Expectativa también congelada
Un congelamiento de precios en solitario, sin otras medidas que formen parte de un verdadero plan antiinflacionario, no permite abrigar expectativas favorables.
La Secretaría de Comercio Interior anunció a las empresas de consumo masivo y cadenas de supermercados que se dispondrá un congelamiento de más de 1.200 productos hasta la primera semana de enero del año próximo. La repartición a cargo ahora de Roberto Feletti ordenó, por ello, retrotraer los precios a los que regían a principios de este mes, en un intento evidente de frenar la escalada alcista que se aceleró luego de las elecciones primarias.
Para establecer el punto de partida del congelamiento, cada una de las empresas debe enviar los listados de precios, avalados por los apoderados legales de cada una de las firmas. Luego se publican estos valores y, supuestamente, los productos allí incluidos, especialmente de los rubros alimentación, higiene y limpieza, supuestamente valdrán lo mismo hasta comienzos de 2022. El objetivo declamado por el gobierno nacional es ajustar la política de ingresos con la política de precios. Se pretende que haya una correlación entre el impacto de la canasta básica alimentaria y el salario de los trabajadores formales.
La medida se inscribe en la lógica impresa a la gestión de gobierno luego del resultado negativo de las Paso. Con todas las estrategias se busca que el golpeado bolsillo de la gente sienta algún alivio para modificar el veredicto de las urnas. El congelamiento de precios va en esa misma dirección, aun cuando existen innumerables reparos sobre la efectividad de una medida que nunca ha dado resultados positivos cuando se la aplicó de manera aislada. Mucho menos cuando los desequilibrios macroeconómicos son tan evidentes.
El país vive un contexto en el que la brecha cambiaria es enorme, la inflación no se detiene, las expectativas están dominadas por la incertidumbre, los salarios no llegan a cubrir el costo de vida y la inversión, así como los negocios, sufren regulaciones discrecionales, algunas inauditas. En ese marco, un congelamiento de precios en solitario, sin otras medidas que formen parte de un verdadero plan antiinflacionario, no permite abrigar expectativas favorables.
Los controles de este tipo son herramientas de política económica que, para que alcancen el éxito, deben complementarse con otras medidas que son ineludibles si se pretende detener la inflación. Por ejemplo, en primer lugar, hay que dejar de emitir dinero. En segundo término, el congelamiento es muy difícil cuando la distorsión de los precios relativos es muy grande, en especial si el tipo de cambio real está atrasado. Por lo demás, la política debe generar las condiciones para que se restituya la confianza de todos los actores económicos.
Ninguna de estas variables, que son las más evidentes y sencillas de comprender, están acompañando hoy a la decisión de congelar los precios de la canasta familiar. El voluntarismo en este tema puede ser encomiable, pero termina siendo una mala experiencia si no existe un programa articulado de combate contra la inflación. De este modo, es muy posible que también queden congeladas las expectativas que podría generar esta medida.