Emprender en un barrio estigmatizado y con violencia
Los vecinos de Acapulco, en Josefina, no se sienten diferentes a los de otros barrios. Trabajan, van a la escuela, viven con sus familias, emprenden. Otros, en cambio, están sumergidos en el oscuro mundo de las drogas, la falta de trabajo, los robos y hasta los asesinatos. Sin embargo, conocer historias de vida como la de Marta y Paola, despierta la esperanza. De la mano del emprendedurismo -en costura y panificación, respectivamente- estas mujeres y sus familias salieron adelante y no solo trabajan en el lugar que eligen para vivir, sino por él.
Por Vanina Panero
"Muchos nos preguntaban porque íbamos a invertir dinero en un barrio como este, pero es un barrio de trabajo donde hay muchos emprendedores, donde desde hace unos años logramos contar con nuestra panadería", aseguró el matrimonio Granero- Paola y Germán-, que decidió apostar a un negocio en Acapulco, sector atravesado por una escalada de violencia entre bandas antagónicas que se disputan el negocio del narcomenudeo, que escaló en los últimos años.
Esta familia encontró en la fabricación de productos de panificación una salida laboral. Paola, hace más de diez años, se quedó sin trabajo y eso la llevó a "reinventarse", aprender el oficio de panadería, el cual es muy bien conocido por su esposo, Germán, que luego de haberse desempeñado en este rubro por mucho tiempo y en relación de dependencia, se animó a independizarse y apostar juntos a una panadería en un barrio alrededor del cual y con un fuerte anclaje en el imaginario colectivo circula un discurso que estigmatiza a sus habitantes.
Pero el prejuicio social no le impidió a esta pareja emprender y hoy vende sus productos a unas 12 despensas de la zona, entre Acapulco, San Francisco y Frontera.
Hace diez año, Paola se quedó sin trabajo, pero no bajó los brazos y aprendió el oficio de hacer pan
Una historia similar protagoniza Marta, que recientemente decidió montar en el barrio "un mini" taller de costura donde fabrica mochilas y pantuflas que vende a particulares y en negocios de Josefina. El proyecto se puso en marcha hace poco más de un mes pero crece a pasos agigantados siendo que ya lleva vendidas cerca de 100 unidades.
Marta sueña con abrir un taller de costura para ayudar a otras mujeres del barrio
"Aquí somos muchos los emprendedores"
"Muchos nos preguntaban porque íbamos a invertir dinero en un barrio como este, pero a nosotros nos gusta y más allá de que muchas veces quedamos atrás de las malas noticias, por la inseguridad, la mayor parte de la gente es trabajadora", expresaron a LA VOZ DE SAN JUSTO Paola Chávez y Germán Granero, quienes residen en Acapulco junto a sus hijos de 17 y 12 años.
"Los vecinos son muy buenos y como nosotros, hay muchos emprendedores, no sólo en el rubro panadería sino también herrería, tapicería, entre otros", destacaron.
Paola nació en Acapulco siendo que su esposo reside allí desde hace más de 18 años. "El emprendimiento coenzó hace 11 años cuando me quedé sin trabajo y mis nenes tenían 4 y 2 años. Si bien mi marido trabajaba en una panadería, el dinero no alcanzaba para sostener a la familia, por lo que decidí aprender yo el oficio y comenzar con algo pequeño".
Paola y Germán, un matrimonio emprendedor que sigue eligiendo su barrio para crecer
En cuanto a los primeros pasos, Paola recordó que "vendimos una moto y compramos las máquinas básicas para comenzar (un horno, sobadora chica y una amasadora de mesa). Empezamos elaborando un kilo de harina para hacer criollitos y otro, para facturas, las cuales le vendíamos a mi cuñada que tenía una pequeña despensa".
La mujer dijo que "en ese momento, mi marido trabajaba por la mañana en la panadería y después me ayudaba a mí, hasta que meses después nos animamos y largamos solos".
"En principio comprábamos el pan a otra panadería, hasta que pudimos comprarnos la máquina para elaborarlos nosotros", continuó la vecina de Acapulco.
Progreso, "desde abajo"
Aquello que comenzó con dos kilos de harina, poco a poco fue creciendo al punto de que años después abrieron un despacho de mercadería. Hoy procesan alrededor de 150 kilos de harina diarios, los que se traducen en unos 100 kilos de pan, sumado a los de facturas y criollos con el que abastecen a unas 12 despensas distribuidas en el barrio, y las ciudades vecinas de San Francisco y Frontera.
Granero reconoció que todo fue a base de trabajo y mucho sacrificio. "Empezamos en una piecita que teníamos desocupada en casa, la cual está ubicada a media cuadra de donde hoy vivimos, y con el tiempo logramos comprar un terreno, donde construimos nuestro hogar y la panadería, pero siempre en el barrio nunca pensamos en irnos".
Asimismo, comentó que "para sobrevivir hay que reinventarse, por eso abrimos una despensa donde además de los productos de panificación que elaboramos, anexamos otros productos alimenticios".
Los graneros encontraron en la fabricación de productos de panificación un sustento de la economía familiar
"La idea es no quedarse sentados esperando que alguien te traiga algo para salir adelante", expresaron.
"Todo se hace a pulmón pero gracias a la panadería hoy podemos educar a nuestros hijos y prepararlos para el futuro, lo cual no hubiera sido posible con un solo sueldo", manifestaron.
Aprendió a coser de la mano de
su abuela. Trabaja desde su casa en la costura de pantuflas, para una fábrica,
pero el trabajo mermó y debió "encontrarle la vuelta" a la situación para poder
sumar a la economía familiar. Se trata de Marta Mansilla, de 33 años, que
vive junto a su marido y sus tres hijos en barrio Acapulco, en Josefina. Desde hace un mes y medio, y aprovechando
las máquinas de coser que tiene en su casa, comenzó a fabricar mochilas, cartucheras
y pantuflas para vender. En poco tiempo logró entregar más de 75 artículos, lo
cual la incentiva a pensar a futuro en su propio taller, pero no sólo con un
fin económico sino también social: enseñarle a las chicas y mujeres del barrio
para sacarlas de la calle. Marta, con la ayuda de sus hijas, emprendió y halló en la costura un ingreso económico "Mi sueño es dedicarme a la costura, tener mi propio taller para hacer todo tipo
de producciones y enseñar a coser a las chicas del barrio para sacarlas de la
calle", contó Marta a LA VOZ DE SAN
JUSTO. "Mis dos hijas mujeres tienen 17 y 13
años y ambas saben coser. De hecho me ayudan", agregó. Asimismo, la emprendedora manifestó que
"hay que derribar el mito de que la costura es solo cosa de mujeres. Los
hombres también pueden hacerlo", de hecho comentó que su esposo la ayudo un
tiempo mientras estuvo sin trabajo. "Mi marido es plomero, actualmente está
trabajando que estuvo tres meses sin hacerlo y en ese momento lo puse a coser,
me ayudaba a mí". Marta
sueña con su taller de costura
para sacar a
las chicas de la calleTambién
para los hombres
La costura, un oficio que la familia de Marta transmite
de generación en generación
"Empecé con 800 pesos"
Consultada sobre la iniciativa de empezar a vender su producción, Marta relató que "con un solo sueldo no llegábamos a fin de mes y tenemos tres hijos. Yo les coso la ropa y les hago este tipo de cosas a mis hijas y en la escuela, y venía con muy buenos comentarios, a la gente le gustaba mucho".
"Tenía 800 pesos y pensé en hacer esta mochilas, por lo que compré las telas, hilos y cierres y me puse manos a la obra", continuó Marta.
Asimismo, explicó que "debido a la difícil situación económica que estamos viviendo como país tenía que pensar en algo lindo y barato, que sea vendible y esta me pareció una buena alternativa".
"Gracias a Dios me está yendo muy bien, hago tandas de 15 a 20 mochilas y ya llevo entregados cinco pedidos de esta magnitud. A los particulares se sumó un polirubro de Josefina que vende mis productos", concluyó.