El no a la pena de muerte
En el mundo de hoy, una parte amplia de la sociedad se auto adjudica el supuesto éxito de haber "matado" a las religiones. Aun cuando esta dudosa interpretación de la realidad pueda tener alguna expresión certera, el impacto cultural de algunas doctrinas continúa vigente y tiene muestras evidentes de ello en cada debate social en el que se ponen en juego los valores humanos que deben defenderse siempre.
En el mundo de hoy, una parte amplia de la sociedad se auto
adjudica el supuesto éxito de haber "matado" a las religiones, situación a la
que también contribuyeron numerosos fieles y autoridades de todos los credos
con sus actitudes contrarias a lo que pregonan los mensajes que buscan
"re-ligar" al hombre con su naturaleza y su esencia. Aun cuando esta dudosa
interpretación de la realidad pueda tener alguna expresión certera, el impacto
cultural de algunas doctrinas continúa vigente y tiene muestras evidentes de
ello en cada debate social en el que se ponen en juego los valores humanos que
deben defenderse siempre.
En este caso, la sociedad argentina está hoy atravesada por la discusión en torno a la ley de legalización del aborto. Es decir, un debate que define el comienzo de la vida. Y muchos detractores de la postura que está en contra de autorizar la libre interrupción del embarazo ponían énfasis en que la misma doctrina del cristianismo católico, expresada en su Catecismo admitía la pena de muerte como método de solución de algunas situaciones que afectaran a las distintas comunidades. Esta argumentación tiene fuertes y sólidos fundamentos. Al menos hasta la declaración papal de los últimos días.
En efecto, el punto 2267 de la tercera parte del Catecismo que establece la doctrina católica sobre el mandamiento de "No matarás", señalaba que "la enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas". Si bien agregaba que "si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana", estaba claro que la Iglesia Católica aceptaba la pena de muerte, situación absolutamente contradictoria con la enérgica postura en contra de la autorización legal del aborto que también se expresa en ese mismo capítulo del Catecismo.
En este marco, el Papa Francisco ha determinado la modificación sin ambages de esta postura. La condena del Pontífice a la pena capital es inequívoca. La declara inadmisible, sin excepciones incluso para los responsables de los crímenes más atroces. "El asesinato sancionado por el Estado es siempre un ataque injustificable contra la dignidad de la vida humana, siempre es incorrecto", sostiene en la declaración que modificó el texto citado.
Ciertamente, esta enseñanza del Papa que, por la tradición católica, forma inmediatamente parte del Magisterio de la Iglesia traerá nuevas críticas de algunos sectores, en especial los más conservadores. Sin embargo, viene a desterrar una contradicción que era imposible de sostener, al menos para quienes dicen profesar esta fe y también para quienes no siendo practicantes sostienen la defensa de la vida en todos los momentos.