El motor de todas las libertades

A 30 años de la instauración del Día Mundial de la Libertad de Prensa se hace necesaria esta advertencia. Si no se garantiza la libre expresión, el debate social quedará clausurado. Y, con ello, las sociedades perderán el motor que les permite disfrutar de todas las demás.
Hace 30 años, la Asamblea de las Naciones Unidas declaró al 3 de mayo como el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Fue el corolario de una serie de acciones que comenzaron dos años antes con la Declaración de Windhoek, capital del Estado africano de Namibia, en la cual los periodistas de ese continente reclamaban la vigencia en sus países de esta libertad central para la vida democrática. La proclamación de esta efeméride se convirtió, entonces, en la oportunidad para poner de manifiesto la trascendencia de la labor de una prensa libre en la vida de un pueblo.
Han sido tres décadas vertiginosas, de expansión notable de las posibilidades de comunicación y expresión de la humanidad. La proliferación de medios y el auge de las tecnologías digitales han permitido una circulación de la información como nunca antes ocurrió en la historia del hombre. Sin embargo, la libertad de expresión es víctima de innumerables ataques, tanto desde los sectores de poder o interesados en ocultar como también por el fenómeno de la desinformación, las cámaras de eco que elevan la intolerancia, la polarización ideológica y el imperio de la posverdad.
En el Preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 se esbozan cuatro libertades fundamentales: libertad de expresión, libertad de creencias, libertad frente al temor y libertad frente a la miseria. Dice la ONU que "no es casual que la libertad de expresión figure en primer lugar: esta libertad fundamental es la que permite todas las demás". Este es el concepto que debería primar en una sociedad democrática. El lema de la efeméride este año es: "La libertad de expresión como motor de los demás derechos humanos". Expresa una suerte de primacía de esta libertad, cuya vigencia es condición necesaria para que pueden disfrutarse y protegerse los demás derechos.
Si bien han existido altibajos en la consideración de la libertad de prensa como elemento esencial para garantizar la vida en una sociedad que se precie de democrática, la actualidad no brinda elementos que ameriten el optimismo. En muchos sectores ya no se comprende que esta libertad es una garantía para la vigencia de las demás, para el funcionamiento de una sociedad libre. Nunca lo fue en países gobernados por regímenes autoritarios, es verdad. Pero ahora también se la pone en duda en muchas naciones que se asumen como democráticas.
Es más, ya no constituye un símbolo que debe respetarse. Para quienes mal ejercen el poder, se entusiasman con la polarización, consideran que sus intereses priman por sobre los del conjunto e incitan a la intolerancia con sus apariciones públicas, la libertad de prensa es una molestia. Incluso, muchos de ellos la consideran un peligro. No les importa la pluralidad de voces. Tampoco abrir el diálogo. Mucho menos respetar al que piensa distinto.
A todo esto, se suma el impacto de las nuevas maneras de acceso a la información y a la comunicación, que han determinado un mundo de "verdades individuales", que refuerzan la propia idea acerca de la realidad. Es el mundo de la posverdad, en el que la realidad debe adecuarse siempre a lo uno piensa. Solo se permite un punto de vista: el propio. Lamentablemente, en muchos casos, el periodismo también funciona dentro de estas cámaras de eco.
La libertad de prensa es la primera que procuran cercenar los autoritarios, muchos de los cuales hoy visten piel de cordero y se presenten como paladines de la democracia. A 30 años de la instauración del Día Mundial de la Libertad de Prensa se hace necesaria esta advertencia. Si no se garantiza la libre expresión, el debate social quedará clausurado. Y, con ello, las sociedades perderán el motor que les permite disfrutar de todas las demás.