Francisco, cuna de la mafia", repasamos nuestros archivos para indigar sobre esta crónica policial del pasado.
Por Manuel Montali | LVSJ
Ya habían pasado casi tres décadas desde que San Francisco recibiera el mote de "cuna de la mafia" desde medios de Buenos Aires. El país seguía con atención los vaivenes políticos del gobierno de Arturo Frondizi, la aventura de los revolucionarios cubanos y el lanzamiento de monos en el marco de la carrera espacial. Mientras tanto, en el interior del interior, los campos de la zona sufrían una aparente oleada de hechos de abigeato, pero nada tan grave como para volver a poner en jaque el funcionamiento de las instituciones políticas y policiales.
En ese marco, el 11 de febrero de 1959, LA VOZ DE SAN JUSTO publicó dos avisos fúnebres en los que se informaba el deceso de Néstor Favio Ledesma, fallecido el día previo a la edad de 27 años. Participaban de los mismos sus padres, su hermana, demás familiares... y el personal de la Jefatura del Departamento San Justo.
Un joven agente policial, fallecido a esa edad, era un hecho que debe haber llamado la atención de más de un lector. Las primeras indagatorias periodísticas, que suelen producirse cuando se receptan informaciones de ese tenor, no encontraron certezas sino pura incertidumbre en torno a la muerte. Lejos de haberse producido en cumplimiento de su deber, el deceso escondía más de un secreto, y algún que otro rumor.
Se sabía que Néstor había muerto después de cinco días de dura agonía en el Hospital J. B. Iturraspe. Que los médicos que lo atendieron habían quedado atónitos ante el cuadro que presentara el joven y su posterior desenlace fatal. Y no se sabía nada más.
La curiosidad de los lectores que repararon en esos avisos, tendría respuesta recién una semana más tarde. Una respuesta que abría más puertas de las que cerraba.
"Extraña muerte se investiga", fue el titular del día 18 de febrero de 1959. Allí se daba cuenta de que la policía, bajo la dirección de un juez de instrucción, trataba de reconstruir los sucesos que habían desencadenado la internación del joven y su posterior muerte. La primera hipótesis es que Ledesma había muerto por intoxicación, es decir, envenenado. ¿Pero envenenado por quién? Y allí se entraba en el terreno de la conjetura. ¿Quién podía querer la muerte de ese muchacho?
La acusada, la explicación, la anarquía
Una niña. Lo mató una niña.
Con bastante liviandad para los ojos y la moral de nuestro tiempo, la justicia y la policía anunciaron que habían descubierto que Ledesma mantenía una "intensa relación amorosa" con una jovencita. Y que esa jovencita pasaba a ser ahora sospechosa principal de la muerte, para no aventurar asesinato.
Porque la niña, de la que no se daban mayores detalles, no era la única responsable. Aparentemente, ahí entraba en juego una mano invisible que no era la de Adam Smith. Se supo, o se dijo, que la muchacha, aconsejada por una comadre o "manosanta", con el fin de asegurarse la permanencia del vínculo con el oficial, le daba de beber a Ledesma "raros brebajes", preparados con sustancias orgánicas "de difícil digestión".
Este gualicho doméstico habría llevado al joven al hospital y de allí a la tumba. Al menos, eso se informó.
Ni la policía ni la justicia pudieron terminar de esclarecer el hecho. Ni la niña ni la supuesta manosanta fueron detenidas. El caso quedó en la nada. La gente se olvidó.
Pero... En el seno de la policía golpeó de otra manera. En una sugestiva editorial, casi un mes después, este medio alertó sobre la "anarquía" que se vivía dentro de la policía local. Falta de cohesión entre empleados, insubordinación, falta de armonía, desconfianza y desinteligencias.
Ante la muerte de Ledesma y las vagas explicaciones brindadas, se denunció falta de voluntad frente al deber policial, tareas ineficaces, apelación a rumores y la recurrencia de evasivas y ficciones como toda respuesta. Se exigían renuncias.
No consta, sin embargo, ningún cambio. El mundo mantuvo los ojos hacia Cuba y la Luna, el país observó el difícil andar del gobierno de Frondizi, y la ciudad continuó desayunándose casi a diario con un nuevo abigeato. Las penas y las vaquitas siguieron por la misma senda.