Entrevista con el zombi
Hubo una persona que quiso vivir fuera de su tiempo, como mujer ¡independiente!, y de tez oscura, en una sociedad demasiado joven para eso. Que quiso estudiar, escribir y ser antropóloga. Que nunca supo bien dónde la iba a encontrar el día siguiente, pero que tenía en claro su propósito: entender al otro, al marginal, al muerto en vida. Hubo una mujer que un día conoció a un zombi.
Por Manuel Montali | LVSJ
Zora Neale Hurston embarcó en Nueva York, Estados Unidos, un día de abril de 1936. Era mujer, de tez oscura, tenía 45 años y una buena reputación como escritora, que no era poco. Algunas la tildaban de conservadora, pero ese viaje, hacia al Caribe, no perseguía la visión paradisíaca de playas de arena banca y aguas transparentes. Al poco tiempo, ya estaba mirando a un zombi a la cara.
Había llegado al mundo en Eatonville, Florida (una de las primeras localidades de afroamericanos autogobernados en incorporarse a Estados Unidos). Hay algunas controversias, pero lo cierto es que al menos vivió allí desde muy pequeña. El año exacto de su nacimiento sería 1891, pero ella luego se comió una década y supo decir 1901.
Era la quinta de ochos hijos de un predicador que llegaría a ser alcalde de esta localidad. Su madre, una maestra, murió cuando ella tenía 13 años. Su padre armó nueva familia y se deshizo de esta hija. Fue enviada a un colegio internado, y por temporadas vivió también como nómade, pasando de casa en casa de distintos familiares. La hija del alcalde fue a la universidad a seguir una carrera literaria. No llegó a terminarla, pero sus primeros relatos comenzaron a recibir adhesiones interesantes. Ya en 1925 arrancó una segunda carrera universitaria, antropología, gracias a una beca. Se mudó a Nueva York y pasó a ser parte del movimiento artístico afroamericano conocido como Renacimiento de Harlem, barrio en que residía.
Zora. Ella sí que era el fuego. No pasaba desapercibida. Y no solo por ser la única estudiante negra de su licenciatura. Era carismática, graciosa, provocadora. Dentro del Renacimiento lideró una línea que chocaba con algunos otros integrantes, por sus ideas más de tinte republicano, algo que para muchos era inexplicable por sus orígenes. Está claro, ¿cómo una mujer, y de tez oscura, iba a comulgar con un orden que la excluía doblemente? Ella incluso tomaba partido por los políticos que bregaban por mantener la separación racial. Pero el trasfondo de estas decisiones era cuanto menos considerable: suponía que la integración a la cultura blanca llevaría a desaparecer las tradiciones afroamericanas. El folclore de estas comunidades era por eso la columna fundamental de su obra.
Tenía pies nerviosos, acaso no sabía dónde viviría mañana, pero sí tenía toda la seguridad de hacia dónde quería llevar su trabajo. Como prueba del reconocimiento y la influencia que había cosechado, la escritora-antropóloga obtuvo en 1936 una importantísima beca, la Guggenheim, para estudiar el Obeah en el Caribe inglés. Es decir, para meter las manos y el cuerpo en esa ciencia casi mágica, en los ritos espirituales que por entonces desde arriba eran vistos como casi animales, pero que ella se encargará de presentar (en la que es quizá su obra más famosa, "Dile a mi caballo") como prácticas de estatus religioso, y ya no como una danza salvaje, de tambores y paganismo. Solo alguien con mirada antropológica, y una vida como la de Zora, podía superar la caricatura del vudú y la barrera de prejuicio. En sus textos, además, recogía los dialectos y modismos de los habitantes del Caribe inglés, junto a sus costumbres y un sinfín de elementos culturales. Ella iba al fondo, a las raíces.
Estuvo dos años en Jamaica y Haití. Pasó por infinidad de templos y vivió innumerables ceremonias, rituales y cónclaves espirituales. Trató de documentar los diferentes sistemas de creencias, sus orígenes y lazos. Documentó chistes y canciones. Por supuesto, llegó fascinada por la cultura zombi que tanto obsesionaba a los estadounidenses desde que habían ocupado Haití entre 1915 y 1934, pero se dedicó a tratar de entender los procedimientos que se aplicaban sobres los muertos (para que no volvieran) o sobre los vivos (para que no se fueran). Los presentó como una ciencia rayana a lo farmacológico. Un conocido episodio de su obra, en el que relata su encuentro con un muerto-vivo, lejos está de generar miedo: su descripción de una mujer confinada en un centro de salud en ese estado latente, casi vegetal, da pena: es una ruina de persona con la mirada perdida.
Zora, su obra, seguían siendo mirados de reojo por ciertos círculos artísticos. Para sumar algo más de convulsión, en 1948 publicó "Seraph en Suwanee", una novela en la que los protagonistas son pobres... pero blancos. Que una afroamericana hablara a través de personajes blancos era la última herejía que podían aceptarle, tanto blancos como negros. Los críticos la destrozaron.
Sus últimos años los pasó apartada, en un pueblito de Florida, sobreviviendo con malos empleos y asistencia social. Murió en la pobreza en 1960.
Una década más tarde, distintos autores (literarios y antropólogos) empezaron a rescatar su obra, a entenderla, porque la miraban de la misma manera en que ella había mirado a las comunidades del sur estadounidense y del Caribe inglés. Hoy su cara está en todas las remeras. Bueno, quizá no, pero tiene múltiples reconocimientos y distinciones, desde un festival a su nombre a formar parte del Salón de la Fama de las mujeres de su país.
Zora. Ella sí que era el fuego. Se hizo casi de la nada, extendió sus llamas, se apagó y quedó bajo un manto de cenizas, hasta que la volvieron a desenterrar. Hoy sigue ardiendo. No fue en Centroamérica, sino cuando la rechazó la cumbre intelectual de su país, que terminó de saber que un zombi no era un monstruo come-cerebros, sino aquél al que la sociedad excluía... Quizá ya lo sabía desde su niñez y por eso dedicó su vida a entender al otro.
No hay pruebas fehacientes de gente que, una vez muerta, haya vuelto a la vida. El zombi nunca fue el muerto que regresa a la vida, sino el que se muere estando vivo. De los excluidos, de esos zombis, hubo y hay a montones.