El maestro, piedra de salvación
En el Día del Maestro, es preciso reconocer que son ellos los primeros preocupados. Y que están protagonizando una cruzada de magnitudes impensadas. En modo remoto y con las escasas herramientas a su alcance, han conseguido mantener viva la escuela.
En una historieta, ese enorme humorista que es Nik, muestra a un joven cargando numerosos aparatos tecnológicos para llevar a la escuela y preguntándole al padre qué usaba él cuando iba al colegio. La respuesta, es tan simple como demoledora: "La cabeza", sostiene el padre sin dejar de leer el diario.
Maestros eran los de antes diría ese padre mientras su hijo interactúa con cuanta pantalla se le ponga enfrente. Lo que hemos vivido, estamos viviendo, nos obliga a pensar: ¿En verdad maestros eran los de antes? Porque ahora, además de enseñar a usar la cabeza, debieron aprender, a los golpes, a utilizar de manera permanente la tecnología para sostener el vínculo con sus estudiantes y procurar que la escuela siga viva, mientras la pandemia, la cuarentena, las decisiones sanitarias y la política continúen decidiendo que el aula estará cerrada.
Desde hace décadas se plantea como debate el tema de la educación en el país. Se plantea. Pero no se debate. Apenas algunos atisbos de discusión que solo representan artificios en medio de la sensación de que el tema no es prioridad. Un columnista porteño fue mucho más allá y afirmó que "ha dejado de preocuparnos" el deterioro de la escuela.
¿En verdad es así? Por cierto, la realidad nunca se muestra en blanco y negro. Los matices son importantes a la hora del análisis. Un asunto tan delicado e importante como la educación de nuestros chicos no puede reducir el debate a unas pocas palabras. Por cierto, hay datos de la realidad preocupantes. El cierre prolongado de las escuelas este año agrega un elemento que en nada favorece los procesos educativos. Sin embargo, en el Día del Maestro, es preciso reconocer que son ellos los primeros preocupados. Y que están protagonizando una cruzada de magnitudes impensadas. En modo remoto y con las escasas herramientas a su alcance, han conseguido mantener viva la escuela.
A pesar de todos los avatares negativos, la gran mayoría de los docentes han tomado nota de la histórica circunstancia y han obrado en consecuencia. Con errores, a base de ensayo y error, con escasa capacitación quizás en algunas áreas tecnológicas, pero con convicción de que se puede mantener la enseñanza aun en estas condiciones, han devuelto a la sociedad una imagen que parecía perdida. Esta reivindicación del rol del maestro puede constituirse, quizás, en una de las derivaciones más positivas de este tiempo de incertidumbre.
Porque ha quedado demostrado que el trabajo docente es central para la vida comunitaria. Si esto se comprende, será menos azarosa la remontada inevitable de la cuesta educativa que deberá encarar la educación argentina cuando haya pasado la emergencia sanitaria. En este marco, es preciso sostener que la vuelta a la escuela se hace imprescindible y todos los esfuerzos tendrían que tender a la consecución de ese objetivo.
Porque el aula es el ámbito adecuado para pensar y reflexionar y es el docente, con el inestimable apoyo de los padres y el acompañamiento del Estado, quien tiene en sus manos la gran posibilidad de modificar el rumbo. En medio de las incertezas que nos abruman y de la oscuridad que enceguece, la figura del maestro emerge como una piedra de salvación.